lunes, julio 04, 2011

NYCEND

sí, vuelvo a abrir la revista que me regala la linea aerea. Nueva York, dice, una ciudad para soñar. Al lado, en columna B lo titulan en inglés "New York, a city for dreaming". No entienden nada. Cómo van a soñar en la ciudad que nunca duerme, es una contradicción.
El televisor da la temperatura: 9º. He vuelto al frío. El viaje llega a su fin. Las fotos de la revista me cuenta una historia de una ciudad en la que nunca estuve. He recorrido Nueva York, en el calor del verano, bajo una lluvia apacible, bajo un sol exquisito, pero jamás vi la fachada de este hotel de ochenta estrellas, ni la gárgola en la cima de cierto edificio. No he visto el museo pindorg, no. La he caminado quizás de punta a punta, la he recorrido de cabo a rabo. He intercambiado con gente. He hecho malos negocios y en una colección de buenos momentos. Me he estremecido habitando la ciudad que amaba ya en sueños, y puedo decir que la sigo amando, y ahora ya no en sueños. La he conocido. He pisado el suelo soñado, el sueño suelado. He habitado mi propio sueño. Sí, debo reconocer que existe.
No he podido saber si la gente que vive en mi sueño, o mejor dicho en la ciudad de mis sueños, sueña a su vez con otras ciudades, quizás la mía. Bueno, no importa. Lo importante ahora es que puedo hablar y contar que he conocido esa ciudad, y todo se ha resignificado. Ahora puedo habitar mi ciudad, y saber que no está tan lejos esa otra ciudad, y que la he conocido finalmente y he conocido cosas que no podría haber imaginado antes, y que al mirar con otras perspectivas las cosas, diferentes a las de estas fotos de esta revista, uno puede ir dándole a la cosa nuevos significados. Digo, quiero hablar de lo cambiante de los significados de las cosas, del tiempo, de las diferentes dimensiones de los espacios en el tiempo y del tiempo en los espacios. La esquina en la que cada mañana pasa el bus que me lleva a mi trabajo no es la misma esquina cada mañana, y sin embargo ya no será la misma luego de mi larga ausencia, y va a ser una esquina más, importante porque es la esquina en la que cada mañana detengo mi bus, importante porque la piso cada mañana y observo que esa baldosa que ayer parecía recién colocada hoy está floja, pero ahora va a ser una esquina más o menos parecida a las esquinas de la ciudad de mis sueños, a Nueva York.
Y así, cuando vea a Nueva York en una película encontraré nuevos significados a la ciudad que acabo de conocer y que fue durante toda mi vida la ciudad de mis sueños y que ahora reconozco como una ciudad que está lejos pero tampoco tan lejos como para decir que es imposible llegar. Y en esa película, cuando el personaje recorra la ciudad, voy a poder mirarla y volver a soñarla, y volverá a mi el deseo de recorrerla un poco más, y volveré a soñarla bajo el signo de ese deseo, como cuando Rick le dice a Ilsa Siempre tendremos Paris, y yo me dire siempre tendremos Nueva York.
Siempre tendré, habrá: ese futuro que proyecta un pasado, que se agiganta en nuestra sensibilidad, en la espiritualidad. Y sin embargo habla de un espacio, es un tiempo hablando de un espacio. El tiempo no vuelve, el espacio no es más el mismo, cambia constantemente. Este frío invierno argentino simultaneo en el tiempo a ese benévolo verano nuevayorkino, no es en nada parecido al invierno pasado, ni al infierno de cada día.
No somos nada. La libreta ya se agota, he derrotado las páginas por primera vez en vida mía, he podido escribir, y no he escrito una historia sino que he anotado una ciudad, y el transcurso de un tiempo determinado en ese espacio.
Los eventos de la vida son la medida del tiempo. El tiempo es propio, es de cada cual. Yo he estado en Nueva York y todo ahora será antes o después de haber estado en Nueva York. Por un tiempo todo será así. La primer semana de regreso será toda de contar historias de Nueva York, será eterna. Luego se acelerarán, o se retardarán si algún día aparece la posibilidad de un nuevo viaje a la Nueva ciudad de York. Los minutos serán vividos más o menos intensamente. Ya nada importa, estamos al borde de la muerte y no importa nada más que eso.
Qué poco y qué rápido reflexiona uno. No llego a anotar todas las cosas que se cruzan por mi cabeza que sin embargo no son tantas, o no son tan profundas como desearía, porque uno desea siempre imitar las profundidades de otros. Y qué sabe uno, si las propias profundidades no son tan profundas, porque al fin de cuentas, puede haber otras profundidades pero con diferentes accidentes por lo tanto no iría por el mismo camino que uno por lo que se concluye que cada experiencia de relieve marino o no es buena y no tiene igual, por lo tanto igualmente importante. Yo, mi yo miyo, como new york new york. Podría soñar ahora con París?
La ciudad ha quedado atrás, el mundo ahora es bucólico, es rural, esta casa que me toca habitar queda en medio del campo.
Y ahora, señoras y señores, me limito a ser esto. La voz enmudece, las manos dejan de escribir quizás, otra vez, para siempre.
Estoy en casa.

