miércoles, junio 19, 2013

llamado por los buenos relatores



Se necesitan buenos relatores,
malas personas pero relatores
buenos. Seis, ocho, docemil buenos relatores
se necesitan más para que estallen
las diez mil flores del relato.

Relatores, ¿tan difícil encontrarlos es?,
que sostengan el relato
con pulcritud, con dignidad, con parcialidad
con arrogancia auténtica, con cita formal
con muletilla augusta, con emoción feroz.
¿Dónde están?

Relatores de fútbol, relatores del relato,
relatores de carreras de caballos
relatores del dónde va la noche
relatores del vino crudo, relatores del estío.

Se buscan, hay paga, dónde están
están, sabemos que están,
ocupados en aprender, equivoca-
damente, inútilmente, fatalmente
de las viejas escuelas de relatores
buenos pero indignos
tinellescos araujescos closescos
influenciadores de generaciones cuyo relato
todavía no se deja escuchar
por el relato que insiste en el
punto de que no tiene que haber relato.

Están, lo sabemos, están ahí
sucumbiendo a la virtud de la salchicha,
releyendo las poesías de los lunes en el diario,
escalando champaquíes en invierno,
lechicultivando, fruticultivando, tallando la idea de ciudad,
tomando cerveza por parajes inhóspitos,
llorando en las esquinas porque no los quieren venir a buscar
los taxis que no pasan cuando uno los necesita
y que sí pasan cuando no se los espera.

Están en el baño, orinan,
están preparando una gran cartelera,
una pintura de la gran madonna,
los relatores están agazapados, los buenos,
practican decir con velocidad y exactitud
los nombres de los jugadores
los nombres de las calles
los nombres de los colores
los nombres de las cosas
practican
los verbos en subjuntivo
la correcta utilización del pluscuamperfecto
se explayan secretamente
en el filo del circunstancial de modo
de tiempo
de lugar
van al Caribe del sueño
van al baño de nuevo
practican lavarse los dientes
lavarse la cara
los buenos relatores
las malas personas pero buenos relatores
se necesitan.

Están ahí, no tienen equipo, no tienen bandera,
no tienen parís, no tienen gol,
miran con coraje canotaje en la televisión,
comentan con desfachatez la tristeza del hincha
la alegría del hincha
no comercian, no venden, no compran,
no pagan, no cobran
cuentan
sencillamente
el cuento que necesitamos escuchar
los idiotas que estamos hartos
de leer con todas las luces
cómo los genios de los medios repiten
y repiten y repiten y repiten
todo el tiempo
la misma información
y ganan plata por eso.

Necesitamos buenos relatores,
malas personas pero buenos relatores.
Que no insistan con versionar el pasado
que no le busquen la hilacha al futuro
que carguen contra la gente lúcida y genial
que defiendan a la gilada indefensa
que no se pone loca
que no tiene miedo,
esa gente tonti que pierde el tiempo porque no mira el noticiero,
los idiotas que opinamos siempre un poco más,
los imbéciles que no me parece
los que remontan el barrilete pensando en llegar al dios cósmico

Buenos relatores que hagan el mundo
que tengan las palabras para hablar
se necesitan.

Están viniendo
Ya están llegando
Ya están acá
Trabajadores de las palabras
conjugadores de velocidades alternas
potenciadores de la alquimia y el vademécum
llegan, son ellos, están viniendo, ¡los necesitamos!
narradores feroces, mentirosos profesionales
malas personas pero buenos relatores

Ellos no van a estar en la entrevista de la tele
ni aparecerán en la foto con la tetona.
Que me acompañen los que los quieran escuchar.

