sábado, mayo 19, 2012

trastorno matemático

cuando uno tiene facilidad con los números los padres se entusiasman, piensan que les va a salir un contador que va a ganar dinero trabajando poco, o un economista (aunque no se ilusionan con la idea de que llegue a ministro y esas fantasías que en los 90 estaban aun en boga cuando se elegían carreras universitarias). Pero no se sabe nunca realmente a qué clase de números uno le tiene más cercanía. Son números, y uno los entiende y están ahi y los suma o los resta, o los divide etcétera.
Como cuando en el fútbol, había partidos que los jugaba muy bien pero después jugaba no tan bien el siguiente, en los números he sido irregular. A pesar de eso, he alcanzado cierto nivel en su momento de lo que he podido sentirme orgulloso: clasifiqué más de una vez para los juegos olímpicos de matemáticas (me gusta llamarlos juegos olímpicos), a nivel local, dos veces. Es verdad, iba por las facturas. Sabía que no podría pasar esa instancia. Pero una vez me pasó algo que no me puse jamás a analizar.
Se me dijo que había resuelto el problema y había llegado al resultado correcto, pero que el recorrido para llegar al resultado era inentendible. Había inventado un recorrido, quizás más largo, pero había llegado. Si me hubieran pedido que explicara lo que hice (tendrían que haberlo hecho en el momento) quizás me hubiera podido explayar, o no. En cualquier caso hicieron que un tipo de una iteligencia mediana se sintiera un incomprendido. Quizás fue mi primer acercamiento a la literatura, o al arte. Un matemático incomprendido no tiene mucha razón de ser, un artista incomprendido es lo más. Y se siente bien siendo un incomprendido, se siente uno a la vez fuera y dentro de su tiempo. En el límite, como quien diría.
En fin, el tiempo pasó, yo me olvidé de las matemáticas con un rencor del que también me olvidé. En el último año de escuela le pedí a la profesora que fuera benigna conmigo, que iba a estudiar literatura, y que no quería esforzarme para resolver esos malditos enigmas. Me dio el beneficio, y ya no escribí un número más en mi vida. Pero nunca dejé de sentirme docil a las matemáticas, nunca dejé de sentir esa facilidad.

viernes, mayo 11, 2012

Virgen de los matambres

Ama a tus amigos, nos ordenó. Porque no hay amor más grande que el que da la vida por los amigotes. Y tomamos al pie de la letra esta y otras imperaciones mientras le pedíamos por favor que nos librara de aquel pesado que hablaba todo el tiempo o nos concediera algo más: un amor.
Pensaba que el amor era lo más importante. Era la verdad. El camino a la verdad no es uno, pareciera, no era. Hay varios, por eso uno puede tomar el que mejor le quede, dependiendo de dónde está uno parado. Eso es lo difícil de saber. Un amigo se decidió: la filosofía es el único camino a la verdad. Debió haber agregado: que mejor me queda a mí. En ese momento creía que el amigo decía algo muy importante y cierto, una afirmación que me excluía de alguna manera porque no tenía facilidad para la filosofía, entonces quedaba excluído en el camino a la verdad.
Pero no, el camino a la verdad no era uno solo, también estaba el amor, que era un camino copado. Yo lo tomé sin pensar que me conduciría a la verdad, de la que ya me consideraba excluido para siempre. Pero bueno, la cosa es que lo tomé. No sé exactamente para que lado lo tomé, porque el camino del amor es una avenida ancha, y se cruza todo el tiempo con otros caminos. Algunas otras calles que he atravesado y otras que no, o que puedo haber pasado como lancha en la regata porque justo estaba en verde el semáforo, ponele.
Capaz que lo tomé para el otro lado entonces, no en dirección a la verdad, pero uno siempre anda dándole vueltas al asunto y capaz que en algún momento giré en u.
Pero creo que no.
Pedíamos un amor y teníamos todo lo demás. La amistad de los amigos: los ensayos del arte de la comedia y el drama, los partidos de beisbol, la barbaquiú. Nos miraba desde lo alto un dios al que conocíamos perfectamente: se nos parecía. Hablaba nuestro mismo idioma. Ni Nietzche ni su hermana lo podían matar. Era un dios bueno, el dios carbón, dios calor, dios energía. Venía el viento y lo reavivaba, venía dios y nos acariciaba como a la hierba en el prado.
Dios, quisiera ahora mismo volar como un barrilete. Y tu santa madre de los campeones, que asan el matambre, que nos acompañe en este vuelo, del que ya no volveremos, porque es el vuelo hacia la verdad. Despego como línea aerea de bandera extranjera, planeo como un billete de un dólar desde que cae desde la cima del Ever Est, siempre al este, siempre al levante, siempre en el horizonte.
Acá me detengo. Me pregunto qué tipo de barrilete seré? Me respondo, uno colorido, lleno de gracia de frente y de perfil. O mejor, un barrilete que se parecería a un globo aerostático. Hay algo que se me complica, debo decidir: Un barrilete tiene un vuelo sostenido, por un piolín. El globo aerostático en cambio viaja sin contacto alguno con lo terrenal. Viaja y va, quizás sin dirección. Lejos, lejos. Y también tiene colores.
Ya no me decido. No sé bien si quiero ser un globo aerostático o un barrilete. De cualquier manera veo el campo desde arriba, veo los caminos, veo la filosofía. Lo que no se ve bien es la verdad, pero a quién le importa la verdad a esta altura del partido.
¿A dónde tenías que ir? vamos que te llevo.






