lunes, julio 04, 2011

NYCXVI

Encuentros con la policía de Nueva York. Qué presencia, señora. Están en todos lados, saben todo.
Me ven pasar y no soy un sospechoso. Pasa el power ranger rojo y ya lo miran mal, pero a un tipo como yo que tiene su visa, su pasaporte, su cara europea, todo bien, te miran e incluso te saludan. Qué buena es la policía de Nueva York, jamás imaginé que diría algo semejante. Enseguida están ahi para ayudarte, ante cualquier reclamo, cualquier necesidad. Entrás a un negocio y te parece que te están cobrando de más, ahi está la policia para intermediar. Vas caminando y te llama el policía y te dice si serías testigo por el robo del pancho al panchero de la esquina. Vos le decís nou comprendou y te dejan en paz.
La policía me pregunta si tengo algo que ver con el crimen de la vecina que mataron ayer, yo le digo que nou comprendou, y está todo bien, además ya me estoy yendo, qué quieren que les diga, está todo bien, cada minuto de mi vida en Nueva York vale lo que el oro, no tengo tiempo para perderlo en policía, por más bien que te traten.
Bueno, hoy me tomé la lancha y me dejó por acá, con el monkey de la música. Me hace acordar cierta canción de cierto artista de mi país. Pude visitar ciertos lugares, sí, muchas cosas que se ponen en contraste con la ciudad innombrada, donde suelo vivir. Acá hay una ciudad, la ciudad de mis sueños, allá suele haber una ciudad, anclada, demandada, cotizada, reventada. Así se llaman los barrios de mi ciudad, que tiene dos caras, una pampeana y otra litoraleña, como si la propia ciudad representara un límite, como si una de sus calles, oroño ponele, marcara el final de la pampa húmeda y el principio del litoral, y viceversa. De acá para allá llueve y es bueno porque favorece las actividades agropecuarias, pienso, ponele, pero de acá para allá se mojan los pescadores en el paraná cada vez que llueve.
No, lo pienso otra vez y es imposible escindir una cosa de otra. Está claro que el tipo pampeano, el tipo de la llanura, no piensa en términos de economía ictícola, no come pescado, digamoslo llanamente. Pero una cosa no se puede dividir de la otra. Es el mismo frío que me espera allá, la semana que viene, cuando vuelva a casa. Hoy me llegan noticias de que hace 3 bajo cero, y yo tomando un matecito al sol, las viejas de Brooklyn en la vereda, los pibitos corren en la esquina.
Hace mucho calor, es la hora de la siesta. Un negro toca el timbre de una negra. Dentro de un rato se escucharán gritos, le hará un hijo negro. Pasa un maricón con una pizza de entrega. Comen pizza al mediodía, la pizza de Luigis. Este es el paisaje nuevayorkino. Vos te reís, pero lo viste en una película de Spike Lee. Pasa la tarde, mansa, como en cualquier barrio zanjado de rosario, en que la tarde pasa mansa, como a las 3.
Cuando el calor no se soporta más aparece un padre de uno de los pibitos que revolotea con unas figuritas, aparece con un martillo o unas pinzas. Parece que va a reventarle la cabeza al dueño del sol, al que trae este calor que ya es insoportable, calor que ningún aire acondicionado ya puede apaciguar. El calor ese que te hace sentir que estás viviendo en el mismo horno de dios, y que los hijos de dios están esperando que saque del horno doraditos nuestros cuerpos, para comernos mejor. No! dice uno de los hijos de dios, a mi me gusta sequito! Entonces el horno no para de cocinarte. Y el padre de uno de los pendejos golpea en el sombrerito de un banquito que hay en todas las esquinas de Nueva York pero este es en la esquina más mansa del barrio más manso de Nueva York. Entonces sucede la magia.
El arco iris sale en un día sin nubes. El cielo está azul increible, la tarde te hace llorar de la emoción. Estás en Nueva York. Entonces las criaturas de todo el barrio se colocan debajo del chorro potente del agua de los bomberos y apagan el fuego que dejará con hambre a los hijos de dios, y todos nos metemos debajo del chorro y todo el barrio se moja, y cuando todos están más frescos y ya son las 4 y media de la tarde y las señoras se acomodan en sus sillones y sus reposeras en las puertas de las casas, entonces los pibes dejan de solo mojarse y empiezan a jugar y a saltar en la calle encharcada, y gritan y cantan. Es Nueva York, la última postal detenida la guardo en mi retina. Mañana tengo una reunión y ya se termina mi viaje. Debo regresar al frío, al invierno, a la pampa húmeda. Al café con leche, al fútbol para todos, a los amigos contando las bromas de siempre, al vino agrio, a la cama, a la almohada que ya no sé qué sueños me traerá porque el sueño de Nueva York se ha cumplido.
Podría empezar a soñar con un auto. Y cuando tenga un auto soñaré con otro auto mejor, o con una casa mucho más grande. Sueños capitalistas. Deseo de tener. Deseo detener. Detengo este razonamiento estúpido, me detengo en el medio de una calle para que me pise un camión, para que me lleven al hospital para quedarme más tiempo en Nueva York, para quedarme a vivir en Nueva York, lejos del frío, lejos de todo lo que me muele la cabeza, lejos...
Pero en Nueva York no te pisan los camiones, todas son sendas peatonales.

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