lunes, abril 05, 2010

hipotenusa

Atravieso la pampa, y la observación es un punto mojado. Después de días de ausencia de lluvia sobre el final de un atípico verano del niño, moja el campo la gracia divina y la desgracia ajena.
Cuando una gota se cuela por ese techo maltrecho, pega en un borde, incomoda, hace recordar que está el agua en el mundo. Algunos la nadan y otros la navegan. Yo pienso, en verdad, que nunca tuve la fascinación del agua, nunca pensé que el agua era cosa seria, más que ese cauce que baja de la montaña con un rumbo cierto, preciso. Piensan en el agua, la fascinación por el tiempo y el destino, pero qué es el mar y qué es lo que queda después del mar, me pregunto. Hablo como quien piensa en los signos, en el cielo. Hoy es tanto de marzo o de abril, y cuando alguno puede suponer qué más da, otros miden la incidencia de un astro, de un labio, de un apunte. Sos piscis, sos aries, una cabra de agua. De agua de lluvia o de agua de mar. Cuando otro piensa qué más da, el uno piensa en da, da resultados, el cálculo está bien hecho y la casa cuatro está alineada perfectamente. Es la fecha. Sos una flecha de tierra, la misma tierra que es la carne, y la piedra. Una se come, la otra se mide, se habita, se cuelga.
¿Y el aire? Yo no me fascino ni leo el vuelo de una paloma o una golondrina que deshabita el lugar que se otoña. Ya no me fascina el avión perenne ni la mariposa, y los olores que habitan en los cuerpos pero que viajan por el aire como los sonidos, ni siquiera los olores fueron mi fuerte. Pienso en el aroma de la comida, que llega confundiendo la milanesa con el estofado, el calor que despide la habitación donde se cocina. El aire no ha sido mi fuerte.

No creo que el signo se pueda elegir, ni el ascendente. Muchas cosas de las que no podemos elegir entre las cosas que están y las que no, y las que se pueden elegir son cada vez menos, más pocas.
La fascinación llega, no se trata de elegir. Yo veo la pampa y digo la tierra. Pero sé que cuando veo un fuego entiendo que estoy pensando y que soy, en ese espejo rojo. ¿Por qué me fascina lo aleatorio, lo que quema? Encuentro una respuesta que me sirve a mí solamente. Digo, pienso, que, ese, fuego, no las cenizas, digo, cocina.
CLV fue más lejos cuando allanó el camino de la simplificación y dijo que sí, que efectivamente, que el fuego es la marca de la civilización, el paso de lo crudo a lo cocido es la marca pro activa del hombre que piensa, que coloca su alimento en el calor y descubre que el sabor cambia, y que muchas cosas pueden ser expuestas a ese calor, y a esa cocción y que todo es diferente, que todo cambia en ese proceso, que es el proceso lo que vale y que el proceso es civilización, es proyección, ya no eterno presente, devenir constante.
Bueno, digo. El lenguaje es fuego. Es la marca civilizatoria, el acto de nombrar es fuego. Pienso en el espíritu santo descendiendo sobre los apóstoles en formas de lenguas de fuego que se posan sobre las cabezas de cada uno, regalándoles el don de lenguas, pienso en el calor del pensamiento, la pasividad de la estufa en el invierno, la posibilidad de iniciar esta conversación dentro del fuego que ya no nos quema porque la sangre y la carne están en perfectos 36 grados centígrados, y el clima es apto para la vida.


Veo el sol asomándose y sé que ese es el este y que esto es la madrugada. Ese árbol con tanta luz de fondo detalla cada una de sus ramas y sus hojas que dentro de poco atravesarán el aire para posarse en la tierra para alimentar el fuego. Sueño con ese árbol, está solo en la llanura, no tiene frío ni calor, ni ganas de conversar. Siempre contempla, saluda indistintamente al camino y al caminante; a veces el viento le ayuda a hacerle reverencias a un molino cercano. Le hace la casa al pájaro que le cuenta su viaje, el resto se lo imagina. Hace suyo el viaje del otro, viaja sobre el campo, aterriza en una ciudad fantástica, poblada de árboles y personas que sueñan con árboles, que trepan a camiones con árboles y viajan hacia el poniente y luego hacia donde quede el verano.
Cuando este tipo de entes saben que están vivos, aprenden a vivir inmediatamente.
Yo sueño con el árbol pero no porque sepa vivir, sino porque alberga el polvo y eso nomás estamos siendo.

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