lunes, mayo 18, 2009

Otro éxito de Tomás

Ayer domingo publicaron en la contratapa de Crítica de Santa Fe un nuevo texto de mi amigo Tomás Lüders.
Acá lo reproduzco sin recortes, tal como me lo envió hace dos semanas...

Marce

Estudio: Marcelo presenta la introducción a su programa 20 Aniversario:

“Los de Lost nos copiaron…. la serie americana más exitosa…nos copiaron.. ¡Qué hijos de p…!”

Corte a escena en la playa:
Marcelo ocupa el lugar de Jack, el héroe de la serie. Marcelo-Jack camina por la playa. Entre los restos humeantes de un avión destruido, deambulan pasajeros heridos y desconcertados. Todo es dolor y confusión. Marcelo-Jack reacciona y se sube a la cabina cercenada del boing estrellado. Prende la radio y desde un parlante imaginario sale a todo volumen Twist and Shout de los Beatles... Entonces aparecen las chicas con poca ropa de todos lados, y los heridos se transforman en el elenco masculino de Showmatch. Empieza la fiesta en la playa.

Corte a estudio. La cámara toma a los muchachos que aprueban festejantes. Las chicas, siempre con poca ropa, siguen bailando sonrientes sobre el fondo del escenario.

……
Estaban todos para los 20 años: Suar, Francella, Pablopachu, Freddy, Cacho Castaña, todas las generaciones de su elenco, y hasta Gasalla, que desentonaba un poco.

Sería fácil acusarlos de símbolos de los 90s. Son muchos los personajes mediáticos, todavía exitosos, que dejaron su marca (y quedaron marcados) por aquellos años locos (o crazies, como se decía tanto entonces). Además, no toda marca implica complacencia con el entonces hegemónico menemismo o neoliberalismo a la justicialista. Tampoco toda marca demoniza, aunque a veces se defiendan “modelos de país” con ese argumento.

Pero no hay dudas de que en los 90s se actualizó mucho de nuestro ser argentino. Suele suceder eso en aquellas etapas en las que el narcisismo de una sociedad está en alta. Y esto no es necesariamente malo. Entre otras cosas, los 90s implicaron una modernización del discurso mediático nacional, lo que produjo muchos esquemas renovadores para pantallas y páginas que se habían quedado en la lógica del blanco y negro. Pero la “modernización” también multiplicó al infinito el gran mito argentino de ser los mejores por nacimiento… ya no hacían falta ni graneros, ni vacas, ni diegos: el mundo se orientaba hacia el sur para admirar nuestra viveza adaptativa. Éramos los jugadores estrellas del tablero financiero global. Y si no nos miraban, el turista y su peso-convertible viajaban para hacernos notar. También viajaban los corresponsales de Marcelo, que se reían a carcajadas de cuanto alemán o coreano se les cruzaba. Poco avivados, no entendía que se los insultaba cuando se los llamaba, sonrientemente a la cara y en su propio país, “pelotudos”… o “gomas”.

Y es que con Marcelo, si no eras el feo de turno, la gorda de turno (“deigorrrr”, gritaba José María con su novedoso celular), el gordo de turno (“dogorrr”), podías reírte tranquilo y a costilla suelta. Eso sí, si te estabas quedando pelado, convenía empezar a preocuparse, podías ser el próximo en recibir un “dolapeee” en pleno microcentro porteño. Otros que caían siempre eran los viejos. Generalmente no entendían nada hasta que les ponían la cámara desocultada sobre la cara. La falta de educación mediática los hacía víctimas dilectas de las joditas de Marcelo. En realidad, aunque se llamaran “jodas para Tinelli”, no las hacía él, sino sus rapidísimos notero-humoristas. Marcelo, Marce, nunca era el chanzador. Si hasta trataba de hacer disfrutar del show al embromado de turno. Para eso, éste era invitado a ver en vivo su propia cámara oculta: “divertite con nosotros y contános cómo pudiste ser tan gil”, hubiera podido ser el título de esa sección. Más pesada la broma, más divertido era verle la cara. Igual, lo que Marce no decía “en el piso”, lo gritaban los muchachos: “¡Gomazo!”, ¡“bolu…”!. “En el piso”, ¡cuánto aprendimos sobre medios siguiéndolo a Marce!