¡Ea, lengua:
te dije que te dije que venían a mirarte la ingle
suturada de chips, y a cubrirnos
las heridas con el bálsamo de los buenos relatores!

viernes, junio 14, 2013

donde está la entrada está la salida

qué escribir?
La historia que es digna de ser escrita no siempre quiere ser escrita. Por eso inventaron algo tan sutil como el olvido, y lo llenaron de connotaciones negativas, como al hombre de la bolsa. Pero el hombre de la bolsa no debe ser tan mostruoso, ni tan horripilante, y el olvido no es tan malo. Porque el olvido, para vengarse de los que lo connotaron negativamente, inventó la tergiversación de la historia, que a los simples escandaliza.
Ya sabemos que la gente que se escandaliza es peligrosa. Ya lo dice el gran vate criollo "un vestido colorado no te pongas porque la iglesia se escandaliza". La iglesia siempre se escandaliza, porque está llena de gente muy sencilla y con ganas de que todo se mantenga tal como está. Se aferran a las velas prendidas de modo tal que no pueden estar de otro modo. Son personas de profunda sencillez y bondad, pero que han perdido la juventud, quizás antes de tiempo, quizás para siempre.
Pero después están los chicos que aman patear las bolsas de basura. Son los chicos del rock nacional. No sé qué le ven de bueno a esa actividad de andar ensuciando todo lo que ya ha sido limpiado. Pero ellos, en el acto de patear, lo que están haciendo es revisar qué es lo que se está desechando: es la actitud del rock, crítica fuerte hacia el mundo del consumo y la descartabilidad.
No, qué debe ser escrito, quién pudiera decirlo. El olvido y el perdón. Eso quizás sea lo único digno de ser escrito. El olvido, porque somos más, el perdón, porque es divino. Dios (quién eres? dónde estás?) quiere ser escrito, pero se escribe a sí mismo. Los mortales, pobres, creen poder traducirlo. En definitiva, es todo vano. De cualquier manera, tenemos que rescatar los esfuerzos de la gente por crear un lenguaje (y qué lenguaje! qué buen invento!) y permitirnos expresarnos con él. Pero qué expresamos? Acaso lo que debe ser escrito?
No, definitivamente no. Estamos en el plano de la mentira. Todo lo que es escrito es la mentira, y bien por la mentira. Los jueces han hecho de la mentira otro mostro de connotaciones negativas, como el olvido. Dirás solo la verdad y nada más que la verdad. Pero, y sin embargo, cada vez que manipulamos el lenguaje, para decir una verdad, siempre es una mentira, porque la verdad entera no puede ser dicha, porque la verdad se niega a ser dicha y por lo tanto es parcial. No hay verdad, en tanto no puede ser enteramente dicha, y por lo tanto, será dicha la mentira.


Lo que sea digno de ser escrito, sea lo que sea, ha de suceder en un pliegue, en un instersticio. Son todas palabras muy bonitas que usan muchos académicos muy prestigiosos. Por ejemplo Miel Von Roiston. Pero los académicos se tropiezan, y tampoco escriben lo que es digno de ser escrito. Tiene picazón mi querido Boccaccio, no se rasque, quedese tranquilo.
Hay puertas por todas partes, solamente puedo ver puertas ahora. Veo puertas que he atravesado y que atravieso, sin pensar, paso de una dimensión a otra y lo hago naturalmente. Eso acaso es digno de ser escrito? No, ni siquiera. Es tan natural.
Entro a las iglesias, lo hago asiduamente en esta vida, en un promedio de dos al año, promedio que va descendiendo desde hace más de quince años en que no he pisado casi las iglesias. Sí, confieso que tuve una época en que el promedio se disparó, pero duró poco. Fue una época en que tuve una serie de entrevistas con fines formativos y metodológicos acerca del la escandalización de la gente de la iglesia. Me resultaba llamativo el modo en el que insistían en presentarse como los traductores de dios, dando por sentado, en un lenguaje científico pre positivista, el sentido único de todas las cosas. O sea, no había ambivalencia en el lenguaje humano cuando se traducía algo de lo que dios pudo haber dicho en otro lenguaje. Lo mejor eran las puertas. Me encantaba atravesarlas, me he encontrado dando portazos, probando su fortaleza. Ellos inventaron las puertas vaiven, que van y vienen, que después se hicieran famosas en restorantes y sobre todo en el far west.

