miércoles, agosto 20, 2008

el pobre edgardo

un texto de juan lopez, mi amigo.

El pobre edgardo murió en un accidente automovilístico, amén de la tragedia creo que la razón última de su desaparición fue la leche.
Edgardo no consumía leche, no era amigo de las ubres y derivados, vaya a saber porqué. No era hindú, ultra, si es que eso importa y tampoco veía una vaca y se ponía a llorar. No pudo quemarse con leche, siempre la tuvo lejos, ocultada, indeseada.
En la vida de un niño los lácteos llegan a ser muy importantes y son parte constituyentes de la dieta diaria; se encuentran en la tabla alimenticia de los diez mandamientos, transgredir es pecado. Edgardo pecó, fue castigado, y hasta donde yo sé, existe un dios que ama las vacas de las que os vais a beber su amargo y blancuzco líquido.
Desde esta perspectiva reemplazar la ceremonia del café con leche, en su defecto chocolate, por una jubilosa mezcla de mantecados y cocacola es cuanto menos, un sacrilegio. Edgardo lo hacía, pues, de modo habitual. A mí, particularmente, me escandalizaba, pero jamás imaginé tal fatalidad.
Jocoso, reía, disfrutaba en su ignorancia al beber cada sorbo de coca-cola. Leche, jamás. Yo sufría por él y por mí. Cada copa que ingería, peor me sentía, más débil y vulnerable. Cada trago del líquido imperial era una ubre mutilada, censurada en su fin. Compensaba esta falta ingiriendo lácteos en forma desorganizada y voraz, una expiación voluminosa y contundente. El cuerpo no la resistía y sucumbía, la leche hacía su camino de regreso.
Me gustaba la leche pero nunca tuve una vaca de mascota, no se me hubiera ocurrido, a ellas les gusta pastar y yo tenía un espléndido jardín. Una vaca regalada hubiera sido un incordio aunque la habría aceptado.
Y nunca toqué una ubre, pero me hubiera gustado, son un manantial de felicidad. Esta de más decir que edgardo no compartía en absoluto mi parecer. Él no hablaba de religión, ni de política ni de vacas. En realidad de las dos primeras tampoco decía mucho yo, es que éramos muy pequeños para dialogar acerca de esos tópicos.
Yo le preguntaba del porqué de su rotundo no a las vacas, y solo respondía:”que creo sencillamente que la cocacola sabe mejor, entonces porqué habría de cambiar”. Intentaba consolidar mayores argumentos y le hablaba de sus funciones proteicas y él tan solo desaprobaba con la cabeza. “las vitaminas y eso, son como los rayos de Mazinger Z: no existen”.
El no consumir leche volvía a mi amigo, en cierto modo, extravagante. Lo hacía un tipo particular, alguien del que se podía decir, “el que se caga en la leche”. Sin embargo solo ese aspecto era propicio realzar, en lo demás Edgardo era un chiquillo común y corriente, aunque de facciones desestandarizadas, lo que también lo volvía extravagante. Y si algo no podíamos ocultar era su coraje, su sonreir temerario cuando nos veía merendar y tomar nuestra “lechita”. Observaba pero no agredía, estaba convencido de que su rechazo a lo vacuno le daba aires de superioridad. Casualmente nosotros creíamos lo mismo, excepto nuestros padres que pensaban que era un boludo tanto por su modalidad nutritiva o bien por su manierismo.
Pero sentarnos en su parque, comiendo galletas y burlando las leyes de la dietética era un festejo, un acto de rebeldía, el rito de una cofradía.
Mi amigo Edgardo murió, y sostengo que las razones metafísicas de su muerte están directamente vinculadas a la leche. Agregar que su deceso se produjo cuando su camión atropelló una vaca, es tan sólo un detalle.

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