jueves, agosto 14, 2008

me confundo en el estío

a los 14 años renuncié a ser un profesional de los deportes. me había enamorado perdidamente de una mujer e intentaba llamarle la atención. me la encontraba por las tardes, fingiendo sorpresa por la casualidad.
ese verano, en vez de dedicarme a enamorarla comencé a tocar el trombón. había heredado uno de mi abuelo materno, y el talento lo había comprado con unas partituras de Chopin, pero era el más barato, por lo que me duró ese año nada más. aun asi, a la primavera siguiente no decliné cuando creí encontrar mi verdadera vocación: la de escultor. la madre de un amigo había comprado arcilla al por mayor, en realidad la había recibido como vuelto de un trabajo realizado en una finca privada, algo así como un puente en medio de un bosque... nada. fuimos a disfrutar de la arcilla, yo hice unos jarrones, mi amigo hacía figuras femeninas. entonces intenté hacer una máscara: al principio parecía una forma montruosa, pero después fue tomando los rasgos de una mujer sólo conocida en mis sueños. era como una pachamama que me hablaba y yo solía despertarme a los gritos y bañado en sudor. la máscara, en cambio, no hablaba. tenía la nariz fina y respingada, los pómulos apenas marcados por una sonrisa, los ojos bien abiertos. esa noche tuve prurito y no pude dormir bien, al día siguiente la máscara desapareció en el fondo del tacho de la basura.

en el verano de mis 23 años viajamos con unos amigos a las sierras. habíamos alquilado una casa vieja en medio de la montaña, a 20 minutos de un río que, se decía, era el paraíso. allí, en un lugar recóndito, se podía optar por la pesca o la espía de unas bañistas muy agraciadas. no se podía hacer las dos cosas al mismo tiempo.
yo no sabía pescar. lo había hecho cuando era muy chico, en un lago de montaña, dos o tres mojarras que me hablaban en chino y a las que yo respondía en sueco. una vez me pasó entre las piernas una trucha, pasó y se fue. yo comí una trucha a los 17 y me acordé de que una me había pasado por entre las piernas. pensé que podía ser esa. tenía un sabor parecido al pollo. después del episodio de la pesca ya nunca más fui a pescar; en realidad nunca se dio la oportunidad. es que era más de campo, más de yerra, matambre y costilla. los veranos en la época en que se trillaba no me perdía por nada la experiencia de la pampa.
entonces eramos dos o tres que mirábamos a las chicas y alguno que pescaba. nos turnábamos. las chicas comenzaron a sacarse la ropa y en un momento estaban todas desnudas. desde lejos no se veía bien, parecían bastante huesudas. pero eran chicas. llegada la hora del crepúsculo esperamos a que se cambiaran y pasaran caminando cerca nuestro para invitarlas comer algo o a bailar. ellas mismas tomaron la iniciativa y nos invitaron a tomar unas copas en su casa. esa noche fuimos muy bien vestidos, perfumados y esperanzados. ellas nos estaban esperando con una coctelera repleta y peinadas muy graciosamente. al día siguiente me di cuenta que había tenido miedo a las mujeres desde mis 12 a los 23 años, y que a los 14, en esos instantes callejeros, aun en la espera y en la esparanza, era inútil, había sido todo inútilmente.
pero de dónde salía ese temor? y cómo dejó de ser angustia para desaparecer?

No hay comentarios.: