lunes, agosto 30, 2010

Bob Fosse, Cabarulo


Sube a mi cabaret y olvida los mercedes bens
(el gato pardo de Barrio acindar)




Volver a la bailanta para sacarle jugo a la existencia, hay que volver.
Volver hay que a la vida armónica que se alivia en la llana sonrisa, en el saludo y en el aliento, más que en la queja y en el desdén de lo cotidiano.
Es un cambio de actitud lo que se requiere, lo que incluye la actividad física. Pero antes de transformar en tan personal un comentario que ya es demasiado personal (nada hay que no sea personal) (rien de tout), hay que pelar.

Las deudas son personales, por ejemplo. Yo me debo a mi mismo todos los clásicos del cine de todos los tiempos porque amo el cine. Pero sería ingenuo de mi parte proponerme ver todos los clásicos del cine de todos los tiempos. Aun cuando se contemple la posibilidad de no volver a ver esas películas que me gustan más, aun cuando me proponga ver una película por día, es imposible. Tengo ya los días contados, las horas. Y tantas cosas que hacer…
Por eso cuando sucede una cinta en mis manos es un fenómeno singular. Por ejemplo he tenido filmes durante mucho tiempo listos para ver, pero nunca sucedía el momento de verlos. Y pasaron años ahí esperando, listos para ser vistos.
Otros films que hubiera querido ver…, otros que no me tiran la atención y sin embargo…, otros tantos que siempre están ahí…, otros que se estrenan hoy y que la semana que viene no sabemos dónde estarán… y así tantos. El mundo está colmado repleto de películas que no nos dará el tiempo para verlas a todas, y sobre todo si además queremos leer libros… pero ese es ya otro tema.
Porque la literatura es milenaria y el cine es secular, y porque ya me voy yendo por las ramas. Pero de verdad, es lo que se me ocurre cada vez que veo una peli que hacía mucho que quería ver.


Y cabaret era una peli que quería ver hacía mucho. Apenas empezó me di cuenta que no era una película que hubiera querido ver si hubiera sabido de qué se trataba. Pero me entusiasma tanto el musical, sobre todo cuando parece tan alegre y me encanta esa música, pero es tan triste.
El sentimiento trágico de la vida se maquilla con pernaud, y con un baile fugaz y eterno. El sentimiento y el baile.


Por qué no? Mi reino por un caballo.


Liza Minelli no es la sex symbol que nos prometió durante toda su vida de famosa. Es más bien una casualidad. En Berlín 1931, con la descripción detallada del nazismo como fenómeno cultural sin precedentes, tan fuerte que se va metiendo como una idea parasitaria en las mentes juveniles que perciben el mundo como decadente (un peligro del que hoy aun no estamos a salvo, y si y solo si los mayas nos dejan).
Liza tiene problemitas psicológicos. Para el guionista es importante que esto quede bien claro, porque no todo el mundo conoce de psicoanálisis: Liza tiene las raices de su problemita en la relación con su padre.
Pero tiene aires de promesa. Ella, tan joven, tan labial. Tan cantante de cabaret, tan vividora de su vida. Bailando sobre una silla, sin siquiera atisbos de caer. La vida es bailar sobre una silla? Yo me caigo constantemente.

Y aparece el muchacho. No me acuerdo como se llama y además es un actor que luego desapareció en la historia del cine (estamos hablando de un film de los 60) apellidado York (eso lo recuerdo porque pensé inmediatamente en New York). La ignorancia no la pagaret, porque la verdad es que si no puedo relacionarlo con otra película no puedo hacer más. Quizás me pareció parecido (valga valga!) a Matt Damon.


Entonces aparece York. Es un muchacho colega de Cambridge, trabajando en su tesis de PhD. Un ser virginal e inocente, que según se describe a sí mismo, lo intentó con 3 mujeres y nada. Y nada. Entonces Liza con mucho desenfado se le pone en pelotas. Pero él recula.
Aparece entonces otra mujer, una niña bien. Liza se pone celosa y plantea una estrategia para enamorar a York, ya que ella está jugada (sobre todo en sus problemitas que la tornan “egocéntrica” según el propio York, “insoportable” según quien suscribe aquí). (Bipolar, una enfermedad que en ese momento no existía, quizás).

Fuman y toman en la película, como si estuviera ambientada en los años 30.


Y de pronto se desata la tragedia. El golpe bajo. Bob Fosse patea el tablero y agrega un tema más al baile. Tocar tantos temas me parece pecador. Pippo pecador.
Está bien el tema de los judíos en la alemania nazi. Está bien, te lo digo, el tema de la aristocracia nobiliaria en la alemania nazi. Está bien, te lo digo, el tema de la ambigüedad y luego de la homosexualidad en la alemania nazi.
El tema del aborto, con o sin alemania nazi, es el tema.
¿Una muchacha sin… no puede…? No?
La gran metáfora: un aborto vale su tapado de piel.


Y entonces me pasa lo que me pasó con Días de vino y rosas. Y el sabor trágico.
Y hay una reflexión más acerca del tiempo y los tiempos, todo pensado como desde el andén de una estación ferroviaria.

(Una reflexión más con respecto a la música. Durante toda la película, todas las canciones van entrando en el marco armónico del tema final, es más conocido, el que dará un cierre perfecto)

Pero ahora hay que bailar.




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