domingo, septiembre 05, 1999

Pequeño Dominó

El primer beso

Jugábamos a la guerra. Tirábamos tiros de verdad pero con la boca. “pum, pium, pum”. Y caían muertos en la vereda los enemigos. Yo no entendía el juego y me decían que me quedara en la trinchera. Los otros corrían y se desparramaban en un verdadero frente que era una mezcla de segunda guerra con el escenario de los cowboys del oeste. Y cuando ya no quedaba nadie vivo yo salía de mi trinchera y enfilaba para casa. “No me gusta jugar a la guerra” le decía a mi mamá. Yo tenía mi pistolita de calibre pequeño y todos los demás iban con carabinas.



¿A dónde fueron a parar…? Éramos felices cuando estábamos juntos, y éramos infelices cuando no. Y jugábamos a las escondidas y nos íbamos a dormir sudados. Y al día siguiente nos volvíamos a encontrar y volvíamos a inventar juegos o nos trepábamos a los techos o a los árboles de mandarinas. “¿Y ahora qué hacemos?”. Y volvíamos a inventar un juego salvador del rato, y hasta podíamos enfrentarnos con los chicos del barrio de más allá al fútbol, en esa canchita que estaba terriblemente inclinada, y después la revancha de locales en la cancha de cemento. Y volver a encontrarnos al día siguiente, y a charlar y a reír. Y andar a la tarde por ahí, sin cuidado, sin problemas, tan llenitos. Y llegaban las fiestas, y tirábamos fuegos artificiales, y volvíamos a jugar a las escondidas, y las bromas se daban y estábamos ahí. Y mirábamos a través de dos ojos que no eran ojos o con una mirada que no era mirada, o que no estaba llena, o que era virgen de muchas cosas que después supimos y no quisimos avisar. Mirábamos como a través de unos lentes que eran todo el cuerpo pequeño y toda la fiebre de ser chicos que pretenden ser grandes. En esa época escupíamos con holgura, con soltura, con pavoroso aire criminal, desde el cuarto piso, y la gente que pasaba miraba para arriba y no veía a nadie.

-¿Te acordás de esa tarde en que te subiste al mástil?
-Qué boludo no.
-Casi te matás.
-Éramos tan ágiles.
-Éramos unos boludos.
-Pero quién era más boludo.
-Nosotros no, los del otro barrio. Qué boludos.
-Eran bastante boludos.
-Y te acordás cuando lloraste al final de ese partido contra Cañada.
-No, no me acuerdo.
-Yo sí me acuerdo, llorabas desconsolado, perejil. Eras un boludo. Como me reí cuando te vi llorar así.
-Cómo que te reíste?
-No era para tanto, goma.
-Goma? De donde sacaste ese vocablo
-No te acordás, de goma goma goma goma goma
-Que lindo y qué simpático que sos? No, me acuerdo del boludo de la televisión
-Gomazo súbete
-Pero no te acordás que era como decir tonto, goma, bobo, etcétera etcétera etcétera
-Vos sí que andas hablando bien, etcétera
-Son los años, vió, uno aprende palabras
-Así te hace la ciudad a vos
-Eso dicen
-Pero se ve que te seguís acordando del campo
-Un poco



Entonces nos fuimos a nadar. Vos nadabas con el agua en la cara. Y te habías recogido el pelo. Y sonreías. Y yo te miraba y sonreía y vos me mirabas como yo te miraba y te hacías la linda. Tenías esa mayita negra entera, pero ya querías ser grande y que te crezcan las tetas y el culo y poder usar bikini y andar por la pileta y que todos los chicos te miren, porque eras linda. Y ya querías eso pero igual podías disfrutar de nadar conmigo y que yo te mire, y yo nadaba con vos y reíamos. Y vos me decías “te gusta el agua?”, y yo te decía “sí”. Y yo no te decía “pero más me gustas vos”. Y después íbamos a donde estaban todos y vos te ponías la toalla que te cubría el cuerpecito divino, y jugábamos con naipes y vos te ponías en el equipo contrario y ya no querías estar conmigo, y ya ni te acordabas que un rato atrás habíamos estado nadando juntos y que te había hecho amor con la mirada, y habíamos sido felices. Uno siempre traiciona lo que ama.


