sábado, octubre 28, 2006

contratapas

no soy inteligente. el día que sea inteligente voy a escribir en las contratapas de página 12 o de rosario 12 y todos van a aplaudir las apariciones de mis notas. pero no soy inteligente y la verdad es que no me importa, y está bien que no me importe porque a nadie le importa. a la gente le importa otra cosa y a mi también, más que leer la contratapa de los diarios. a mi me importa la paz en el mundo. me importa la guerra. no me importan en realidad esas cosas, es mentira, es verdad. es que soy snob, y soy gordo, muy gordo. tengo una panza para cincuenta personas. y como mucho, todos los días, y lo bajo con vino tinto, del peor. y me rio con carcajadas desmesuradas, y me seco el chivo con una toalla que tiene un dibujo del pato donald. en otras épocas tenía una toalla con la mulatona, la novia de hincha de camerún. y además de todo eso voy al boliche y me pido un champan, pero no me gusta el champan. lo hago porque me gusta emborrachar a las chicas y pedirles los teléfonos. algunas me lo dan, otras no. suena lógico, suena. porque no todo el mundo reacciona de la misma manera en circunstancias parecidas. algunas chicas no quieren saber nada, otras coquetean, es como si tuvieran fantasias conmigo. pero después no las llamo y no las veo nunca más. es que soy un tipo muy ocupado. no es que me considere impresentable, entendés, tengo muchos trabajos, estoy todo el día ocupado, de verdad. por ejemplo la agenda de mañana, una cosa de locos. yo no sé. tendría que ir al gym a bajar esta pancita de dios, pero no tengo tiempo. ni ganas, es verdad, es que para ir al gym hay qeu tener ganas. y además soy snob. y sé que si voy al gym me van a mandar a hacer aerobics porque tengo una panza para cincuenta, y yo que soy snob pero odio la ridiculez... prefiero seguir con mi pancita, si total, de todas maneras las chicas... algunas me dan el número correcto de celular...

contratapas

Por Gary Vila Ortiz
No la conozco, pero sí. Como en el poema de Benedetti, "porque te tengo y no". La vi, por puro azar supongo, tres o cuatro, acaso cinco veces, en un café. Usted escribe, me dijo, y escribe sobre la poesía. La invité a compartir el café. Se sentó y agregó: "no creo en la poesía, pienso que los poetas son unos mentirosos y por otra parte no leo poesía". Entonces, traté de contestarle, que no sabía en realidad de que estaba hablando. Dije "traté" porque antes de que pudiera decir alguna palabra me dijo, casi agresivamente, pero sonriendo: "Y no me diga que como no leo poesía no puedo hablar del tema, esa es otra de las trampas caza bobos que ponen los poetas". Le dije que no importaba, que la poesía seguiría su camino sin que ella le prestara atención. En realidad no requiere la atención de nadie, incluso es bueno que muchos lean poesía sin saber que lo están haciendo. Hay mucha poesía en todos lados, incluso en las más insospechados; por eso sobrevivimos nosotros, los que intentamos escribirla, los que la han escrito, los que la paladean, los que dicen no prestarle atención como usted, señora, a quien le escribo estas líneas sin otra pretensión que volverla a ver, no para conversar de poesía, sino para preguntarle qué piensa del color amarillo, de la garúa (tango incluido), de los cachilos que se parecen tanto a los gorriones. ¿Le gusta como cantan Jaques Brel, la Piaf, Brassens, Trenet, Jean Sablon? Y ¿qué piensa de un desayuno cuando está nublado y está amaneciendo y uno viene de hacer el amor y piensa que la ciudad es otra? Pero la ciudad, querida señora, nunca es otra, siempre es la ciudad que amamos, en la que vivimos, en la que seguramente moriremos. Entonces, cuando usted ya haya tomado el desayuno le diría: la poesía es como la ciudad y esas otras cosas que le pregunté, un sabor, un pequeño ruido cuando los dientes parten el primer bocado del bizcocho, esos signos de placentero cansancio en los ojos, la mirada que transmiten esos ojos que no es la suya sino la mía. Creo. La poesía es un acto de Fe. Yo creo en los dinosaurios, en los ángeles, en los dragones, en el Diablo, en los habitantes de otros planetas. ¿Por qué no creer en la poesía? El poema siempre es un misterio, solamente hay que sentirlo, dejarlo que se apoye en la piel y en nuestro espíritu sin buscarle significado alguno. ¿Cómo nos damos cuenta que el poema que nos muestran o leemos es un poema? Debemos prestar atención, querida señora, a nuestras modificaciones interiores. ¿Alguna vez ha estado enamorada? Pues bien, con la poesía ocurre lo mismo: se percibe en un hueco en el estomago, en saber que para vivir hay que hacer otras cosas. ¿Cuáles? Ser escribano, por ejemplo, como Eric Satie, que era músico, lo que significaba en su caso que era poeta. O como aquel amigo de Cioran que era un vagabundo, pero no en el sentido que fueron vagabundos Baudelaire o Walter Benjamín. También se puede tener un alto cargo en una gran empresa, como Wallace Stevens, pero eso sí, mantener en secreto la ocupación que le daba sentido a su vida. Quisiera que comprendiera, querida señora, que quien le escribe es un mero profano interesado en la materia y que si le pregunta a un sesudo crítico, la respuesta será otra, pero la poesía suele pasar al costado de esos señores con alguna que otra excepción. La poesía es como un amor clandestino. Y también aún aquellos que manejan su estudio con auténtica seriedad, digamos un Galvano Della Volpe, llega hasta uno de los más herméticos poemas de Mallarme, y se entrega a la poesía, hay un análisis, pero el poema es el que lo aprisiona.
Esa es la cuestión, querida señora, entregarse a la poesía, transitar el poema como se puede recorrer el cuerpo de una mujer, explorar lo que no puede descifrarse, lo que únicamente puede vivirse, Aún sin entender ciertos por qué. Señora ¿sabe usted hacer el amor? No dudo que algo sabe de la materia en cuestión pues tiene hijos. Si ha tenido esos hijos ?y cuando los engendró deseaba hacerlo? eso es algo que no tiene comparación con nada; es como el poema: tampoco puede compararse con nada. O acaso con esas cosas que al ser comparadas hay que pensar en qué sitio existe esa cercanía. El poema como ese vaso de agua helada, como esa mano que se aproxima para la caricia, con esa mirada que nos abarca y nos inquieta, como esa locomotora que descansa sus sueños, como la imposible mordedura del colibrí herido en el cuerpo del lagarto que reposa al sol. ¿Una cursilería, piensa usted? Puede ser, no tiene importancia. ¿Vio esa película dirigida por Nicholas Ray que se llamaba "In a lonely place"? Si la vio, en esa película se encuentra uno de los mejores diálogos sobre el amor. No se lo contaré, me gustaría que buscara ese film en un video o en un devedé y sintiera la pasión poética de ese diálogo entre Bogart, en un momento de su forma de actuar particularmente significativo, con Gloria Grahame, actriz que murió demasiado joven, al menos para mi, pues andaba por lo cincuenta y cinco años, a la que nunca se ha valorado debidamente. Lo que alguien ha llamado su turbulenta vida amorosa tal vez se encuentre en esa escena que Nicholas Ray dirige de manera impecable, sobre todo si se tiene en cuenta que ella estuvo casada con el director y luego se casó con su hijo. Querida y desconocida señora, si no consigue el film, le contaré el diálogo en cuestión uno de estos días. Actriz y actor sabían lo que eran amores.


