lunes, julio 01, 2002

para cesar aira

César Aira y los estallidos de impureza

Con motivo de la conferencia que dictó en Chile, el prolífico autor argentino conversó sobre su inclinación por los autores excéntricos, su rechazo a las vacas sagradas y la dificultad para escribir novelas de "verdad", como las de Dickens y Flaubert



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Es uno de los pocos escritores dispuestos a sacrificar la calidad, la profundidad o el sentido de una novela por el simple placer de inventar algo nuevo. "Entro lo bueno y lo nuevo, mil veces lo nuevo", repite una y otra vez César Aira (1949), inventor de cuarenta... cincuenta... quizá sesenta libros donde la aventura se mezcla con la fábula; el humor, con la paradoja; el pensamiento, con el delirio. Desconcertantes y siempre breves, sus novelas o "novelitas", como él mismo precisa, son fruto de una encomiable autodisciplina: en un café del barrio de Flores, donde vive desde hace más de una década, Aira escribe una página diaria con el mismo espíritu que animaba a Stubb en Moby Dick : "No sé muy bien lo que me espera, pero, de cualquier modo, iré hacia eso riendo". Experimentos científicos, guerras entre pandillas, conflictos conyugales y accidentadas travesías se suceden a un ritmo vertiginoso, serial, poco frecuente en la literatura "seria". Por lo mismo, resulta inevitable que sus lectores se pregunten, tras acabar La liebre , Cómo me hice monja o El llanto , si el autor es demasiado inteligente o simplemente un frívolo. Y es probable que la respuesta esté en el medio: Aira recupera el gesto del aficionado y juega con la banalidad con tal de hacer lo único que en definitiva le importa: contar una historia. El arte como acción pura. O mejor: pura invención. Aira inauguró en Chile el ciclo de conferencias "La valija del siglo XX", iniciativa organizada por la Universidad Diego Portales que durante esta temporada plantea la pregunta: ¿Qué novelas llevarías en tu valija de refugiado para el siglo XXI? No muy amigo de las respuestas enérgicas, ve en actos de este tipo "una oportunidad para pensar algunas cuestiones del oficio y tratar de aclarármelas". Con la misma sencillez va contestando esta entrevista que gira, obviamente, en torno a la charla que dio en el Café Literario de Providencia, pero también sobre sus lecturas chilenas. - Aquí se dice que Chile es país de poetas. ¿Consideras que nuestra narrativa es más débil que la poesía? -Libros como Hijo de ladrón o Valparaíso o Los esclavos de sus pasiones o La tiranía en Chile no podrían palidecer ante ninguna poesía, por buena que sea. La literatura chilena siempre me está dando sorpresas felices. Cuando ya creo que he agotado todas sus extrañezas, aparece algo más insólito todavía. Los chilenos tienen una fama bien ganada de razonables y disciplinados, que hace contraste con la anarquía mental de los argentinos, pero yo creo que estas características producen una presión que a la larga estalla, y cuando aparece un raro, es rarísimo. - ¿Emar por ejemplo? -Sí. Hace muchos años, en uno de mis primeros viajes a Chile, compré Diez y al día siguiente Emar ya era mi héroe, que estudié e imité con ahínco. Más que con Kafka, con quien lo relacionó Neruda, le encuentro afinidad con Gombrowicz. Recuerdo que junto con Diez compré el libro de Violeta Quevedo. Qué día memorable. Cómo no voy a aceptar invitaciones a venir a dar conferencias, si en las librerías de Santiago me pueden pasar cosas así. Y no sólo en las librerías. Mis amigos chilenos son generosos y me tienen bien diagnosticado: en cada viaje alguien me tiene preparada alguna golosina explosiva, por ejemplo, El hipódromo de Alicante de Héctor Pinochet. - ¿Qué significó para ti la antipoesía y qué efecto te provocó en relación con Neruda? -Espero que me sigan dejando entrar a Chile si digo que no tengo un especial aprecio por Nicanor Parra y en realidad, por Neruda tampoco. No me gustan las vacas sagradas, creo que son lo peor que le puede pasar a una literatura nacional, y cuando veo crecer uno de esos consensos de unanimidad, me pongo automáticamente en contra. - Bueno, has dicho que la obra de la Bombal tiene "pronunciadas caídas en la cursilería". ¿Es por llevar la contra? -Dejemos en paz a la pobre María Luisa, que ya bastante mal la pasó en vida. A mí no me gusta, porque no me gusta la vaguedad, ni las novelas poéticas, ni los escritores que no escriben. Pero cada cual elige lo que quiere y por suerte hay mucho de donde elegir. Cada lector es un mundo único, intransferible, y construir y habitar ese mundo, sin que nadie nos dé órdenes, es uno de los grandes placeres de la lectura. -A propósito del seminario, ¿cuál es la o las novelas del siglo XX? -Por supuesto, "novela" es una palabra y cada cual va a definirla a su gusto. Yo pienso que es un género del siglo XIX. Nació mucho antes, pero cristalizó con el nacimiento del capitalismo, registró su ascenso, y se realizó plenamente con su triunfo. En el siglo XX el nombre siguió usándose para libros que eran ruinas o deconstrucciones de las novelas "de verdad" y daban por sentada la capacidad de los lectores para "completar" lo que faltaba o quedaba en forma de jeroglífico, ya que estos lectores se habían formado en la novela del XIX. Aclaro que me refiero a la literatura propiamente dicha; por