En el recreo nos agarrábamos a las trompadas en el centro de la cancha de fútbol. Había dos bandos, pero no estaba muy claro quienes eran los buenos y quienes los malos. Y algunas trompadas eran de verdad, de verdadero odio, verdadera rivalidad. Llegó un día que la cosa se puso irreconciliable. La guerra era tal que llegábamos después al aula todos ensangrentados. Todavía creíamos que la venganza era posible.
La guerra después se extendió a todas las horas del día. Y se terminó cuando pasamos de grado.

Después nos hicimos amigos. En realidad siempre habíamos sido amigos. Pero no nos hablábamos mucho. Y no por alguna razón demasiado ancha. En realidad porque éramos muy orgullosos y líderes, si todos nos seguían. Era la época de los granos, él tenía la cara llena de granos, como un choclo. Yo no. Por eso de que yo llego siempre más tarde a todos lados. Cuando él dejó los granos yo estaba en mi apogeo, y cuando yo los dejé fue justo cuando empezaron a estar de moda. Íbamos con los granos en la cara a todos lados. No podíamos elegir y ponerlos o sacarlos, veníamos equipados con ellos. Y caminábamos para todos lados, y nos hacíamos los mayorcitos, y comíamos lo que daba la calle, y creíamos que ya éramos adultos. Yo saludaba menos, era un poco retraído. Pero igual, qué cantidad de chicas nos miraban cuando pasábamos cantando esa canción que todavía no estaba de moda, pero que sabíamos que iba a estar de moda pronto, y nos encantaba hacernos los vanguardistas. Y creíamos que sabíamos cosas. Y no sabíamos absolutamente nada de nada, tal cual ahora.
Y era todo de tierra, y entonces con la lluvia era barro y nosotros nos embarrábamos todos, de pe a pa, bien completos pero no importaba porque después las manchas salen cuando se lava la ropa y nosotros queríamos disfrutar de la lluvia, porque era así, cada vez que llovía había que salir a recorrer el espacio que conocíamos pero con el cielo despejado, y era otra cosa. Era como más nuestro, más adquirido. Y sobre todo la parte de trepar esa montañita de tierra que entonces era barro, y nos ensuciábamos las manos y debajo de las uñas y trepábamos y después ya arriba con la lluvia que era por lo general una llovizna suave que suele caer durante una o dos horas y entre dos chaparrones bien fuertes, y esa llovizna que nos hacía entrecerrar los ojos para mirar mejor entre el agua vertida y el mundo y veíamos a las mujeres desnudas en esa casa pero él veía mejor, y se tocaban y nosotros juntábamos, coleccionábamos imágenes para nuestras fantasías individuales, y no nos importaba si estábamos empapados de pe a pa y embarrados de pe a pa, si estaban desnudas, estaban desnudas.



Y yo que les había contado a algunos lo que me gustabas. Nos habíamos encontrado dos o tres veces de mañana en el mismo lugar y de casualidad. Y yo que empezaba a creer que las casualidades no existen, tuve que pensar que era el amor. Y lo bien que me hablabas. Y yo que te sonreía y vos también o sea que te gustaba. Y decíamos cosas re interesantes y chusmeábamos de los amigos y las amigas, y nos hacíamos los grandes. Después fuimos con todo el mundo a tu casa, y alguien que sabía desparramó que me gustabas. Y yo no supe decírtelo y tampoco supe cómo volver a mirarte. Y vos no volviste a aparecer en esa esquina. Después te vi venir, madurita, superior, con aires en el pelo, saludando de lejos, prestándole a mi entendimiento tu manera de mostrarme la poca importancia que siempre creímos que se merecía mi facha. Pero yo tampoco era el mismo, y a pesar de que me recordé que éramos tan chicos, también pensé que no me importaba.


Me arrinconaba y me miraba fuerte fuerte a los ojos. “Decíme quién te gusta, yo soy tu amiga”, me decía. Tenía los ojos como el agua, y era flaca y bonita, pero tenía algunos defectos: era una arpía y al mismo tiempo la novia de un amigo: cómo le iba a decir… Y ella me perseguía y me decía que era mi amiga y que me ayudaría y que confiara en ella, mientras se me acercaba cada vez más con su boca y su cara y sus pelos cerca, tan cerca como yo no quería saber cuanto, y después yo corría y le decía “no, no te lo puedo decir, no te lo puedo decir porque no te lo puedo decir”.
No era para tanto: yo estaba enamorado de ella y no era la primera vez que me pasaba aunque siempre que uno se enamora es una primera vez, porque siempre es diferente. Pero ella era una arpía y no era Venus y era la novia de un amigo. La olvidé rápido.


