miércoles, enero 02, 2013

No éramos tan pobres, al final. Hacíamos como que éramos pobres, pero siempre se podía ser más pobre. En ese momento mis padres tenían un auto, eso no podía ser ser pobre. En el auto no llegábamos muy lejos, eso definitivamente no era ser rico. En el auto te llevaban, eso definitivamente no era libertad. No recuerdo si tenía algún relato listo entonces, pero claro, el auto es el espacio perfecto para el relato. No hay nada mejor que una historia contada en un paseo, pero siempre que todos los que pasean cuenten una, o bien los que tengan ganas, los que quieran. Esta era una historia de esas que se contaba arriba del auto.

Esa tarde nos subimos al auto, creo que íbamos a trabajar al acto de la escuela, era como una fiesta grande en la que iba a haber fuegos artificiales y luces y cosas por el estilo. Era como una fiesta en la que iba a estar todo el pueblo, y liberarían palomas, porque en esa época todavía liberaban palomas. Íbamos en el auto y ya empezaban a contar esa historia de cuando iban a trabajar a ciertas fiestas, en otros lugares lejanos. Acomodar las sillas, atender el buffet, la gente quiere que haya de todo en las fiestas, alguien tiene que correr detrás de los bastidores anunciando que ahora sucede tal o cual cosa. Profesionalismo, como dicen. De eso se hablaba, hasta que recordaron la historia de Camet, el chino que supo hacer los fuegos artificiales del pueblo. Había llegado de china, hablando perfectamente el idioma español. Lo había aprendido, supuestamente, gracias a un vecino que habitó en su aldea, que de chico supo hablarle en su lenguaje materno, un argentino perdido en la china. El chino, cuando adolescente ya, manejando perfectamente dos idiomas, decidió que quería conocer la argentina. Cuando llegó dijo que se llamaba Camet, se cree que es el nombre que le dio ese argentino, que fue vecino en su infancia. Camet había aprendido a hacer fuegos artificiales desde muy pequeño, en su casa: todos los años, luego de la época de la cosecha venía el invierno, y entonces en la aldea, luego de carnear algunos bichos para comerlos asados, tenían el detalle de fabricar sus propios proyectiles para la siguiente temporada de caza. Y ahi fue que manipulando pólvora, se dio cuenta que no era tan difícil hacer fuegos artificiales, solamente bastaba con agregar "edulcorantes permitidos" decía Camet, al fuego y la explosión. Ya era chico y conocía varios trucos como para dibujar en el cielo una guirnalda de luz. La gente se apasionaba con los fuegos del chino Camet. Era ir a una fiesta y saber que estaba garantizada la entrada, ya con saber que estaba el chino. Era verlo venir y querer decirle hasta qué altura le hubiera gustado que subiera el torpedo aquel. El chino laburaba todo el año con sus fuegos artificiales, era un verdadero éxito en el pueblo. Singular éxito. No hacía otra cosa que hablar, y tirar fuegos artificiales.
Esa tarde, esa fiesta a la que íbamos a acomodar sillas, el chino tuvo un problema de memoria y había decidido que debía regresar a china, urgentemente, a buscar no sé qué cosa de la familia, probablemente una herencia. Pero como no quería dejar sin fuegos artificiales a sus seguidores más fieles, armó toda la batería de petardos y estaba listo para que se hiciera de noche, tirarlos y rajar. Sin embargo cierta descompostura lo hizo repensar el apuro, y cuando me vio pasar me habló y me dijo: "Michel, Michel, necesito que me ayudes con mis fuegos artificiales". Yo encantado. No había mayor prestigio en el pueblo que el que tenía el qeu tiraba los fuegos artificiales, lo mismo que el que proyectaba las películas en el cine. Eran como las estrellas de rock vernáculas, a las que todos les rendían el respeto debido, menos esos que los conocían de chicos y sabían que estos eran medios vagonetas, no así con Camet que había sido chico en otro lado, y yo mismo que fui chico en Francia y Estados Unidos, y el proyector de películas había sido chico a dos pueblos de distancia.
Entonces me dejó el clásico ya fósforo que tiraba los fuegos artificiales. Era un palo largo que no se apagaba nunca, una auténtica vara mágica. Ese palo era el verdadero y más guardado secreto de los fuegos artificiales de Camet.
Pero no lo supe usar, debería volver a empezar porque resulta que cuando me estaba preparando para contar esto, no supe escuchar con atención y ahora me olvidé de todo, o bien, lo contrario, he escuchado con atención y recuerdo demasiado, razón por la que no estoy pudiendo encontrar la punta del ovillo justo para empezar a contar lo que iba a contar...

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