jueves, junio 30, 2011

NYCV

Ya casi me olvido de cómo había comenzado todo. Me despertó una señora, me hablaba en inglés, un inglés medio raro. Yo le dije “un momento” y reactivó su discurso con más dureza, un inglés muy veloz, que curiosamente podía entender perfectamente a pesar que hablaba muy rápido. Repetía “aorita aorita”, qué significará en inglés eso? Lo busqué en el diccionario pero no lo pude encontrar. Por lo menos entendí que tenía que limpiar.

Era el momento de conocer Nueva York. Lo supe. Desayuné algo así nomás porque en el hotel ya no nos daban nada, ni a mí ni a mi ansiedad. Y salí a caminar. Y caminé por una larga calle todo a lo largo. Y ahí descubrí lo que es vivir en la ciudad que nunca duerme, ni la siesta duerme. Eran las 3 de la tarde, dónde está la gente, me preguntaba. Seguro que trabajando, o en el casino, o en el bar tomando una chocolatada. Milk shake se llama. Fui a uno y entré y me pedí una chocolatada. Ahí me di cuenta que esta gente está todo el tiempo pensando en otro idioma. Cómo hacen?

Hablan en un código raro. E incluso ponen caras ininterpretables. Y lo peor, no entienden nada de lo que digo, o no quieren entender. Yo les digo “what street” y pareciera como que no estudiaron en la misma academia que yo. Deberíamos pasar al español, sería mucho más sencillo, para ellos y para mí.

Qué melancolía. Caminé esas calles tan deseadas, pero era todo raro. Toda la gente caminaba hacia delante como en cualquier otro lugar que ya conozca. Ahí me di cuenta que el mundo es mundo por todas partes, y que las gentes son todas más o menos parecida. Ya lo sospechaba yo, pero esta es la confirmación. Si es Nueva York es así, tiene que serlo en todos lados, incluso en el Himalaya. Esos cuerpos, todos tan seguros, tan frágiles, tan contexturizados, caminando siempre hacia delante, siempre yendo hacia un lugar, a veces intercambiando un saludo, interactuando con sus manos, con sus caderas, con el mundo, con la mesa, con la silla. Es como que de repente me hice conciente, y ya eran las cinco en ese momento. Y fue un momento memorable de mi vida, un momento que recordaré por siempre de los siempre, el momento quizás más revelador de mi vida, y lo pasé en Nueva York.

Pero no debo dejar de anotar que ayer mismo pasé un momento importante en mi vida, y eso quizás esté a la par de este momento de hoy. Me pregunto cómo pueden haber tantos momentos importantes en tan poco tiempo. Uno se pasa la vida como en estado inconciente, y de repente momentos definitivos, de esos que decís es un antes y un después, te pasan todos juntos en dos días. Quizás sea que todavía estoy conmovido con lo que pasó ayer y ahora vivo todas estas revelaciones como consecuencia.

Y fue cuando miré por la ventanilla del avión que se venía a pique. Estábamos perdiendo altura rápida e infaliblemente, era el final de nuestro vuelo y de nuestras vidas. Era de noche pero la vi, volaba al lado nuestro, sentada en la guadaña como si fuera la escoba de una bruja. Como si la guadaña fuera el porshe de la escoba de bruja que sería un peugeot 206. Cruzamos nuestras miradas y fue como que me dijo “qué te pasa gordito?, tenés miedo?”, yo inmediatamente miré a la señora de cerca de mí que venía concentrada en hablar con otro, menos mal, pero necesitaba comunicar que nos moríamos. Volví a mirar y como que me salió decirle “qué afilada que venís este año”. Me rascaba la axila cuando me guiñó el ojo y saludó, se fue para el otro lado como dándome tiempo a que hiciera algo más en esta vida… como anunciando que ya dentro de poco iba a venir por mi. El avión inmediatamente se acomodó y aterrizó y mi corazón volvió a latir con normalidad aproximadamente una hora después, en el preciso momento en que salía del baño laberíntico.

Ese momento no me lo olvidaré jamás, como este mismo momento en el que llega mi primer pedido de pollo frito.

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