-Si lo agarro lo mato. No puede parar de hacer pavadas
-Pero no te preocupes, si te jode porque te calentás
-Pero cómo no me voy a calentar con la jodita que me hizo, lo mato, lo reviento
-No vale la pena, es un tarado, dejalo solo…



Era en la mesa redonda, luz pálida de las cuatro de la tarde de un día cálido y húmedo de invierno en la región pampeana, clima subtropical (ese mismo día vientos leves del sur sureste, temperaturas entre los 12 y 16 grados, la presión atmosférica de 1000 hectopascales). Las referencias son necesarias, era la hora de ponerse profundo. Era Meditations de Coltrane o la versión de Liebman posiblemente. Entonces dijimos que estábamos cocinados, que esto que éramos entonces, en ese momento, no lo íbamos a volver a ser jamás por todo eso del río y de bañarse, pero eso no fue lo que nos aterró. Nos aterró darnos cuenta que una parte de eso que éramos, que era también eso que éramos y somos, lo íbamos a tener que ser por siempre y para siempre, y vos dijiste “las cartas están jugadas”, y después nos pusimos a hablar de chicas, otra vez.


Se subió a cococho sin solicitarme permiso y era la guerra de cocochos en el agua, y cargaba en mis espaldas sin haberlo jamás pretendido, por un segundo y para toda la vida, a un ángel.


Había que soplar: vos soplabas y yo hacía que soplaba y entrecerraba los ojos y te miraba como soplabas, porque me gustaba como ponías la boca, pucherito. Todo el mundo debería haberse parado a mirar cómo ponías la boca, esa trucha preciosa. Soplábamos contra el viento para que se vaya y nos deje en paz, para poder seguir jugando tranquilos. Y poder seguir sacando fotos y correr. Porque habíamos corrido por toda la montaña y por toda la orilla del lago y habíamos llegado al dique y habíamos encontrado el lugar exacto para las fotos y lo demás. Y vos habías inventado esto de soplar contra el viento, que hacías cuando eras una mocosita, que soplabas contra el viento con toda esa boquita de nena y el pelo que se te levantaba y el viento que cesaba y dejaba que todos los niños del mundo pudiéramos jugar un rato más. Por en ese tiempo vos y yo no existíamos para el otro, aunque yo ya sospechaba que podías existir. Aunque no pensaba demasiado en eso porque tenía que jugar. Pero cuando soplamos juntos contra el viento era otra cosa, aunque seguíamos siendo niños.
Entonces soplaste fuerte, y yo te agarré de la cintura, y te levanté alto, y vos abriste los ojos y reíste y gritaste y yo te llevaba levantada y reíamos y el viento se había calmado efectivamente, y el sol que estaba arrinconado en la montaña saludaba y el dique lleno de gente buena y de peces gigantes se reía con nosotros, y los arbustos y las piedras nos preparaban la merienda y nosotros saltábamos y no parábamos de reír un segundo. Ese fue el momento en que la cámara de fotos voló por lo aires y se hizo bolsa en mil pedazos, ¿entendés ahora por qué te digo que fue culpa mía?


Escupía con motivos justos. No escupía porque sí o porque sa. No iba escupiendo por ahí por deporte, aunque confieso que alguna vez habré escupido por deporte, para ver quién llegaba más lejos, o meábamos con los chicos de entonces y mirábamos quién llegaba más lejos o quién meaba más tiempo, pero era una competencia que duraba de cinco a diez minutos, después hacíamos otra cosa ¿Te imaginas si nos la pasábamos escupiendo toda la tarde?, no hay boca que aguante. Entonces, escupo porque la boca se hace una cosa rara que hay que limpiar y una escupida no es nada, ¿tanto asco te da? Lo que sí es que ver escupir a una mujer no es divertido, es más bien fiero. A un hombre sí, es tolerable. Pero es una escupida nada más, sino ¿cómo me saco de encima todo este pasto que tengo en la boca?