Como es sabido, Marce actualizó el lenguaje de todos los argentinos, y hasta aggiornó el porteñísimo “alverre”. Gracias a Marce podíamos, por ejemplo, burlarnos de la intimidad erótica de los homosexuales con palabras que eran admisibles hasta en el salón del primario (perdón, del polimodal): bastaba decir “come bala” o simplemente “bala”. Como adolescente formado en la primera época de VideoMatch, para mí las personas excedidas de peso pasaron a ser queribles “dogors”, y las personas de rasgos orientales (de cualquier origen), simplemente “ponjas”. Los dogors ya no tenían problemas para seducir mujeres, sino que “no tocaban una teta”, y los ponjas, bueno, los ponjas todavía no entienden nada, aunque ahora esté lleno de supermercados chinos.

En los 90s el “tonto” pasó a “boludo” o “gomazo” y cuando se gastó el gomazo y el tradicional boludo no alcanzó más, empezamos a usar el “hijo de puta”. Y fue Marce quien nos enseñó que podemos decir “hijo de puta” todo el tiempo. Basta con omitir la última silaba de la expresión y ya está: “hijo de pu...” para todo el mundo. Ahora podemos escucharlo a toda ahora, en la calle, en el aula, en la oficina, en los mediodías de la tele. Lamentablemente, las (malas) palabras perdieron bastante efectividad. Yo no sé usted lector, pero desde que mis amigos pasaron a ser todos hijos de puta, yo ya no sé cómo llamar a mis enemigos.

Vale aclarar, que lo de “hijo de pu…” o “ponja”, como muchas otras cómicas expresiones, no es algo original de Marce y lo suyos. Posiblemente comenzaron a circular antes de ser usadas en los sketches VideoMatch. Y es que a Marce hay que verlo no tanto como a un genio creador, sino más bien como a un gran intérprete y sintetizador de un espíritu de época que se resiste a ir. Y cuando amaga a irse, justamente ahí vuelven Freddy, Pablopachu, Korol…

La tele de la que Marce era rey también nos enseñó cómo hacernos famosos sin esfuerzo, a pura viveza. Él montó concursos de chistes, de habilidades curiosas, de canto, de baile erótico y hasta de frotación de caño. El arte del cabaret se volvió apto para ser consumirlo en la mesa familiar, y hoy hasta la patrona opina de lo bien o mal que “una famosa” seduce con sus tetas y culo mientras le sirve los fideos a los chicos. En tanto el pezón no se vea, la raya del culo esté cubierta por un hilo fino, o el pene sea reemplazado por un objeto fálico, la cosa no es porno, y a la mujer no se la somete sexualmente en cámara (como no se lo hizo cuando el bueno de Marce hizo arrodillar a sus dancing girls para hacerles chupar confites de un tubo gigante). Vale aclarar que, a pesar de la crisis, muchos “famosos”, esa nueva clase social de profesión indefinida, todavía comen gracias a los periódicos 15 minutos de fama que Marce les supo dar.

Marce además nos enseñó que, a pesar de haber claudicado definitivamente a renovar a nuestra clase dirigente (el reformismo se transformó en resignado posibilismo), los medios están ahí para ocuparse de las “necesidades de la gente”. Los famosos compiten y bailan para que los chicos de un comedor de la Villa 21 almuercen, para conseguir un tomógrafo para algún hospital público, para que los bomberos de Berazategui se equipen… La fama también hace a la solidaridad.

Y así, las necesidades básicas dejaron de ser derechos garantizados por el Estado para pasar a ser “sueños” que compiten por hacerse realidad. Hoy tiene la misma entidad y valor el deseo de conocer a Ricky Martin o Worldisney que la urgencia por obtener un transplante renal. Si su sueño es el segundo, entonces encomiéndese a Pampita.

