martes, junio 05, 2007

it is the lolo's guitar

viene llegando un texto interoceánico
de J.A. P., Revelación


Ahí estaba. Tirado en el suelo, en una posición que parecía bastante incómoda. Las piernas flexionadas hacia la derecha y el tronco, como despreciándolas, apuntando al cielo, aliado con la cabeza, que miraba hacia la izquierda. No se distinguía su estado. Yacía inmóvil. No se sabía si estaba dormido o muerto. El caso es que formaba parte de un extraño paisaje. En el aire había una suerte de caótico misterio y apacible mansedumbre.
Despertaba la curiosidad de quienes pasaban cerca. Entre los que se han detenido a observar estaban la señora Delia, con su gran cuerpo al que le costaba poner en movimiento, pero una vez que lo lograba era tan activa como una atleta olímpica; Nicomedes Córdoba, la coqueta señora de la esquina, en su regreso de la peluquería adonde concurría una vez por semana para retocarse la permanente; Don Sixto y don Vicente, que simplemente pasaban, aunque este último no pareció sorprendido y le restó importancia.
Poco a poco la gente se fue juntando alrededor y cada uno hacía un comentario, tratando de aportar un dato para encontrar una explicación razonable al singular espectáculo que el destino les obligaba a presenciar. La detención de autos, motocicletas y todo tipo de vehículo que por el lugar pasaba generaba un desorden en el tránsito que afectaba a gente más alejada que no entendía (pero pronto sí lo haría) lo que sucedía unas cuadras más adelante.
Y allí estaba. En reposo y con una expresión de serenidad en el rostro que se transformaba en incertidumbre el las caras de los presentes. Prolijamente vestido, aunque su posición no le favorecía demasiado. No tenía corbata. Nunca usaba. Perdón, sólo una vez había usado una; para el casamiento de Mario con la chica esa que lo conquistó con un fernet. Pero eso es parte de otra historia.
Lo cierto es que mucha gente pasó la noche en el lugar. Algunos se acostaban en la vereda porque eran vencidos por el sueño, otros seguían proponiendo hipótesis que nunca iban a poder ser demostradas y otros simplemente estaban. Ya habían llegado algunos personajes de pueblos vecinos, cuya indiscreción los había hecho viajar algunos kilómetros.
A veces el tórax parecía hincharse, por eso daba la sensación de que respiraba, pero de repente quedaba como embalsamado, inmóvil. De cualquier manera nadie se había animado a tocar porque transmitía un sentimiento de terror que paralizaba a quien lo intentaba.
Por la madrugada, los primeros en retirarse fueron los médicos y los sacerdotes, fastidiados por no haber podido encontrar una explicación a tal fenómeno. Muchos tenían que concurrir a sus respectivos trabajos y también tomaron la decisión de abandonar el lugar. Los más jóvenes a la escuela y las viejas chusmas ya habían agotado todos los temas de conversación (que por cierto ya eran otros que nada tenían que ver con lo que estaba sucediendo) y también decidieron marcharse.
A las diez y treinta y siete de la mañana, cuando la linda “Florcita” pasó por el lugar… ya no estaba.

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