Yo siempre quise escribir sobre el far west. Pero el far west no quise dejarse escribir por mí. Cada vez que empezaba a poner a un pistolero en una hoja de papel, el pistolero me miraba y me decía cosas como "qué hacés? qué escribís? buchón". Me desalentaba completamente. Ya está, las puertas vaivén, el intersticio del pliegue del crítico académico (son peores que los chicos conservadores de la iglesia, aburrido!), eso habría que plasmar. Cómo son las puertas? quisiera tener una colección de puertas.

Qué les ves a las puertas? Nada, nada que sea digno de ser descripto y dicho de buenas a primeras. No tienen nada, no somos nada, no son nada. Las puertas, listas para ser incendiadas por gente que viene del polvo y al polvo va. De qué se quejan del mundo, si todo está listo para ser incendiado. Einstein quería ver el fin del mundo, ponele, se lo perdió. Nos lo vamos a perder todos.

Habría que explicarles a los odiosos norteamericanos que todo lo piensan como si fuera un show en el entretiempo de un partido de algo, que el fin del mundo no es una puesta en escena, y que tampoco ellos lo van a ver. A ver si se relajan un poco, son tan omnipotentes. Sobre todo las chicas rubias de las series yanquis, que actúan como si fueran las únicas rubias del espectáculo.
Qué bien que me sientan las puertas vaiven y el rock nacional. Qué suerte tengo que poder pensar en cosas que me hacen bien, como el rock. Ahora, pienso, debería concentrarme un poco más en una parte de la puerta muy importante. No la visagra, porque sobre la visagra ya se han escrito libros enteros (se los podemos pedir a los chicos académicos aburridos de la biblioteca, chicos no se pongan mal, ustedes a su manera son divertidos) sino sobre el cuerpo macizo de la puerta. Hay iglesias en que sobre el cuerpo (que ocupa un lugar fundamental en el espacio, que es tapar un agujero por el que se traspasa de una dimensión a otra), han tallado diversas formas. Otros puertistas dibujan o arreglan figuras geométricas. Mis puertas preferidas son unas que llaman mamparas, que suelen ser varas de hierro rellenas de paneles de vidrios de colores. Cuando la luz atraviesa los colores, uno, con un lenguaje muy humano y de mentira, se olvida del mundo, y es como que alucina. Debe ser como probar esa droga, que todavía no conozco. A mi me sensibilizan mucho esos colores de los vidrios cuando son atravesados por la luz. Son momentos en que pienso que el fin del mundo está por llegar, o que simplemente es eso, a diferencia de los yanquis que creen que el fin del mundo es un show (lo habrán sacado del apocalipsis, les encanta).

y entonces siempre llega la hora de dejar de escribir.

