lunes, junio 03, 2013

La poesía del yo tiene todas mis limitaciones





Hace unos años escribí un libro. Como siempre sufrí estos problemas de concentración que se acentuaron con el tiempo y su sucesión de productos tecnológicos que cada año distraen más y más al vulgo en la contradicción de mano de obra y potencial cliente, se trató de un libro muy breve, y de poesía. Mi actitud al escribirlo fue irónica, en el sentido de que fue escrito con descuido y vehemencia, pero la condición rectora que lo concibió y la posterior desaparición de las tres únicas copias impresas, lo llenan de dignidad y franqueza: había tomado la decisión de elidir por completo los pronombres personales de la primera y segunda persona.
No es que tenga algo personal contra esos pronombres personales, pero sí creo que hay que quererse mucho. ¿Cómo se quiere una persona? Siendo auténtico, pienso. O pensé en ese momento. Ser auténtico no dice nada de los pronombres personales, pero cada uno sabe qué significa la autenticidad en cada caso. En el mío, significó aceptarme en la vergüenza de no sólo no ser genial, sino en la de la excesiva simpatía que a muchos no les caía del todo bien.
¿Qué tienen que ver estos rasgos de la personalidad con el ejercicio de la poesía? Pues bien, en la poesía del yo, no todo es ficcional. Valoro mucho a aquellos que pueden salirse del ensimismamiento, de la línea del pensamiento, y practicar las voces de otros, existentes o inexistentes en el mundo real (¿qué es el mundo real, ahora?). Yo tuve que escribir ese libro en donde no se dijera la palabra tú, que supusiera un yo que era la palabra que nombraba todas mis limitaciones.
Con ese condicionamiento se puede hacer cualquier cosa. En definitiva, la poesía es el lugar (pongamos que sea un lugar), en el que se puede hacer cualquier cosa. Y podría agregar, donde cualquier cosa puede ser hecha y está bien. Pero no, todos sabemos que no está bien. En el país de la poesía hay problemas políticos muy graves, y todos se refieren a los medios de comunicación. Se está debatiendo una nueva ley de medios, aunque hace rato que salió la ley de igualdad ante la justicia para la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en el país de la poesía.
Me replegué, no quise opinar sobre esos problemas políticos, ni formar mi propio partido. Hice la mía, muy personal. No podía escribir tan bien ni tan mal como los otros, no quería llamar la atención aunque mi naturaleza simpática me llevaba a sonreir a diestra y siniestra, aun cuando quedara como un figurante, en diferentes situaciones. Pero no me importó ni me importa lo que piensen o dejen de pensar los sonreídos por mí, eso estaba y está en mi configuración, y mi memoria ram desactualizada también. Elegí pensar en ese momento que si la poesía es música, yo tenía que bucear un poco más en el sentido de esa música. Es difícil pensar en la música y en la poesía sin querer alcanzar una perspectiva histórica y más con la contemporaneidad del rock. Pero la poesía va guiando a quien desea saber su sentido, le va explicando el por qué de las palabras. “Antes”, pareciera decir la poesía, “poesía era todo”. Y señala todo el país de la poesía y lo que hay más allá. “Pero fueron conquistando territorio. Antes en la poesía se contaba la historia de los héroes en las guerras, de los gimnastas en los juegos olímpicos, de los reyes en el ágora, del teatro del escándalo de los muchachos de la farándula y la relación con sus madres. Pero muy pronto la gente se fue cansando de siempre lo mismo y los sentidos de las palabras fueron desmembrándose unos de otros generando nuevos sentidos y nuevas lenguas vernáculas. Entonces hubo que inventar el ejercicio de la traducción, fue una época cruel porque no todo el mundo podía acceder al ejercicio: la edad media de la poesía fue pura música instrumental. El mundo se olvidó del sentido de las palabras, la gente era huraña, no se hablaba, se cabeceaban para invitarse a bailar, se gruñían para tener sexo. Los pocos privilegiados que pudieron conocer más de una lengua se pusieron a corretear con un asunto de la medida”.
Ahí surgió el mito de la rima: ¿qué es la rima sino un invento de los vagos traductores de la edad media de la historia de la poesía? Tremendo: casi nos hacen creer que la rima era una de las formas de la memoria. Cómo se podría comprobar eso, si las lenguas que no conocemos no podríamos saber si contaban o no con rimas. Sin embargo yo llegué a pensar que el ritmo y la rima eran fundamentales en la poesía, porque asimismo eran fundamentales en la música. Porque la poesía cumplía, para mí, un rol fundamental que era la de ser una expresión que dijera donde tuviera que decir y cada vez que tuviera que hacerlo, la memoria de algo que realmente fuera digno de no ser perdido, o sea, el registro de algo que fuera de algún modo fundamental para la vida y la existencia de una sociedad. Estaba llegando al primer grado de la ficción: creí. Pero uno a veces se la tiene que jugar, quemar las naves, creer en algo. No me pueden decir que no creí, no aceptaré tal reproche.