NYCXVI

Encuentros con la policía de Nueva York. Qué presencia, señora. Están en todos lados, saben todo.
Me ven pasar y no soy un sospechoso. Pasa el power ranger rojo y ya lo miran mal, pero a un tipo como yo que tiene su visa, su pasaporte, su cara europea, todo bien, te miran e incluso te saludan. Qué buena es la policía de Nueva York, jamás imaginé que diría algo semejante. Enseguida están ahi para ayudarte, ante cualquier reclamo, cualquier necesidad. Entrás a un negocio y te parece que te están cobrando de más, ahi está la policia para intermediar. Vas caminando y te llama el policía y te dice si serías testigo por el robo del pancho al panchero de la esquina. Vos le decís nou comprendou y te dejan en paz.
La policía me pregunta si tengo algo que ver con el crimen de la vecina que mataron ayer, yo le digo que nou comprendou, y está todo bien, además ya me estoy yendo, qué quieren que les diga, está todo bien, cada minuto de mi vida en Nueva York vale lo que el oro, no tengo tiempo para perderlo en policía, por más bien que te traten.
Bueno, hoy me tomé la lancha y me dejó por acá, con el monkey de la música. Me hace acordar cierta canción de cierto artista de mi país. Pude visitar ciertos lugares, sí, muchas cosas que se ponen en contraste con la ciudad innombrada, donde suelo vivir. Acá hay una ciudad, la ciudad de mis sueños, allá suele haber una ciudad, anclada, demandada, cotizada, reventada. Así se llaman los barrios de mi ciudad, que tiene dos caras, una pampeana y otra litoraleña, como si la propia ciudad representara un límite, como si una de sus calles, oroño ponele, marcara el final de la pampa húmeda y el principio del litoral, y viceversa. De acá para allá llueve y es bueno porque favorece las actividades agropecuarias, pienso, ponele, pero de acá para allá se mojan los pescadores en el paraná cada vez que llueve.
No, lo pienso otra vez y es imposible escindir una cosa de otra. Está claro que el tipo pampeano, el tipo de la llanura, no piensa en términos de economía ictícola, no come pescado, digamoslo llanamente. Pero una cosa no se puede dividir de la otra. Es el mismo frío que me espera allá, la semana que viene, cuando vuelva a casa. Hoy me llegan noticias de que hace 3 bajo cero, y yo tomando un matecito al sol, las viejas de Brooklyn en la vereda, los pibitos corren en la esquina.
Hace mucho calor, es la hora de la siesta. Un negro toca el timbre de una negra. Dentro de un rato se escucharán gritos, le hará un hijo negro. Pasa un maricón con una pizza de entrega. Comen pizza al mediodía, la pizza de Luigis. Este es el paisaje nuevayorkino. Vos te reís, pero lo viste en una película de Spike Lee. Pasa la tarde, mansa, como en cualquier barrio zanjado de rosario, en que la tarde pasa mansa, como a las 3.
Cuando el calor no se soporta más aparece un padre de uno de los pibitos que revolotea con unas figuritas, aparece con un martillo o unas pinzas. Parece que va a reventarle la cabeza al dueño del sol, al que trae este calor que ya es insoportable, calor que ningún aire acondicionado ya puede apaciguar. El calor ese que te hace sentir que estás viviendo en el mismo horno de dios, y que los hijos de dios están esperando que saque del horno doraditos nuestros cuerpos, para comernos mejor. No! dice uno de los hijos de dios, a mi me gusta sequito! Entonces el horno no para de cocinarte. Y el padre de uno de los pendejos golpea en el sombrerito de un banquito que hay en todas las esquinas de Nueva York pero este es en la esquina más mansa del barrio más manso de Nueva York. Entonces sucede la magia.
El arco iris sale en un día sin nubes. El cielo está azul increible, la tarde te hace llorar de la emoción. Estás en Nueva York. Entonces las criaturas de todo el barrio se colocan debajo del chorro potente del agua de los bomberos y apagan el fuego que dejará con hambre a los hijos de dios, y todos nos metemos debajo del chorro y todo el barrio se moja, y cuando todos están más frescos y ya son las 4 y media de la tarde y las señoras se acomodan en sus sillones y sus reposeras en las puertas de las casas, entonces los pibes dejan de solo mojarse y empiezan a jugar y a saltar en la calle encharcada, y gritan y cantan. Es Nueva York, la última postal detenida la guardo en mi retina. Mañana tengo una reunión y ya se termina mi viaje. Debo regresar al frío, al invierno, a la pampa húmeda. Al café con leche, al fútbol para todos, a los amigos contando las bromas de siempre, al vino agrio, a la cama, a la almohada que ya no sé qué sueños me traerá porque el sueño de Nueva York se ha cumplido.
Podría empezar a soñar con un auto. Y cuando tenga un auto soñaré con otro auto mejor, o con una casa mucho más grande. Sueños capitalistas. Deseo de tener. Deseo detener. Detengo este razonamiento estúpido, me detengo en el medio de una calle para que me pise un camión, para que me lleven al hospital para quedarme más tiempo en Nueva York, para quedarme a vivir en Nueva York, lejos del frío, lejos de todo lo que me muele la cabeza, lejos...
Pero en Nueva York no te pisan los camiones, todas son sendas peatonales.