fuera de la literatura, en la llamada commercial fiction se sigue escribiendo la vieja novela decimonónica, y con gran éxito de ventas. -Aunque no haya en el siglo XX una novela a la manera decimonónica, me imagino que sí habrás encontrado personajes. -La deformación profesional me impide entrar alucinatoriamente en el mundo de la ficción, como cuando era chico y leía las novelas de Salgari. Cuando leo ahora no puedo olvidarme del hecho de que estoy ante un artefacto lingüístico, y sin ese olvido es imposible identificarse o conmoverse con los personajes. Mi personaje favorito siempre es el autor... pero ahora que lo pienso, veo que hay una excepción y es Dickens. Con él es imposible no volver a ser el lector adolescente que se lo cree todo, que convive con los personajes, se preocupa por su suerte y en la última página se despide de ellos con un desgarramiento. Hay algo mágico en Dickens. En sus novelas, siempre superpobladas, hay miles de personajes, y aunque aparezcan apenas durante cinco líneas, todos tienen vida y son memorables. - Se dice que el futuro de la novela está en el cruce de géneros. ¿Estás de acuerdo? -Tengo la esperanza de que el futuro desmienta todas las profecías, así que no quiero hacer ninguna. La mezcla de géneros viene de lejos. Ya Herodoto es una combinación de ficción con ensayo, crónica y autobiografía. La deconstrucción de la novela en el siglo XX nos devolvió a esas mezclas, después del período de "novela pura" del siglo anterior, cuyo ejemplo más extremo fue Flaubert. Pero lo que prefiero de Flaubert es Bouvard y Pécuchet , que es un maravilloso estallido del género. La pureza nunca dura, por suerte. La impureza es estimulante y liberadora -Tú rescatas el sistema de creación de las vanguardias, que hoy son consideradas ingenuas, pretenciosas o simplemente pasadas de moda. ¿Qué actualidad tienen para ti? -"Vanguardia" también es una palabra. Baudelaire la llamó "esa metáfora militar". Yo diría, simplificando y ateniéndome a mi propia definición, que siempre habrá escritores de retaguardia y de vanguardia. Es decir, los que escriben ajustándose a los gustos y las expectativas de los lectores y los que pretenden cambiar las reglas del gusto. "Escribir bien" es de retaguardia, porque los paradigmas para decidir qué está bien y qué está mal ya están determinados. El vanguardista está creando paradigmas nuevos. Dicho lo anterior, debo decir que yo no soy un auténtico vanguardista, porque me gusta demasiado la literatura del pasado. Me falta la violencia destructora del verdadero apóstol de lo nuevo. Pero me gustaría tenerla. Creo que soy un híbrido. -Ultimamente has mencionado a Fernando Vallejo como uno de los escritores vivos que te gustan. ¿Es él un apóstol de lo nuevo? -Mi entusiasmo por Vallejo quedó atrás (por Fernando, no por César). Me deslumbró La virgen de los sicarios , pero no sé si sería lo mismo si la releyera hoy. Soy un poco exagerado en mis pasiones del momento, me dejo llevar. Creo que fue La Rochefoucauld quien dijo "Admirar con moderación es signo de mediocridad". Yo que soy tan mediocre en tantas cosas, no lo soy en ésa. Pero el solo hecho de que un escritor como Vallejo despierte esas admiraciones, moderadas o inmoderadas, indica que no es un vanguardista. El verdadero vanguardista es inaceptable, inadmirable e ilegible. -Has dicho que la mayoría de las cosas que lees con placer son "vanguardistas, raras", pero que a ti la escritura te sale clásica. ¿Cuándo surge este interés por lo excéntrico y a qué crees que se deba, entonces, que se te considere un autor extravagante? -Seamos sinceros: toda biblioteca, hasta la más clásica y formal, es un catálogo de rarezas y excentricidades, cuando no de casos psiquiátricos. El tiempo suele limar las aristas y normalizar, pero aun así, bien pensado, ¿qué escritor no fue un "raro"? Uno se pregunta por qué, habiendo tantísima gente que escribe, hay tan pocos escritores buenos. Creo que es porque para que alguien llegue a ser un escritor realmente bueno tienen que coincidir en él dos cualidades opuestas: tiene que ser lo más inteligente posible, para poder escribir (que no es fácil) y simultáneamente tiene que estar lo más loco posible, para que lo que escriba valga la pena. Esa conjunción de extremos se da muy pocas veces, una en un millón, y el resultado es un Kafka, o un Proust, o un Pessoa, que es de quien voy a hablar en Santiago. -Cuando le comento a un amigo que estoy leyendo una novela de Aira, me pregunta ¿Y en qué página la arruina? A propósito de esto, ¿es intencional esa sensación de pérdida del control de la historia? -No, no es intencional. He hecho unos tibios intentos de enmendarme, pero la impaciencia siempre gana la partida. No me preocupa mucho; no quiero darles el gusto a los que me critican. Además, si ellos mismos reconocen que hay algo que arruinar, están reconociendo que había algo bueno. Creo que en el fondo se debe a que nunca les di importancia a los libros como productos bien terminados, con control de calidad. Lo que me importa, como lector y también como escritor, es el autor, su totalidad, el mito personal que construye con todos sus libros, buenos y malos, y no sólo con los libros: con su vida también.

Por Alvaro Matus El Mercurio, Chile © El Mercurio / GDA

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