En una de las líneas de los bien guionados diálogos “espontáneos” de Marce con los invitados, Adrián Suar, “Adrián”, el otro gran ganador del piso, le reprendió a Marce el enorme presupuesto que lleva financiar todo lo que no se dejaba de anunciar: la participación de todos los elencos de todos los años, más chicas, más bailes kids (desde los 90s ya no se le dice chico al niño frente a cámara, se le dice kid), más cámaras, más viajes por el mundo… Y es que, si no se nota por sí solo el mucho dinero que cuesta algo, todo lo mucho que se invirtió en lo que está frente a cámara, es necesario decirlo con todas las letras. “Showmacht es el show más caro de la televisión”, que se sepa. “Aún en esta época”, aclara un Marce siempre dispuesto a no medir costos para darle a la gente lo que la gente pide.

Suar también hacía lo mismo antes de devenir en renovador de la comedia costumbrista. En sus policomedias –en las que tenía siempre a la figura masculina de turno de partener, y la chica de tapa de novia– sobraban las explosiones, el efectismo era llevado al extremo (hasta se mostraba el helicóptero con el que eran tomadas las explosiones). El gasto tenía que ser ostensible. La cantidad tiene que ser parte del efecto de sentido, y si el espectador no lo nota por sí solo (cosa cada vez más difícil de lograr, dada la superioridad de recursos del modelo norteamericano), entonces hay que hacerlo explícito: gastamos todo esto, pusimos todo esto. La obra dejó de valer por sí misma. Tiene que quedar en claro que su factótum (Marcelo, Adrián, Susana o Mario) puede poner mucho. Pueden conseguirlo todo por la gente. Ahí están los muchachos detrás de cámara para aplaudir (ahí estamos nosotros detrás del detrás). Después de todo, como le dijo el propio Marce sobre sí mismo a Rial, “a mí me encanta competir y ganar”, y desde los 90s, las victorias del éxito se pueden demostrar con números gracias al placer popular cuantificado en rating.

Para la vuelta, Marce prometió, como siempre, una apertura más novedosa que ninguna otra (la novedad es la expresión cualitativa de la lógica del número). Por eso nos anuncia que se va a imitar a Lost, la serie americana más importante de estos tiempos. Pero en la vuelta todo huele a nostalgia. Nostalgia de la época del fin de las nostalgias. La presencia de los elencos pasados tiene el sabor de un reencuentro con los ex compañeros de curso (para mí un Ciliberto o un Carna son índices de la adolescencia). Todos bailan mientras se escuchan las cortinas de los primeros videomatchs. Marce saluda a cada uno y les preguntan en qué andan ahora… después de todo aquello. “¿Todavía sos de Boca?”, “gasta” Marce al dogor Larry De Clay. Aquellos buenos tiempos…

Por eso, “aún en esta época” en la que lo global ya no es sinónimo de viaje a Miami o Europa, sino de crisis y pestes raras, en la que lo “oscuro setentista” nos obtura el “platinado noventista”, hay que seguir dándole alegrías a la gente. Los muchachos de Marce que saltan en el fondo (menos al fondo que “las chicas”, que son la parte más sensual del decorado), están ahí en representación de la gente que no quiere oír de retenciones, de indecs de moreno, de fiebres porcinas, de cortes de rutas, de capos sindicales en la calle, ni de nada por el estilo. Eso sí, en Showmatch no todo es evasión. Marce siempre deja lugar al compromiso: “vuelve el humor político”, nos anuncia. Él, sí él, el genio de la evasión va a traerlo. Él, deja claro que es él quien lo trae. Cuando se lo acusó de frívolo y exhibicionista, los participantes empezaron a frotarse por todo tipo obras benéficas, cuando se lo acusa de falta de compromiso, “trae al humor político”. Seguiremos entonces disfrutando de la ilusión, pero también nos vengaremos de los eternos villanos, de los que no saben darle alegría a la gente, de los culpables de todo. Con Marce, nos vengaremos de los políticos.