Una tarde inventamos una excusa para armar un baile. Tan inocentes, los chicos llevábamos coca cola, y las chicas papitas. Y le llamábamos “asalto”, sin que matemos a nadie, y sin manos armadas. Y si iba el hermano de un amigo se pudría todo, porque algunos lo soportaban y otros no; yo me reía porque también era mi amigo, pero cuando se ponía loco, hacía que todos le obedecieran y ponía a todos de su lado contra uno que se quedaba solo y lo sufría y eso que todos saben, chistes, bromas pesadas. Pero si no iba, por ahí jugábamos, o hablábamos en secreto los chicos de las chicas, las elegíamos, imaginábamos los besos posibles e imposibles, y también bailábamos. Bailar era moverse primero rápido y más tarde lento y tomados hombros y cintura y a cierta distancia, y sin que la mano baje más de lo debido, que sino las chicas se hacían respetar en su mismo momento.
Y vos le mandabas toda la mano al culo a la que se dejaba que le encantaba y por eso se ponían un poco alejados de los demás, como buscando lo oscuro, y ella se dejaba tocar el culo por vos solamente, pero toda la noche, y ella al oído no te decía palabras malas, te hablaba y vos no escuchabas, te decía que el mundo era una cosa así y asá y que el amor era importante. Resultó ser la más pura de todas.
Te conozco mascarita. Eras la que me decía secretos en la noche de verano, cuando estaba en la plaza y una mano me hacía señas y me llevó hasta el barrio sin luces contra un árbol, un ombú, y me dijo hasta te quiero. Y me llamabas por mi nombre y me conocías y yo no sabía nada ni veía tu cara porque tuviste cuidado y me llevaste a escondidas a lo oscuro, y después mucho después te conocí y nos hicimos amigos. De esos amigos que comparten muchas cosas, y muchos ratos. Hicimos de todo y para todo, éramos tan compañeros. Y todo a la luz, y también en la oscuridad. La cosa es que no sabemos después qué pasó, nos empezamos a llevar mal y cuando pudiste te fuiste con otro. Deben haber sido los miedos, o las ganas de seguir viviendo o a lo mejor las ganas de que el otro fuera libre, si tanto nos queríamos.
Y ahora, mascarita, te conozco. Venís así desnuda y yo ya sé como es tu piel, a pesar de que cambie, como todo cambia. Yo conozco tus huesos, y las figuras que dibujan tus perfiles. Te conozco mascarita desde que éramos así, desde que nos encontramos en los oscuro y nos robamos el beso como dos chicos que éramos, porque éramos púberes y libres. Y yo estaba en una plaza y vos me hacías señas desde lejos y como había más gente no sabía si era para mí o para otro. Y te conozco porque conozco el mundo con vos y conozco el mundo sin vos, y ahora que venís así, disfrazada, mascarita, veo el mundo, y veo de nuevo todo lo que no vi estos días que pasaron que vos te fuiste y no mandaste ni siquiera una postal de Singapur para decirme que estabas bien y dejarme tranquilo. Y te conozco mascarita porque sabía que ibas a volver disfrazada de algo para que no me diera cuenta que eras vos, pero no contabas con que yo te quiero así como sos, mascarita, pero no te puedo perdonar porque te quiero así como sos, porque si te perdono sería porque no me importa más, y yo quiero seguir conociendo el mundo con vos, mascarita, no te puedo perdonar porque quiero que estés un rato más conmigo y que la pases bien acá. Pero no te voy a retener si te querés ir, podés hacer lo que desees, y yo puedo ver como hago para extenderte un certificado de perdonamiento, y arreglamos así. El tema es que el próximo carnaval, cuando vos no estés y haya otra mascarita voy a tener que decirle “te conozco mascarita” y me dé cuenta de que no sos vos, entonces, sabiendo que nunca más vas a volver, voy a mirar un rato el piso con tristeza. Pero el carnaval sigue… pero tengo el presentimiento de que sí vas a volver.
-Tenés la rueda baja.
-Entonces la agarré contra un árbol
-No te puedo creer
-Y empezamos a besarnos y entonces le agarré las tetas así
-Qué hijo de puta
-No sabes no sabes
-Qué hijo de puta
-Y le levanté la remera
-…
-doblamos acá; y se las empecé a chupar
-no te puedo creer, cómo? Le chupaste las tetas?
-Si, no sabés lo bueno que está, boludo, te pido, no le digas a nadie que…
Me interesaba el fútbol, los deportes, quería seguir jugando y mis amigos ya empezaban a quedarse más tranquilos, a charlar de mujeres y a decir pavadas. Yo quería seguir siendo chico. Y tuve que crecer porque el cuerpo me lo pidió, que si fuera por mí sigo jugando.
Y los reyes magos, esa farsa bendita que se huelen los olores del verano de los zapatos familiares, con sus dromedarios hambrientos a cada rato, saciados en cada casa, me trajeron entre sus bolsas un poco de mirra y los veinte éxitos de oro de los beatles. ¿Cantaste alguna vez “Here comes de sun” sin sentir el olor del mar de aquellas vacaciones?
Un cielo nublado, un cruce de caminos cerca de la costa, la playa y la ruta, el asiento trasero del lado del conductor, mis hermanas, las medialunas, y get back to were you once belong.


