martes, julio 21, 2009

anotación

Todo empezó como empieza siempre todo: con un cotonete. Yo me quería limpiar la oreja con un cotonete. Dios quería tener un cotonete, e inventó el mundo, no, el universo. Yo sólo quería sacarme la cera de la oreja, un poco por costumbre, otro poco porque siento placer, otro poco porque cuando apoyo mi cabeza en la almohada siento una cosa incómoda, y finalmente, sobre todo, otro poco porque había soñado que me sacaba un cotonete de la oreja izquierda y tenía tanta cera como le daría asco a Marcela, o a Mario, o a Lucía, o a Martín. Entonces me desperté y fui a buscar los cotonetes que ya no estaban. Pero si yo compré cotonetes hace poco tiempo nomás, pensé sí y sólo sí. De soslayo, llovía. En el texo de xapa la lluvia que caía y que caía.
Se los habría llevado en su viaje al pueblo, sin avisar. Habrían entrado ladrones en el ínterín.

Desesperé. Desperté. Dónde voy a comprar cotonetes ahora, que llueve. El señor quiere cotonetes. Oh señor! Alabado sea Dios en el cielo y en las alturas. Gracias Dios por el universo que nos has dado y que nos das.

No se puede improvisar un cotonete. Cuando infantes, que tomabamos coca cola solamente para el cumpleaños, cuando nos quedábamos sin cotonetes hacíamos el invento de enrollar delicadamente algodón en la punta de un escarbadientes. Por eso es que casi me perforo el tímpano, pero me salvé de esa también, como de la colimba. Y menos mal porque en la colimba no daban ni cotonetes ni jabón, seguramente. La verdad es que no puedo hablar por la falta de experiencia...


Y aquí llegamos al punto desde donde quería retomar el asunto: mucha gente desprestigia a los demás porque hablan desde la inexperiencia, otorgándose a sí mismos el lugar de la erudición y el conocimiento. Esta campaña de desprestigio viene siendo llevada a cabo por diferentes sectores, que autoproclamándose sapientes, postergan situaciones que ya son insostenbles. Yo he de renunciar a todo, pero se van a hundir en el lodo, en el barro del olvido los que hablan desde la experiencia. Porque nada, y digo NADA, propone la experiencia: ninguna autoridad moral, sucedánea.



Me detuvo la duda. Soy inocente.
Me voy a hacer un churrasco.

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