Por Rodrigo Fresán
UNO
Come en casa Borges. Aunque come y casa son un decir, Borges sigue siendo Borges. Borges es inalterable y, me dice Borges, Bioy sigue siendo Bioy. No es a mi casa donde llega Borges y tampoco comemos. Los dos estamos muertos y los muertos no comen ni tienen casa. Los muertos, apenas, flotan. Pero me agrada que sigamos juntos, viéndonos (aunque el verbo que ejecutamos no sea exactamente ver, es otra cosa) como a lo largo de tantos años antes del final, de su final y del principio de mi fin. Trabajamos juntos en una nueva y ampliada versión del Libro del cielo y del infierno y nos reímos mucho. Haber sabido que esto –que no es paraíso ni averno– era así. Inventamos un poeta chino que describe exactamente la textura de esta región en la que ahora vivimos o morimos, suspendidos. Si me obligasen a definirlo en muy pocas palabras, diría que “estamos en el aire”. Me dan ganas de comentarle a Borges que, si se lo piensa un poco, todo esto tiene algo de El sueño de los héroes o de La invención de Morel. Pero no digo nada. Tengo sueño. Borges habla y a mí se me cierran los ojos.
DOS

Come en casa Borges. Deja, como siempre, los cubiertos fuera del plato. Pero no importa porque en el plato no hay nada. Tampoco hay plato. Lo único que permanece es el recuerdo de los cubiertos, del plato. El Más Allá no es otra cosa que el reino de la memoria de cada uno. “Los antiguos modales nunca fallecen”, apunto en este diario fantasma y Borges se mata de la risa al oír la frase y me dice que parezco la señora Bibiloni de Bullrich. Esa costumbre suya de cambiar las palabras muy utilizadas por sinónimos para que las frases comunes (las viejas costumbres nunca mueren) suenen nuevas o, mejor, como importadas. Una diferencia importante, sin embargo. Ya no les pongo la fecha a los días porque no tengo ni idea de qué día es aquí arriba o abajo o al costado o vaya a saber uno dónde queda este lugar que siempre cambia de lugar y de forma. A veces es como si estuviera en la calle Posadas, otras, en Pardo, otras, frente a un atardecer de la Costa Azul. Borges me dice que él tiene la sensación de estar todo el tiempo dentro de una biblioteca o de un laberinto o frente a un espejo. Después se ríe y me dice que no, que nada que ver, pero que no quiere desilusionar a la gilada y entonces biblioteca, laberinto, espejo. Una y otra vez.
TRES

