miércoles, enero 24, 2007

final

el pañuelo es rojo. al cuello, a lo miliciano. ni pistola ni facón. tampoco sombrero. si un poncho, para la noche.
la pampa es grande, dice. no hay nadie que lo escuche. no dice más nada, no hay nadie. se sube al caballo, por la derecha. es un zaino. la guitarra queda tendida en el piso, deshecha. hay una cuerda que quedó colgada del árbol, era un ombú.
el caballo echa a andar, hacia el poniente, hacia la frontera. se va alejando el gaucho alejo, para siempre, para nunca jamás. el sol todavía está alto, de media tarde para tardecita, la hora en que los tordos picotean la gramilla y la albahaca surte perfume al viento. pero no hay viento, no hay nada. tres pajarones más dan vueltas en la escena, desaparecen. la silueta se va empequeñeciendo. va desapareciendo en el horizonte. de repente el caballo se cansa. alejo se baja, se acomoda las polainas, y sigue caminando hacia el poniente.
llega hasta el final, donde parece que no hay más nada, donde la pampa puso un telón. lo corre con una mano, observa. no hay nadie, en el teatro no hay nadie. se baja del escenario, recorre entre las butacas, llega hasta la puerta que está entreabierta. no hay nadie, en la boletería no hay nadie, y cincuenta pesos.
sale a la calle y camina hasta la esquina. luego hacia el oeste, hasta el final del pueblo. el sol sigue bajando, atardeciendo invariablemente, despiadadamente. llega adonde el campo sembrado de nada tiembla, adonde ya ningún edificio se atreve a ser construído. sigue caminando hacia el poniente, hacia el lecho solar.
el gaucho alejo se aleja, incolumne. sin mirar hacia atrás. se aleja por donde no hay camino, hacia un lugar desconocido, adonde van los perros a esconderse a morir.

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