domingo, julio 26, 2009

ex 1292929

quisiera asarte un corte mar del plata
nunca fue tan domingo en este mundo.
la coca cola y el postre rotundo
suspiran ante el cómico abrelatas

la tregua del invierno en alpargatas,
el pasajero pan del vagabundo,
se ríen del lingote donde fundo
mi fueguito pedorro en cuatro patas

dos veces despertame no podría
con mi marote hecho de calabaza
y sueños y demás y todavía...

mas madrugo para darte este asa
y que me des el sol que hace de día.
y que el viento nos limpie la terraza.

martes, julio 21, 2009

anotación

Todo empezó como empieza siempre todo: con un cotonete. Yo me quería limpiar la oreja con un cotonete. Dios quería tener un cotonete, e inventó el mundo, no, el universo. Yo sólo quería sacarme la cera de la oreja, un poco por costumbre, otro poco porque siento placer, otro poco porque cuando apoyo mi cabeza en la almohada siento una cosa incómoda, y finalmente, sobre todo, otro poco porque había soñado que me sacaba un cotonete de la oreja izquierda y tenía tanta cera como le daría asco a Marcela, o a Mario, o a Lucía, o a Martín. Entonces me desperté y fui a buscar los cotonetes que ya no estaban. Pero si yo compré cotonetes hace poco tiempo nomás, pensé sí y sólo sí. De soslayo, llovía. En el texo de xapa la lluvia que caía y que caía.
Se los habría llevado en su viaje al pueblo, sin avisar. Habrían entrado ladrones en el ínterín.

Desesperé. Desperté. Dónde voy a comprar cotonetes ahora, que llueve. El señor quiere cotonetes. Oh señor! Alabado sea Dios en el cielo y en las alturas. Gracias Dios por el universo que nos has dado y que nos das.

No se puede improvisar un cotonete. Cuando infantes, que tomabamos coca cola solamente para el cumpleaños, cuando nos quedábamos sin cotonetes hacíamos el invento de enrollar delicadamente algodón en la punta de un escarbadientes. Por eso es que casi me perforo el tímpano, pero me salvé de esa también, como de la colimba. Y menos mal porque en la colimba no daban ni cotonetes ni jabón, seguramente. La verdad es que no puedo hablar por la falta de experiencia...


Y aquí llegamos al punto desde donde quería retomar el asunto: mucha gente desprestigia a los demás porque hablan desde la inexperiencia, otorgándose a sí mismos el lugar de la erudición y el conocimiento. Esta campaña de desprestigio viene siendo llevada a cabo por diferentes sectores, que autoproclamándose sapientes, postergan situaciones que ya son insostenbles. Yo he de renunciar a todo, pero se van a hundir en el lodo, en el barro del olvido los que hablan desde la experiencia. Porque nada, y digo NADA, propone la experiencia: ninguna autoridad moral, sucedánea.



Me detuvo la duda. Soy inocente.
Me voy a hacer un churrasco.

sábado, julio 18, 2009

e mi fa sospirare cosí

jueves, julio 09, 2009

Para el pintor de delirios

Relatos llenos de no ficción

Combatiendo al capital, una investigación sobre la triple A de Jorge Cadús y Ariel Palacios; La ciudad ilegible, de Enrique Carné; Lisboa, de Beatriz Actis y -un hallazgo- El pintor de delirios, de Federico Ferroggiaro, son los títulos.