Mi ropa de Europa III

Tengo la ropa sucia. Y no tengo ganas de lavar la ropa.
Qué es la ropa y para qué sirve, me pregunto en la ducha. El agua caliente me recorre desde la punta de los pelos hasta la de los pies y yo aprovecho para meditar.  Epa. Ahora anoto y no soy exacto. No es esto mismo lo que he meditado. Ya lo he olvidado.
Entonces me desvisto otra vez, para ver si puedo recordar, y no es cierto. No me acuerdo, no puedo volver a meditar lo que estaba meditando hace un rato. Ahora trabajo incesantemente en este texto de Europa. Allá la ropa es diferente, allá la ropa es linda, es a la mode. Ahora sí me puedo acordar de algo que alguna vez he meditado pero no es exactamente lo que medité en esa ducha. Pero es algo.
La ropa es sagrada. Es leña en el fuego, leña leña y leña. Lo digo en el sentido de la ropa del otro. Es ropa de oro, es tela de satén, es seda del japón. Así es el deseo cuando quiere tocar lo que no está permitido. Lo quiere, y no va a claudicar en el intento. La mano viaja irrespetuosa hacia la ropa del otro, es un movimiento de desvestimiento. Quiere sentir la suavidad de esa tela que viste al otro, y cuando la siente en la yema del dedo se estremece todo uno, y el deseo aumenta.
Pasa todo el tiempo. En la calle, cuando pasa caminando vestida de oficina, antes de pensarla desnuda la piensa desvestida, o mejor dicho en el acto mismo del desvestir. Todo lo que viste embriaga, como el vino al mediodía.
Y después que el deseo se ha cumplido, y ha mudado a otro lugar del mundo, esa ropa en el piso, que se va juntando, de algodón, puro algodón, 100% algodón.

martes, mayo 08, 2012

Mi ropa de Europa II

Entonces salimos a comprarnos ropa. Estábamos en casa, lo más trio los panchos y eran las cuatro de la tarde de un sábado de intenso calor. El rock and roll no alejaba la sensación de malestar y transpiración. No pensamos que el aire acondicionado del shopping nos podría reconfortar un poco, solo pensamos que había que tirar todo el guardarropas y volver a hacerlo de cero. No fue literalmente esto, fue más bien la necesidad de tener una chomba roja para ir a la fiesta esa noche, a la que había que ir con algo rojo. Tampoco es que hiciera un calor demoledor, sólo hacía calor y teníamos ganas de comprarnos algo de ropa.
Hechamos basura en el contenedor porque no pensábamos volver hasta la noche. Eran un par de bolsas de residuos recicladas de bolsas de supermercado (no sé por qué andan diciendo que contaminan, por lo menos las podemos usar hasta dos veces antes de tirarlas definitivamente). También tiramos las 15 botellas de licor que quedaron de la orgía de la noche anterior. No eran exactamente de licor, algunas eran de cervezas y otras de aperitivos, y otras eran de vino. El licor se hace con vino? Más allá de esto, las tiramos. Y no había sido una orgía, pero le llamábamos así a esas reuniones en las que no nos animábamos a que empezara una orgía, sobre todo porque respetábamos a las chicas, no era fácil para nosotros decirles "desnúdense ya que las vamos a atravesar con nuestras espadas yoguis". No lo era. Ni ellas hubieran tomado la iniciativa. Aun así había como un clima en el que todos, sobre todo las chicas, se morían de ganas de que algo así sucediera. Pero ni siquiera éramos yoguis, y la "orgía" debía terminar en cualquier momento, porque al día siguiente haría un intenso calor y nosotros mismos, siendo las horas de la tarde, diríamos en voz alta de ir al shopping a comprar una chomba roja para la fiesta de la noche y un vestido rojo para la misma ocasión, y hablando siempre en voz alta y atravesando el frío total del shopping en pleno verano.
Habá ropa de todos los colores, y de lo más llamativas. Esa remera azul con rayas, parecía venida de Milano. Sobre todo porque decía Milano en la espalda. Demasiado explicito, convinimos. Ella quiso vomitar, no por la remera, sino porque habíamos tenido una orgía la noche anterior, y ella estaba descompuesta por el gancia, ese licor asqueroso.
Bueno sigamos, le dije, y seguimos, mareados, fríos. Caminábamos por el shopping repleto de gente a las cinco de la tarde ya, sin conseguir nuestra chomba y vestido, y abrazados como dos locos en una película con juan pablo belmondo.
Pasamos frente a un cine que estaba dentro del shopping, pensamos que el mundo ya no era mundo desde que los cines no daban sus frentes a la calles sino que estaban dentro de los shoppings. Dijimos que teníamos que amar los shoppings, que eran el futuro, y fue exactamente al construir esta idea que dijimos que había que poner en marcha el operativo mi tarjeta de crédito está nueva. Entramos a comprar cosas por todos los negocios. Ahora voy a hacer la lista, pero no sin antes decir que cada vez que la tarjeta de crédito marcaba disponibilidad era como que la orgía de la noche anterior desaparecía y nos íbamos sintiendo mucho mejor, ya como para ir a una fiesta de rojo a la noche.
Nos compramos una campera y una cartera de cuero, el vestido rojo, la chomba roja, ropa interior nueva, para todos, algunas zapatillas, cosas de deco para la casa. El colmo de todo fue cuando nos renovamos sendos documentos de identidad, ya estábamos muy felices. Meábamos por los pasillos, de felicidad.
Cuando nos subimos al auto decidimos que debíamos huir, pero antes una siestita reparadora.