Ayer vimos por televisión el traslado del cadáver de Juan Domingo Perón. Otra salvedad: no es un televisor exactamente. Es una pantalla que sintoniza las vidas de los vivos y de los avivados. Borges ve un poco mejor aquí, pero lo mismo le gusta que le cuente lo que veo. Le digo que se están agarrando a golpes y a tiros encima de un ataúd. Borges: “La falta de grandeza de este hombre se pone de manifiesto hasta después de su muerte. ¿Te das cuenta? No son huesos. Es un cuerpo embalsamado. Si fuesen huesos habría algo de reliquia sagrada en todo el episodio. Un toque de épica. Pero así es como pelearse por un gran oso de peluche roto. Acaba de revelárseme un animoso. Un animoso bien peronista. Oí: Perón, Perón. / ¿Qué horas son? / Si fueras huesos / Me haría un pucherón. Pero no, no hay caso. Embalsamado”. Bioy: “Y tengo entendido que con bastante deficiencia. Habrían hecho mejor trabajo con su segunda esposa, dicen. En cualquier momento también la sacan a pasear. Y para colmo está depositada cerca de casa, cerca mío. Me dicen que le falta un dedo”. Borges: “A Perón le faltan las manos. Esas manos que eran grandes como cabezas”. Bioy: “Ahora están cantando la marcha. A los gritos”. Borges: “La palabra muchachós acentuada. Qué animales. Siempre me intrigó la idea de que millones de personas cantaran muchachós sin ningún problema”. Bioy: “Mirá cómo se pegan”. Borges: “Es curioso, su himno asegura que Todos unidos triunfaremos. Cosa que, es evidente, sucedió. Ganaron. Pero no unidos. Todo lo contrario. Si hasta parece una versión crota de El hombre que fue Jueves, de Chesterton. Son todos peronistas pero nadie sabe qué tipo de peronista es, o qué es ser peronista”. Bioy: “De acuerdo. Podría rescribirse una nueva versión, firmada por Bustos Domecq, con el título de El hombre que fue Juan Domingo”. Borges: “John Sunday. Lindo nombre para escribirle algo. No sé muy bien qué. Pero lindo nombre... ¿Quiénes son esos dos que se acusan mutuamente? Qué caras raras. Uno parece uno de esos personajes secundarios de Shakespeare y el otro un malevo”. Bioy: “Se llaman Kirchner y Duhalde y la verdad que tienen unas caras rarísimas”. Borges: “Como pantagruélicas, diría la señora Bibiloni de Bullrich queriendo decir alegóricas”. Me dan unas sobrenaturales ganas de molestarlo a Borges. De tanto en tanto me ocurre. Bioy: “¿Te imaginás cuando traigan tus huesos? Que papelón”. Borges: “Yo siempre quise que me enterrasen en la Recoleta, con los míos. Para mí es el único cementerio porteño. Los otros, el Israelita, Chacarita, Flores, son como salas de espera. Pero no creo que algo así ocurra. De suceder, espero que sea después de la muerte de Sabato. Porque ése no se va a privar de ir a llorarme el féretro”. Bioy: “Qué aguante, Sabato. Quién iba a decirlo. Nos fuimos muriendo todos y Ernestito dale que te dale, solicitada que solicitada, lloro que te lloro, y ahí lo tenés. Me dicen que ahora pinta.” Borges: “Como escritor, Sabato siempre pintó mal. Se me presenta un animoso: Los muchachós sabatistas / Todos unidos lloraremos / Y como siempre daremos / Un grito de corazón: Qué genio soy, qué genio soy... Lo que va a ser el entierro de Sabato... Mejor morir afuera, ¿no? Porque los argentinos tienen esa cosa vitalista con la muerte”. Bioy: “Tenés razón. Pero yo morí en Buenos Aires y el asunto fue más bien poca cosa. Pero lo tuyo va a ser diferente. Van a traer tus huesos en un Hércules de la Fuerza Aérea”. Borges: “De todos los héroes mitológicos, Hércules siempre me pareció el más salame. Seguro que era peronista. Hércules tiene pinta de muchachó”. Bioy: “La que se va a armar cuando llegue tu cajón. Ya vas a ver, ya vas a ver”. Borges: “Yo no veo”.
CUATRO

Come en casa Borges. Escuchamos tangos. Borges se emociona y me dice no sé qué de la patria. Pongo unos blues y Borges hace como si no los oyera y se pone en contarme algo sobre María y sus obras completas y Francia. Nos escondemos de Manucho que pasa dando saltitos por ahí. Parece un fauno. Comento que no me molestaría verlo a Cortázar. Borges: “Yo no veo. Pero sí vería a Cortázar. Pobre, las cosas que dicen de él los que tantas cosas dicen de mí”. Leemos un ejemplar de mi Borges. Nos reímos. De pronto, Borges se pone serio. Borges: “Espero que dentro de cien años los hombres hayan perdido la superstición de considerar que todo hecho cuya veracidad ha sido comprobada es precioso”. Bioy: “Me dijiste lo mismo, y lo anoté en mi diario, el 29 de septiembre de 1975”. Borges: “Ya ves”. Bioy: “Ya veo”.

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