viernes, febrero 08, 2013

un cigarrillo se enciende y es una brasa. La brasa, a la mañana, junto a la pared, sostenida por la mano de la chica apoyada en la pared, a la hora incierta, de color y los lentes de sol. Es la mañana y el humo del cigarro no tiene nada que ver con la necesidad de llevarlo a la boca y aspirarlo, como si fuera un palito que nada tuviera, y entonces se quemara y en el calor de la combustión un humo atravesase el palito y llegase a los pulmones, al pulmotor, al pulmotorax, generando quizás una sensación de bienestar, sí, o de congoja, o de desanudamiento de la angustia si la hubiera, en definitica, una sensación de necesidad de sostenimiento, y el proceder directo de la conciencia flotaría sobre otras aguas, otras palabras, y el humo, por un acto reflejo, saldría despedido con fruición, por la boca, en el mismo hálito vital, y fuera. Muchos fuman, por la mañana, no los entienden los que solamente fuman por la noche, que no son comprendidos por los que no fuman, en el afán de no comprenderse los unos a los otros.

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