lunes, mayo 07, 2012

Mi ropa de Europa

Y ahi es entonces que estando en la parada del colectivo se demora la mañana. Y ya no depende de uno, y de las ganas de ser puntual. Levantado y salido corriendo, sin desayunar, el frío se siente solo cuando uno espera el colectivo y este se hace rogar. A la distancia no se divisa la llegada del movil, y entonces recién entendemos que cada día es único e irrepetible, que cada día el colectivo solamente viene cuando viene. Y entonces es cuando entendemos que todas las cosas que nos pasaron en nuestra vida ya no volverán a pasar, y esto confirmará la regla de que muy difícilmente volvamos a pensar en eso que nos habíamos distraído pensando, sobre tal o cual cosa, ni siquiera cerca de eso estaremos... sí quizás parecido, o no. Entre las cosas que una persona durante el día, no queda nada. A veces uno piensa que algo ya ha sido pensado, y que está completándolo con un nuevo pensamiento: los discursos se mezclan, se recuperan, pierden exactitud. Ya ni se sabe.
Esto mismo, por ejemplo, sólo lo puedo pensar ahora, que ya estoy despierto y desayunado hace rato, y la mañana corre fiel, hacia delante, hacia el mediodía, momento en que levantaré mis bártulos y pasaré a otra oficina, la oficina de la tarde, la de vivir en paz con el mundo.
Pero el asunto no es ahora, este punto tan indefinido como preciso. No, el momento es la parada del bondi, y todo lo que hubo desde que abrí los ojos y sin prisa me lavé la cara, y me puse un jean, elegido sin cuidado, porque ahora vivo sin cuidado, y una remera, elegida sin cuidado también. Sencillamente, la ropa de mi guardarropas que junta restos de mis épocas de toda mi vida. Es como si me pusiera y llevara a cuestas mi propia historia. Este pullover, comprado en tal lugar, en un paseo de mediodía con tal o cual persona, o solo. Quizás siempre haya estado solo, quizás siempre estemos solos. Y las personas van pasando y eso nos hace sentir más solos, pero no, están, ahi, nos acompañan, nos dejan sus palabras que se transforman en nuevos discursos, en nuevos viajes, en nuevas tramas, en nuevos pensamientos que se van hilvanando, sobre todo a la mañana, cuando esperamos el colectivo y ya no tenemos ganas de escuchar el noticiero en el que tres voces divagan sobre el clima, entre 10 y 15 religiosos minutos, aburridos en decir si el frío es lindo o feo, cada mañana, mientras muere en una calle otra persona, mientras nace en un parto normal otra futura persona, estorbos que uno no quiere hacer conciente, porque todavía el sueño no ha desvelado los ojos, y nosotros aun no hemos encontrado la calma del despertar, yendo al trabajo.


Y salí a la calle y vi el mundo, como cada mañana.

Deberíamos procurar estar cansados para la noche. Para irnos a dormir más temprano.