“A mi Tucumán querido cantaré cantaré cantaré” cantábamos, como si estuviera bien, como si no desafináramos. Teníamos un hermoso fogón, teníamos muchas ramas para quemar y muchos días para muchas ramas más para quemar. Teníamos cigarrillos también para quemar, porque ya nos hacíamos los grandes. Y cantábamos folclore, y después rocanrol y después nos copamos mirando el fuego y él decía pavadas y el otro se las seguía y el fuego no se extinguía. No sabíamos que al día siguiente iba a llover todo el día y nos íbamos a mojar, que es la ley de los campamentos, mojarse. Tampoco sabíamos que a los dos días se iba a llenar de sapos porque eso suele suceder en los campos, y sobre todo cuando hay un campamento: se llena de sapos y corren todos. Y nosotros los pateábamos y los corríamos y nos divertimos aun en el barro. Y cuando ya nos aburrimos de la lluvia y de los mates espantosos que cebaba una serranita, inventamos el caramelo y el almíbar, poniendo agua de lluvia en una hoja de árbol preferentemente limpia y grande, y previamente rellena de azúcar, la poníamos sobre el fuego y luego la chupábamos. Así habremos estado tres horas, hasta que se nos hinchó la panza y escampó un ratito.


Cuál es el tema?: la boca. Con un amigo visitamos la Boca, anduvimos caminando por Caminito. Con vos descubrimos que sin la boca es imposible hacer el amor. Nos pueden cortar un brazo (uno), podemos quedarnos ciegos, mudos, sordos, pero no nos pueden sacar la boca. Sin la boca, sin tu saliva sabiendo, sin tus dientes mordiendo se hace imposible. No nos amputen la boca.
Creías entonces, decías, cuando eras chica (siempre sos chica) que las prostitutas no besaban. A mí me habían dicho lo mismo, y por esa misma razón nunca pagué una prostituta. “Bendita sea la boca que da besos”, cantamos entonces. Hablaste de la esencia, y yo te miraba gesticular (esa boca que es una locura). Nos mirábamos fijos a los ojos, pero mis ojos se iban a tu boca. Tu boca que fue el pecado más dulce, el pecado que me condena al infierno al que voy a ir cantando la canción más alegre del mundo.
La boca, iglesia barroca: ese afuera y ese adentro tan maravillosos. Tu boca sopla, dice todas las palabras, come, bebe, escupe. Tu boca llora y ríe, tu boca mata y muere. Tu boca muerde con rabia y pasión. Tu boca se inclina lúcida siempre que sabe lo que quiere. Tu boca se inclina débil siempre que sabe lo que no quiere. Tu boca que siempre va.
En mi vida hay un antes y un después de tu boca.


Fuimos todos juntos de viaje. No hicimos muchos viajes todos juntos, pero este fue el primero y el mejor. Un mes entero en las sierras, boyando, culo al río.
Era fascinación, era dejarse llevar y disfrutar. Creo que comimos algún asado, pero por lo demás fue un mes entero a fiambre. Y escuchamos música horrible que nos encantaba, y era la música del viaje, de ese viaje. Cada vez que escucho esa música digo esta es música para viajar.


Llegó la época de los teléfonos. Aprender a hablar por teléfono es toda una cuestión. Levantar el tubo decodificar los mensajes, revisar que no fuera una amenaza de bomba. El teléfono siempre sonaba para los demás. Hasta que empezó a sonar para uno también. Y del otro lado, voces diversas.
Se diría que el teléfono acerca lo mismo que aleja. Nos trae una voz que es solo una parte de la persona con la que estamos hablando. Y esa persona se encuentra en el mismo momento en una situación similar a la de uno porque está hablando por teléfono con nosotros, mientras que al mismo tiempo se encuentra en una situación diametralmente opuesta, porque esa persona puede estar necesitando algo con urgencia, o puede estar solo, al borde del suicidio, o puede estar teniendo un orgasmo.
Todas las veces que yo hablé por teléfono, o casi todas, no estaba haciendo nada más que hablar por teléfono. Bueno, a veces dormía.