Por Beatriz Vignoli


Partiendo de una consigna de las Madres de Plaza de Mayo, "el antónimo del olvido no es la memoria; es la justicia", Jorge Cadús (Venado Tuerto, 1969) y Ariel Palacios (Alcorta, 1973) emprendieron una investigación periodística de fondo. Sus temas a recapitular: el accionar criminal de la Triple A en el sur de la Provincia de Santa Fe, la actividad política de los sindicatos (contra cuyos militantes se cebó sin piedad) y la relación de todo esto con uno de los misterios más inexplicables de los breves años (menos de un lustro) que la historia dio en llamar "los setenta" argentinos: el asesinato de José Ignacio Rucci. El resultado fue un libro revelador y necesario, titulado Combatiendo al capital, 1973/1976: Rucci, sindicatos y Triple A en el sur santafesino. Lo publicó este año la Editorial Municipal de Rosario como parte de un conjunto de cuatro obras, ya que Combatiendo al capital es uno de los cuatro libros premiados en el concurso literario Ciudad de Rosario 2008. Un jurado integrado por Juan José Becerra, Mónica Barnabé y María Moreno le otorgó el segundo premio en la categoría de no ficción. Un excelente diseño de Verónica Franco y Liliana Agnellini realza los cuatro libros, que tienen la cuidada edición acostumbrada en las producciones de la EMR.
Al primer premio de la categoría no ficción lo ganó Enrique Carné (Rosario, 1961) con La ciudad ilegible, una compilación de crónicas publicadas en diversos medios gráficos durante los años noventa. O "el último tramo del lejano siglo XX", como lo evoca el autor. En un prólogo que no se excede en modestia, Carné intenta definir la compleja operación crítica que él mismo emprende en torno a la crónica como género literario. Primero se deslinda de toda intención de hacer ficción y luego reivindica para sí un lugar en la tradición de las Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt, los ensayos de Ezequiel Martínez Estrada o las estampas de Last Reason (seudónimo de Máximo Sáenz). La realidad a la que, no obstante, trata con el lenguaje, el tono, la morosidad, el estilo y la estructura narrativa propia del cuento breve, es la que ve un joven de clase media del centro, asiduo concurrente de la Escuela de Letras, fascinado de lejos por el glamour siniestro de los hoteles baratos y la noche interminable. Cuando algo de esa otredad ingresa al texto, como la valija póstuma que revela sus tesoros en el final de "Antropología sentimental", el autor enciende una alerta naranja y grita: "¡Literatura!".
Al primer premio en la categoría relato de ficción lo obtuvo una escritora santafesina de notable trayectoria literaria, Beatriz Actis (Sunchales, 1961). Los cuentos que reúne bajo el título común de Lisboa retoman en parte un universo narrativo y un modo de narrarlo que Actis ya había desplegado con gran solvencia en libros de cuentos anteriores (de los cuales sólo algunos se mencionan en la solapa). Alienta en algunos de ellos un preciso minimalismo ambientado en la provincia de Santa Fe, que recuerda vagamente a Juan José Saer. Sólo que esta vez Actis sube la apuesta y trama sus cuentos sobre una urdimbre histórica, mezclando ficción y no ficción. Puede decirse, en consonancia con los tiempos que corren, que hay tanta no ficción en Lisboa como ficción en La ciudad ilegible. Ambas obras se enriquecen y potencian en el conjunto.
Pero el verdadero hallazgo de este premio Ciudad de Rosario es el segundo premio en la categoría relato de ficción. Lejos de toda duda acerca de qué es lo literario y qué no, dejándoles este problema a los críticos, Federico Ferroggiaro (Rosario, 1973) se aboca de lleno en su libro El pintor de delirios a hacer literatura en el mejor sentido de la palabra. Sus cuentos recuerdan a los del primer Borges, el de Historia universal de la infamia, el que compartía espacio con Siqueiros y otros grandes en las páginas chorreantes de sangre y modernidad del legendario diario Crítica de Natalio Botana. El estilo de Ferroggiaro es quizá deliberadamente anacrónico, lleno de circunloquios que evocan a cada línea las florituras de aquellos jornaleros de la palabra, los periodistas de la "Década infame". Pero, al igual que en Borges o en Onetti, su subtexto, su contenido latente, no es ninguna tesis crítica autorreferencial sino las preguntas centrales acerca de la vida que desde siempre han alimentado a la filosofía. Y no ingresan desde los devaneos ociosos de algún personaje más o menos autobiográfico, sino mediante una magistral puesta en relato donde interactúan personajes llenos de carnadura y donde se usan con naturalidad los recursos metaficcionales.De yapa, una sorpresa, un don, casi un regalo: en "Lev Tanchevsky, el pintor de delirios", el cuento que da título al libro de Ferroggiaro, en la página 135, se lee: "Elijo el bar de San Lorenzo y Sarmiento". La cronista, como en alguno de los relatos New Journalism de Carné, mira alrededor a través de las vitrinas del bar donde está leyendo el libro y en los carteles con los nombres de las calles lee: "San Lorenzo". Y lee: "Sarmiento". Y ve que no hay ningún otro bar en ninguna de las otras tres esquinas. Y enciende la alerta naranja. O no, mejor la alerta roja. Y sale gritando: "¡Realidad!".