Los sonetos fueron un ejercicio hermoso. Personalmente me posibilitaron el intercambio en muchos sentidos con personas realmente hermosas. Yo pensaba que los sonetos eran lo máximo que le había pasado a la humanidad en mucho tiempo, y que mi personalidad si sentía a gusto dentro del soneto: dos cuartetos que ponían en juego al mundo entero, y dos tercetos que servían para poner de rodillas a cualquiera. El ritmo del endecasílabo es imborrable, es completamente occidental: no hay posibilidad para el jazz en el endecasílabo. Pero los músicos del jazz lo saben, no se puede hacer música sin tener previamente una noción profunda, un conocimiento extremo del ritmo. Y el ritmo, a diferencia de lo que enseñan las maestras de la escuela, no está dado por el silabeo, la separación en sílabas. Las entiendo a las profes, cómo se hace para explicarle a los niños la noción de acentuación. Lo pienso y recuerdo a mi profe, pateando el piso y golpeando el pizarrón. Pobres, hay personas que no pueden tocar ningún instrumento.
El ritmo está en los acentos, discutimos con Leo. Él también andaba contando acentos en la música que tocaba. ¿Cómo se cuentan los acentos? Es una percepción que se desarrolla agudizando y sincronizando el golpe básico rítmico que es el latido del corazón y la percepción del mundo en el canto de los pajarillos del campo. Pero cuando interviene la máquina, cuando pasa la cosechadora, eso no podemos obviarlo.
“En el país de la poesía el tuerto es rey”, parece decir la poesía. Y yo no fui ni siquiera tuerto, sino un autoexiliado. Se venía la dictadura de los que saben el significado de las palabras, y yo era un montonero que reivindicaba la historia de las palabras, un total desacomodado. “Porque para hacer poesía” supe decir en conferencias de prensa en las que me miraban como miran los periodistas a los entrenadores del real Madrid, “hay que hacer un recorrido, hay que exigirse, desafiarse. Para ser Picasso, Picasso tuvo que pintar muchísimo, estudiando las maneras de sus antecesores. Qué sentido tiene que yo quiera ser Picasso como punto de partida”.
Parecía convincente. Pero no había picassidad en todo esto. De tanto darle al ritmo, a la rima y al cuerpo alegría macarena, uno corre el riesgo de olvidarse de otras cosas que son importantes, como el valor de las palabras. Los valores no son precios, sino sentidos últimos, es decir, lo que cada palabra es por la carga representativa que viene dada históricamente por la cantidad de veces en que fue nombrada, y los múltiples sentidos que pudo haber disparado. Un disparate, digamos, había viajado al renacimiento y me olvidé de pasar por las vanguardias.
Mi amigo Juan dice siempre “sino vamos a aprender algo de todo esto, estamos en problemas”. No digo que lo diga así exactamente, pero el sentido es ese. Ya no puedo escribir poesía, ni leer poesía. No creo que ella esté enojada conmigo, pero no le intereso en absoluto. No digo que me desdeñe, quizás yo haya prometido mucho más de lo que podía dar. Quizás la poesía haya esperado de mi algo que yo no sabía dar, no le di toda mi vida entera.
Ahora, en este avión en el que se abre la compuerta, no puedo corroborar si el paracaídas que me dan está en buen estado. Quisiera decir un verso más, y no tiene ninguna importancia. La última vez que comí no tuvo importancia, la última vez que me detuve en una vidriera vi un jarrón, la última vez que corrí fue hace un par de años atrás. Se terminan las temporadas de caza y pesca del yo, que soy ahora solamente un pronombre personal. Maldición, no entiendo qué puedo decir de mi si quisiera volver a escribir poesía, ni siquiera sé si en el eventual caso de escribir una poesía bajo una voz de mentira, una voz ficcional, si esa voz se atrevería a hablar de su yo con la contundencia con que popono dice “primero yo segundo yo tercero yo”. Y ese yo, que puede percibirse como una pauta rítmica, cuya “o” es como el bombo que retumba en la sala, y las metáforas enumerativas que nos acercan cada vez más al otro, que cuando dice yo también nos atrae, como imanes que se buscan y se encuentra.
Si todos dijéramos yo al unísono, qué sería del mundo. Hay chicos que les gustaría probar, experimentar a ver qué pasaría, seguramente estarán poniendo en las redes sociales de la internet “hoy a las 20.30 horas y diez segundos horario del país de la poesía vamos a decir todos juntos y a la vez diez veces el pronombre personal “yo”, a ver qué pasa, porque en la biblia de los ermitaños dice que de esa manera el mundo puede florecer, pero en la sagrada escritura basaldí dice que no pasa nada. Dale compartiiirrr”.
Como saben, la poesía también goza de nacionalistas extremos. Ya no sé en qué país vivir.

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