Llamaste por teléfono y me dijiste: “no te quiero ver más en la vida, nunca más”. Yo no entendía lo que pasaba. “Esto es imperdonable”, dijiste. “No hay vuelta atrás”, dijiste. Yo pedía perdón sin saber exactamente por qué. Siempre fui así de dócil por teléfono.


Fueron las fotos, seguro. No las habías visto, te las había dejado en el cajón y te dije, “te dejé las fotos en el cajón”. Y vos llorabas con aparente inocencia y yo me sentía culpable, y entonces no te hablé más porque no me querías escuchar. “Para qué le dije toda la Biblia, toda la Ilíada y toda la Odisea, para qué”, me fui pensando. Claro que yo también necesitaba consolarme y pensaba esas cosas para alejarme del dolor. Igual me lo encontré todo cuando llegué a mi casa deshabitada. Y yo que había dejado las fotos en el cajón me puse a putear; “para qué dejé las fotos en el cajón”, pensé. Pero ya las había dejado, y no iba a volver. Y vos tampoco me ibas a llamar, y no sabíamos qué había pasado, pero estaba todo hecho bolsa, y todo el mundo estaba confundido y andaba por la calle frenético. Parece que el mundo sabe acomodarse a los estados de ánimo de uno. Sobre todo cuanto más triste está y empieza a llover.
Pues bien, se ve que pasado el tiempo, el tiempo recobrado, se te aparecieron las fotos y por eso llamas ahora. Porque pensaste. Seguro que fueron las fotos, y ahora yo soy el animal de dios que vuelve a cambiarse ya ponerse la ropa y a esperarte, porque parece que vas a venir a casa, y a cocinar algo rico que sé que te gusta, y a esperar que llegues, que siempre tardás un poco más y yo suelo impacientarme. Otra vez la misma historia, que hace con nosotros lo que se le antoja, está visto.


La pelota, la pelota, que me den la pelota, aquel se comió dos goles y ni siquiera piensa en bajar a marcar al de rojo. Cabeza dale cabezón comilón de mierda, denme la pelota, eso, con la pelota hago lo que puedo para acá para acá tomá así se juega al fútbol, qué pase tremendo. Uhh. Morfón. Ahora a correr. Que no lleguen, hay que marcarles la salida que no pasen la mitad de la cancha. Seguime la marca. Eso, volvé. Me pasó, concha de la lora, se va se va, viste que se iba, no la alcanza, la tiró larga cuando me quiso pasar. Arquero!!! Puto de mierda dame una bola. Se la diste a Juan que se la morfa en la mitad de la cancha. Juan, Juan, la pelota, denme la pelota. Eso, estoy lejos del arco, la voy a tener que jugar, pero antes pensar, nadie se muestra, se corre uno se desmarca, no, vamos para atrás, tomá, eso volvela bien, ahora para adelante te desmarcas Juan rápido ya… vamos para adelante, hasta acá llego dasela al delatero dale dale dale no loco no al arco al arco. Qué cosa la tiraron a la mierda. Obladi oblada la re concha de la lora, se me pegó esta canción de porquería. Te acordás de esa otra canción, a ver si me saco el obladi oblada, era una ranchera, como era… saca el arquero de ellos y a marcar la salida, de que jugas de defensor o de delantero. Si estas cansado andá al arco. Por la izquierda por la izquierda. Viste, si no vas a correr esa pelota. Saque lateral nuestro. Vení, dale. Eso ahora tomá mirá que centro golll vamos, que centro que centro… como vamos, tres abajo nosotros. Negro, vamos que ya los alcanzamos, que golazo, que pase a la cabeza. Como era la canción. Sacaron vamos a poner huevos, pelear la pelota, no loco, no meter pata… para la mano, no seas boludo. Pasá. Eso, vamos tomá, volvé eso, vamos para adelante, tomá, vayan que me quedo acá por el contraataque. Que mal que estoy jugando, yo puedo jugar mejor, deben ser las zapatillas. La camiseta del negro está buena. Me quiero comprar una camiseta, al pedo, no se para qué, no me compro una mierda. Con esa guita hago diez mil cosas mejores. Adonde puedo ir. No. Ahí vienen dale sacaselá, eso vayan vayan que me quedo… esa canción, pelié con una vieja por la muchacha ella agarró la escoba yo agarré el hacha te acordás negro esa canción puto dale vos jugá yo estoy defendiendo má si voy al arco, ya me cansé de correr, son las zapatillas. Pero un gol voy nada más. Anda cabeza salí del arco, cambio!! Eso atajo yo. Qué agitado que estoy. Goll vamos los pibes. La canción, estamos a dos. Obladi oblada life goes on que mierda no tenés una canción que se te ocurra acá, se me pegó una que me cansé, ahí viene el ataque de ellos. La pelota, mía, tomá, que arquerazo, corner!!. Te doy una canción cuando amanece el misterio del amor, corner dale haganló. Silvio que lindo. Dejamos esta, sintonizamos, partido fútbol cinco arco Silvio Rodriguez concentración. Cambio de arquero, y sí, gol, que querés, fue un golazo. Bueno dale atajá vos. Vamos che vamos que podemos todavía. Por tres abajo. Tomá…


