martes, febrero 09, 2010

Música de cámara para camarones

El sonido es colgable, comestible. Significa detalladamente y no otra cosa, mientras el significante es una danza que rebota. Aparece la idea del infinito y el asunto de las matemáticas, pero antes se hace necesario hablar de las manzanas y de los ruidos: la manzana es, es el ser. Brilla, desemboca, atraviesa su sabor de mermelada, nos lleva a ese paraíso, nos remite: es un lugar que conocemos muy bien, y están los árboles que plantamos un verano. Cerramos los ojos y los abrimos nuevamente y ahí estamos, varados, transportados; la imagen es vívida, es real, dócil, sincera, luminosa. La hipnosis de la manzana se corrompe con el ruido: es el final, el estrépito, el mudo resonar del caos; ahí vamos como a un agujero negro, es lo opaco, la foto movida, el sismo diabólico en un sillón de mimbre. Sin embargo está lleno de ternura, y no tiene relación con la lástima: es la entrega, es lo más parecido a la luz del sol al principio del invierno, que cae a tientas sobre la superficie y se desplaza benévolamente en una caricia amarilla y así sí es que conocemos el infinito, entonces.
Pero ¿dónde está? El cálculo extremo no nos lleva al resultado y se hace necesario intentar cocinar el famoso guiso. Se licuan las partes y el todo, el dentífrico es colgate.
Y volvemos a empezar: música para camarones, cuando llueva, cuando el sol se pueble de negros. Música para bailar con camarones, sin tiburones, sin calamares, sin aceite ni salchichones. Música debajo del agua, dominada, estruendosa, cónica, comédica. Ortopédica. La barba asusta y el ser maduro se vuelve el deseo, o se arena. La manzana es arrojada en el mundo, contra el parabrisas de un taxi que no frena en cada esquina como corresponde, y desde la florería le mandan saludos. El taxi florido. La manzana es en el mundo, es arrojada, y no es al vacío sino detrás del taxi que no puede terminar de ser detenido, es el taxi, es la mano que llama, es el freno, es la esquina, el vuelo de la manzana, el parabrisas, la mosca que rodea el vuelo, el universo infinito. El final de la historia no es jamás, la muerte es una ficción de la sucesión, y además es parte de la realidad, del no ser más de lo que ya se es, es decir nada. Mas la música para camarones, sin tanto retumbar, está, quieta o no, sin prejuicios, te hace bailar, te mira bailar.










y tres parientes

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