viernes, mayo 11, 2012

Mi ropa de Europa III

Tengo la ropa sucia. Y no tengo ganas de lavar la ropa.
Qué es la ropa y para qué sirve, me pregunto en la ducha. El agua caliente me recorre desde la punta de los pelos hasta la de los pies y yo aprovecho para meditar.  Epa. Ahora anoto y no soy exacto. No es esto mismo lo que he meditado. Ya lo he olvidado.
Entonces me desvisto otra vez, para ver si puedo recordar, y no es cierto. No me acuerdo, no puedo volver a meditar lo que estaba meditando hace un rato. Ahora trabajo incesantemente en este texto de Europa. Allá la ropa es diferente, allá la ropa es linda, es a la mode. Ahora sí me puedo acordar de algo que alguna vez he meditado pero no es exactamente lo que medité en esa ducha. Pero es algo.
La ropa es sagrada. Es leña en el fuego, leña leña y leña. Lo digo en el sentido de la ropa del otro. Es ropa de oro, es tela de satén, es seda del japón. Así es el deseo cuando quiere tocar lo que no está permitido. Lo quiere, y no va a claudicar en el intento. La mano viaja irrespetuosa hacia la ropa del otro, es un movimiento de desvestimiento. Quiere sentir la suavidad de esa tela que viste al otro, y cuando la siente en la yema del dedo se estremece todo uno, y el deseo aumenta.
Pasa todo el tiempo. En la calle, cuando pasa caminando vestida de oficina, antes de pensarla desnuda la piensa desvestida, o mejor dicho en el acto mismo del desvestir. Todo lo que viste embriaga, como el vino al mediodía.
Y después que el deseo se ha cumplido, y ha mudado a otro lugar del mundo, esa ropa en el piso, que se va juntando, de algodón, puro algodón, 100% algodón.

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