domingo, mayo 12, 2013

playing until it rise



Y tenía problemas de memoria. En realidad no me daba cuenta de que no tenía memoria, pero ya un poco más grande empecé a ponerlo en esos términos: que no, que no tengo memoria. Era un facilismo, o una comodidad, en definitiva, decir no tengo memoria, o directamente no esforzarme por tenerla. Y ahí está el quid de la cuestión, porque para mí en realidad representaba un verdadero sacrificio hacer ejercicios de memoria. No traía aparejado ningún tipo de placer o satisfacción. Hubiera sido un horrible alumno de la escuela si por lo menos no hubiera ejercitado el razonamiento, por eso me iba bárbaro en matemáticas mientras que en los dictados me iba seriamente mal.
Fue un horror tener que aprender el dios te salve reina y madre, de la misma manera que me causó estupor, por irracional, o por racionalizarlo justamente, el cambio de la traducción de perdona nuestras deudas así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Pero lo peor de todo era no poder retener nombres de personas, lo que alimentó la creciente timidez en la que pude enmascararme hasta que promediando la adolescencia probé el néctar de la desinhibición: vino, cerveza y rocanrol.
Hasta entonces me causaba una incomodidad terrible tener que preguntarle a una persona “vos cómo te llamás” (facebook llegó para salvarnos, y/o para hundirnos). Era inaceptable reconocer que no sabía el nombre del otro, tanto como para otras personas era tan sencillo ir y preguntar. Los más talentosos, como mi amigo R., directamente te bautizaban. “Qué cara de toscano que tenés”, te decía, siempre que encontrara un cómplice con quien pasar la tarde entera diciéndote toscano toscano.
Pero si era en medio de un partido de fútbol era más sencillo. Sostengo y digo que ahí es donde se conocen las personas verdaderamente, en la cancha. Ahí no me daba vergüenza preguntar el nombre, ahí el que llegaba tarde pasaba directamente a llamarse por el color de la camiseta. Parece un pasado perdido, pero sigue siendo así: gris gris, gritaba R. el otro día, river river pasala.
Cuando era pibe tenía problemas con la memoria, y eso es bueno porque cuando uno es pibe se las rebusca para arreglárselas como pueda. Entonces recortaba (también tenía problemas de pulso, pero esa es otra historia) en el diario los recuadritos en los que aparecían las formaciones de los equipos de primera, y los atesoraba. A las cuatro de la tarde de un otoño vencido, con el  cielo despejado, pero sin que hiciera calor, yo salía al patio de casa con los papelitos y empezaba a patear una pelota contra las paredes. Jugaban Independiente y River, el Independiente de Bochini contra el River de Alzamendi; y yo los relataba en directo para todo el país. Cuando era chico yo no quería ser futbolista, yo quería ser relator.




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