Aprendimos de Hollywood a vivir como dentro de una película. Éramos los héroes de la historia, teníamos a la chica, merecíamos la felicidad o bien una muerte digna, después de llegar a viejos y con la chica. Y creíamos que antes había que elegir, como los héroes. La elección consistía en una cuestión genérica: comedia, drama, suspenso, terror, acción… y de ahí en adelante. Y creíamos que podíamos elegir, y que yo elegía a la chica, y que ella me elegía, y que todos juntos comíamos perdices, claro, sufriendo antes un poco, para darle sentido a esa felicidad ad mortem.
Creímos en Hollywood, y así nos fue. Explotaron todas las bombas, saltamos todos los techos, besamos todos los hombros, condujimos todos los convertibles, encontramos todos los tesoros, visitamos toda la Europa, cabalgamos todos los desiertos. Creíamos en Hollywood, y en la felicidad. Y ya no éramos niños, y así es que tenemos un pedazo de vida que se salva.



Me ponían a jugar de defensor. Yo quería meter goles, o atajarlos, pero jugar de defensor era una de las peores cosas que había. Para consolarme papá me decía “y bueno passarella es defensor y mete goles también” así que cada vez que podía me iba para arriba a meter un gol como passarella. Pero jugaba de dos y no podía irme mucho. Como era un poco alto sí iba a cabecear los corners. Pero me pedían que vuelva corriendo. Nunca supe la verdad, si jugaba de defensor porque era el único que podía cumplir esa función y robar pelotas peligrosas, o si en realidad no servía para nada entonces me mandaban a jugar de relleno.
Aunque sí recuerdo haber robado algunas pelotas, incluso haber sacado una pelota en la línea. Pero no ponía garra, porque no me decían “che pibe vos jugás bien acá, es importante”, no. No me decían nada, me ponían a jugar ahí y si me adelantaba un poquito me cagaban a pedos.
Aunque un día después de un partido que perdimos como siempre escuché que decían “si no hubiese sido por el dos, que jugó bárbaro, hubiesen perdido por más.” Ahora que pienso a lo mejor era una ironía, pero ese partido yo había jugado realmente bien. Y como para no, eran todos un año más chicos que yo.


Entonces estaba nublado, habíamos estado en la pileta mientras no llovía, yo me quedé en la parte playa disfrutando del dolor de estómago y de la vergüenza que me daba pedir permiso para cagar en baño ajeno, los chicos algunos afuera otros en la parte honda de la pileta, uno jugaba con una chica, hacía como que la ahogaba y ella se dejaba y se divertían y ella le pegaba y él la agarraba de la cabeza y la hundía y ella salía gritaba y le pegaba y él… sí, ya entendimos.
Después llovió y salimos cuando vimos que relampagueaba, y jugamos cartas, y comimos lo que acá llamamos alfajor santafesino. Refusilaba en mi corazón, yo ya sabía que sabías. Y estábamos en tu casa, y a mi me dolía el estómago, y a mí me daba vergüenza pedirte permiso para pasar al baño.



En una época creía que la luna llena era cómplice del amor. A alguna le habré dicho, “mirá que linda está la luna hoy”, y pensaba que eso sellaba como con un lacre un amor para siempre. Ya sabemos, Oscar Wilde, que la diferencia entre un amor para toda la vida y un capricho es que el capricho dura más. Y también sabemos, Bernardo Soares, que hablar…, que por la boca mueren el pez y Oscar Wilde, y yo también. Luna, luna, luna, luna, si volvieran los gitanos.


