martes, diciembre 24, 2013

a propósito de La casita de mis viejos

un Ulises no es solamente un ser astuto, ingenioso, valiente, en el mejor de los sentidos, porque también se lo considera un ser capaz de traicionar la palabra, o de falsear la realidad, típico en los seres astutos, o como decían cuando era chico, un vivo, un avivado, y tampoco un Ulises es solamente un viajero infortunado y errante. Un Ulises es todo eso, y mucho más, porque es también alguien que sabe contar. Ulises cuenta el final de una guerra, terminada hace ya mucho. El retiro de Ulises es un retiro real, en una isla, con una diosa absorvente, exigente, pero no menos exuberante que muchas diosas. No es la diosa del amor, pero tampoco es la diosa del abismo. Algún dios ofendido por no haber recibido su oferta de agradecimiento lo ha condenado a los padecimientos, pero conserva una aliada en todo esto, en cuestiones bien íntimas, Atenas, que lo va guiando, piadosa (apiádate también de mi), hasta Itaca.
Nos hacían leer a Auerbach, porque lo sabía todo. El tipo estaba retirado en un campo de concentración o en una cárcel lejana de todo durante la segunda guerra mundial. Entonces empezó (y terminó) de escribir un libro capital, Mimesis, que es lo que deberíamos pretender todos los que amamos la literatura; un libro en el que se analizan y se ponen en contrapunto los textos fundamentales de la literatura occidental. Analizaba y pensaba en cada texto, en un trabajo de la memoria, seleccionando fragmentos sin tener esos libros a mano, porque en la cárcel solo había desposesión. Pero quien tiene memoria conserva un tesoro para sí, un tesoro inmemorial, paradójicamente, e infinito. Y contaba que Ulises llegaba a su casa, luego de mucho tiempo, exactamente 20 años, digamos para redondear, para tener una idea. 10 años de guerra de Troya, y 10 años de errar en el mediterráneo. Definitivamente veinte años son dos historias, por lo menos. La cosa es que al volver, necesariamente encuentra un mundo cambiado, o que había cambiado en su ausencia. Su mujer, pretendida por hombres de las más diversas procedencias, insistía en esperarlo. Esperar, el sinónimo de Penélope. Buscar, el sinónimo de Telémaco: un hijo que busca al padre, es una persona que hace una búsqueda ancestral en la necesidad de comprenderse. Ser es saber de sí.

Entonces resulta que Penélope estaba muy pretendida pero ella creía que su marido podría seguir con vida, entonces no se apresuraba a conseguir nuevo marido. Esta situación se la advierten a Ulises, que con la ayuda de la diosa Atenas, que le protege el regreso luego de verlo errar sin fin y sin tripulación, lo disfraza de un viejo vagabundo que llega a su lugar natal. En su mirada puede reconocer todo, pero todo no puede reconocerlo a él. Como si hubiera sido un vaticinio, Ulises se transforma en quien dijo haber sido, tiempo atrás: Ulises es Nadie. Pero no para todo el mundo, porque un viejo sirviente lo reconoce al verle una cicatriz que se había hecho en una cacería cuando era muy chico.

No todo el mundo conoce las cicatrices de todos. Qué es lo que impulsa a conocer al otro? Otra vez me pregunto sobre el conocimiento de sí mismo, y esto también es conocer a los demás. Puedo nombrar las guerras de mis amigos, fueron mis guerras. Eso es conocer, o debería serlo. Porque reconocer (en Platón conocer es recordar) eso que nos enseñaron que se llama anagnórisis, es ir sobre lo que ya conocemos, y darnos cuenta de algo nuevo, es parte del proceso de aprendimiento: lo que tenemos que aprender ya está en nosotros, sólo hay que saber reconocer.
Pienso en mí y en mis falencias y en mis aciertos, alguien me dijo no te quiero el mismo día que alguien me dijo te quiero. Quisiera saber más de mi, y saber quién de los dos me conoce más. 
Al fin de cuentas, no importa tanto la palabra sino el gesto de reconocerse en la palabra. Ayer caminé por el centro de la ciudad natal, a la que hacía un tiempo que no visitaba. Caminé con un amigo que la habita, y noté que muchos lo saludaban mientras que a mi no me reconocían. Y yo tardaba en reconocer, en ese cruce fugaz que es el encuentro en medio de un paseo, un encuentro frotal y fugaz, tan fugaz como la vida en la perspectiva del universo. Pienso en la vida, pienso en la muerte, pienso en el jazmín del aire que se secó en mi jardín. Era acaso ese jazmín amigo mío? ya no se puede decir quién era amigo de quién, en la perspectiva de la muerte, de lo que no está, de lo que no tiene voz. Pero para qué insistir, si la memoria después hace lo que quiere. Recuerdan los vivos, se relajan los muertos.

tengo algunas cicatrices, mis amigos las conocen. no tengo tatuajes, mis amigos lo saben. ya vamos viendo quién reconoce a quién, quién se vuelve cómplice de quién en esta ruta.



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