lunes, septiembre 03, 2012

Bienvenido a su antojo

Los italianos son así: personajes, personales, diferentes. Detallistas en el arreglo, efusivos en el saludo, ocurrente se el paso, afortunados en el invento, conservadores en el bautismo. Su abuelo había sido el cuarto en la dinastía de Benvenuto Schiappapietra, no había lugar para el pudor. A la mañana se peina, cada día un pelo menos. Dos veces al mes va a la peluquería para que todo esté en su perfecto lugar. Le gusta, el peluquero hace tiempo que es su amigo, uno de los más queridos. Comen asados algunos días de la semana, cuando Bienve puede.
Le dicen Bienve porque un día no le pudieron decir más cabeza de fósforo. Es colorado, pero su padre quedó atrapado en el incendio de la colchonería intentando salvar a unos niños que habían entrado a jugar una tarde que muy rápidamente se hizo noche. Los chicos encendieron unos fósforos y escaparon por otro lado, Facundo Schiappapietra los buscó incesantemente.
No tuvo la posibilidad de probarse en un club, le faltó el mango y un padre que lo llevara. Sin embargo pudo ganarse algunas simpatías, la de colegas, algunos compañeros de escuela que nunca creyeron que el colorado trajera mala suerte. Su vocación la descubrió por accidente, una tarde de verano en que había ido a la pileta de un club invitado por un amigo. Estaba lleno de chicos que corrían y se divertían. Un grupo de chicas muy guapas se acercó a donde ellos estaban y los invitaron a una rueda de juego de cartas. Jugaron incesantemente, durante media hora, hasta que llegaron los chicos populares del club que ellos no conocían porque no frecuentaban el lugar. Las chicas inmediatamente se levantaron y se fueron los dos imbéciles que se rascaban las axilas y hacían payasadas, pero como tenían una moto llamaban la atención lo suficiente como para que las idiotas se maravillaran. Liberados como quedaron se acercaron a una de las canchas de fútbol en donde jóvenes normales y de su edad jugaban al deporte más hermoso del mundo. Faltaba un jugador y los muchachos quisieron integrarlos para compensar y que se sientan parte del grupo. Damián andá al arco, dijeron, mostrando que el amigo de Bienve era conocido en el lugar, que no lo llevaba a un lugar hostil. Y vos capo, y vos hacé el referí.




Bienvenido casandro le cantaban en su adolescencia unas chicas malignas. Eran rubias y se vestían de hippies. Lo veían venir a lo lejos y ya se reían. Él se sentía raro, le gustaba una de ellas pero estas generaban su distancia, esa distancia que de joven lo hace pensar a uno que es producto de algo que pudo haber ocurrido sin que uno se diera cuenta, no podía ocurrírsele a Bienvenido. Bienvenidos al tren, lo perdonaron una noche, cambiándole la canción, arrinconándolo una contra una pared para besarlo, no la que le gustaba sino la otra. Esto era, tampoco podría habérsele ocurrido a Bienve, que a veces es el deseo lo que hace que las chicas pongan distancia.
Cómo se interpreta una distancia. No debe ser interpretada, es un error. Lo que hay que interpretar es el cuerpo, la desnudez, pensaría Damián, en voz alta, ya más desarrollado, sin club, menos arquero, más estudiante, menos de la plata, más trabajador.
El día de su cumpleaños 18 recibió su primer silbato. La primera infracción que cobró fue una desafortunada patada. La decimotercera fue fractura de tibia y peroné. El primer offside fue culpa del juez de linea, error de cálculo, se le avalanzaron los jugadores de uno de los equipos a gritarle qué cobrás. Él respondió vamos vamos jueguen. El 10 le tocó el hombro, a los tres minutos luego de un choque con un jugador rival, quedó tendido en el piso y un compañero sin poder detener su loca carrera, saltó los cuerpos aterrizando de lleno en su mano.


No sabemos cuándo ni cómo, las cosas empiezan a suceder.