Y estábamos alrededor del fogón, meta mate y charlas comprometidas. Y después quisimos ver más claro una cuestión pero no teníamos un pensamiento que pueda llegar hasta las últimas consecuencias, éramos tan limitados. Siempre recayendo en los mismos temas, siempre dándole importancia a cosas que no las tienen.
Entonces salimos todos en banda a caminar por el campo, a ver si se aparecía, de una vez por todas, la famosa luz mala. Y contábamos cuentos de terror del campo. Y las chicas tenían miedo. Y la más linda no me eligió, pero no me fue tan mal, me tocó cuidar y abrazar a otra que no estaba tan mal, y con la que nos habíamos mirado todo el día, y con la que habíamos cruzado un par de palabras entre los árboles, con la que me encontré más tarde en la oscuridad y a solas y sin querer queriendo, a la que no supe besar a tiempo. Cuando volvimos al pueblo no volvió ella a dirigirme la palabra, con ternura me refiero.


Después nos mudamos de nuevo, del departamento de Mitre a la casa de 25 de Mayo. Yo tenía 12 años y terminaba la escuela primaria. Ese año fui caminando a la escuela, me daba cosita pasar con guardapolvo blanco frente a las chicas de la escuela de las monjas, que usaban uniforme y que eran tan lindas. Temía que me vieran tan chico, tan pequeño. Temía que no gustaran de mí. Creía que no les gustaba.



Entonces teníamos todos los géneros: drama, suspenso, acción, comedia. Yo me tomaba el mundo bastante en serio y era un drama. La acción no estaba, era más bien bastante monótono todo. Después me di cuenta que no estaba bien tomarse todo tan en serio y que sufría demasiado así, y entre acción y suspenso, no pasaba nada y se transformó en una comedia. Pero seguía siendo un drama, porque a pesar de poder reír, de aprender a soñar, y de disfrutar todo lo posible, nunca termina nada como en las películas de Hollywood, y el llanto y la risa, y el rencor y el deseo, nos dejan solos.


Y vino la época de mirar la televisión, y no teníamos más que dos o tres canales, y toda la mañana para los que íbamos a la escuela a la tarde. Y perder el tiempo, y aprender a clavar la mirada, a dejarse hipnotizar hasta que se corte la luz…


La luz eléctrica: enchufes de dos patitas, llaves de luces, la araña del living. El arbolito de navidad, la máquina de cortar el pasto, el agua: una electrocutación, un cortocircuito que dejó pegado a dos veinte a un chico, o cómo pudo haberlo soñado.

Vos te dormís mientras los demás siguen vivos y alrededor tuyo. Te dormís en camas ajenas, y plácida, relajada. Y dejamos que te duermas en nuestra cama porque sos vos nomás. Y porque a nuestra cama le gusta recibir la blandura de tu cara y de tu respiración, le gusta abrigarte. Y vos sabés que contra la voluntad de nuestra cama no hay discusión.


Blandiendo una escarapela, pasó corriendo frente a todos y sin mirar a nadie. Gritando “libertad, libertad, libertad”, y levantando en alto una escarapela gigante de papeles de colores. Y todos la miraron, y nadie dijo nada, y todos pensaron para sus adentros “está completamente loca”. Y en la escuela todos se miraban y nadie decía nada ni se reían. Era como no entender nada, sólo que todos pensaban “está loca”, y nadie sabía cómo reaccionar ante semejante revelación. Y no estaba loca, y no gritaba simplemente libertad, ni blandía una escarapela porque sí o porque no. Eso quedó demostrado después, cuando se burló de todos, mostrando sus piernas, haciéndose desear, dejando a todos con las ganas de tocarla, diciéndole al oído a más de uno: “así que querés tocar a la loquita…”


Cuentan los que saben más yo no sé, que una vez una niña que se internó en el bosque salió del mismo con los pelos volados. Esto no era una novedad, más dicho peinado nunca había conocido tal niña que por tanto lo adoptó para siempre, pues al verse al espejo se reconoció y viose a sí misma la criatura más bella nunca vista en la tierra. De ello se enorgullecía la niña, de ser la criatura más bella andante sobre la tierra, pero no sabía que tal condición tiene sus límites. Cuando cumplió los cincuenta, la niña, que ya no era una niña, se había transformado en una vieja bruja, tal vez la bruja más loca del pueblo. Y todo por haber entrado un día al bosque por donde no se podía entrar, y de allí haber creído en su belleza más que en nada en el mundo.
Lo gracioso de esto es que no hubo escoba que aguante para la vieja bruja, se había tomado todos los potages del mundo y se había puesto muy gorda, por eso no podía volar y además le temía a las alturas, por lo que no le molestó no poder trasladarse como las demás brujas en escoba voladora.