jueves, junio 13, 2013

el mito condal



Vos sabés lo que es el mito condal
No sé de lo que me estás hablando
El mito condal. El otro día lo estuve usando.
El mito del conde.
Algo así, pero más actual.
No sé. Qué es.
El mito condal es como el jueves.
O sea como hoy. Que es jueves.
Claro. Es como el sargento pimienta.
Y qué tiene que ver Sargent Pepper.
Qué tiene que tener que ver. Está muy húmedo hoy.
Un clima muy húmedo el de hoy, sí, e incómodo. No me digas que la humedad es el mito condal.
El mito condal es la humedad, pero también es, qué sé yo, viste cuando la gente se baja del bondi por la puerta de adelante, aun cuando el colectivo está vacío y tranquilamente podría bajar por la puerta de atrás, que para descender.
Cualquiera, ahora falta que digas que el mito condal es como una botella de buen vino.
No, ves, ahí no, eso no es el mito condal. Ni cuando una señora va caminando por una vereda recientemente mojada, ni cuando a la mañana todavía están encendidas las luces del pasaje.
Y el conde qué tiene que ver con todo esto?
No sé, vos sabés que yo no creo en los títulos nobiliarios, pero el otro día estuve usando esto del mito condal, y bueno, dio resultados.
Hablás mucho al pedo.
Ese es uno de los puntos, pero bueno, es el rol que me toca jugar. Imaginate que habíamos perdido la pelota absolutamente. Iban como 15 minutos del segundo tiempo, el partido empatado, ellos tienen un corner desde la izquierda. Son todas camisetas celestes en el área. Y yo me desesperé y empecé a hablar porque empezaba a ver la pasividad de mi equipo. Las pelotas rebotaban por todos lados, y todas las veces quedaban para ellos, disponibles. Yo ya no sabía que hacer.
Y te habrán puteado un poco. Vos seguís jugado de 3?
Estaba de 3, pero a veces me adelanto un poco. Igual, en ese partido estaba de 3, sí. Pero no importa, el asunto es que tuve que empezar a los gritos porque el equipo no reaccionaba y se venía el gol de ellos. No podíamos obtener la pelota, de ninguna manera. Hasta el arquero nuestro, cuando la agarraba con las manos, se apuraba a patearla. Y bueno, no al pedo uno se vuelve viejo. Antes yo era de los más pibes y me cagaban a pedos, pero yo tengo otros modos, y me corresponde ahora ser el que habla en el partido. Y empecé con eso, vamos, les decía, vamos que todavía tenemos el mito condal.
Y dale, y qué te decían.
Y que me iban a decir, cualquiera lo del mito condal. No sé por qué me sonó así y empecé en el medio del partido, vamos que perdimos la pelota, no la soltemos tan rápido, vamos a recuperar la pelota y qué sé yo. Te juro que era lamentable, no llegábamos a dar dos pases y ya nos la robaban, no llegábamos ni a la mitad de la cancha, un desastre. A mí me pone mal, porque estos chicos que no pueden dar más de dos pases seguidos. De cualquier manera, el lapso de tiempo en que teníamos la pelota era tan breve que no daba ni para putear a los propios compañeros, se nos venían por todos lados. Hacían la jugada esa que la tocaba todo el equipo, viste, que la pelota pasaba de derecha a izquierda, el arquero se desespera. Decí que no podían definir, por una extraña razón no terminaban la jugada, o se les iba afuera. El arquero nuestro era bueno, yo trataba de alentar a que no perdamos las esperanzas, a que tratemos de recuperar la pelota, y que el mito condal. Cuando el partido está así, tan volcado para un solo lado, parece desesperante, pero en realidad el equipo que está disminuido tiene muchas más chances que si no pasara nada, si el otro equipo pinchara la pelota por ejemplo. Estos no, eran una cantidad de celestes que se abalanzaban contra nuestra área. Y ni te digo, nuestro delantero, un grandulón de esos que no sirven para nada, de esos que creen que jugar al fútbol es recibir de espaldas y tratar de imitar a Batistuta, este de repente era rubio también, hasta el delantero vino a dar una mano en defensa, la pelota se fue al lateral. Un desastre, un verdadero desastre, no poder recuperar el balón, tener que hacer fuerzas para que pase el tiempo, y recién iban 25 del segundo tiempo, y yo con que vamos que tenemos el mito condal. En un momento paran el partido porque me quieren reventar. Los del otro equipo, que qué te pasa, que qué es eso del mito condal. Que te vamos a matar. Pensaban que los estaba gastando. Yo solamente trataba de animar a mis compañeros. Qué sé yo, es medio inexplicable, y es mucho mejor cuando algo no puede ser explicado. Yo sinceramente sentía que teníamos chances de ganarlo porque los tipos, al atacarnos tanto, se habían desordenado horriblemente, y nosotros ni te cuento. El mito condal no es que uno piense que si le queda la pelota a uno, puede llegar a hacer una jugada en la que derive un gol y el triunfo final, a lo Maradona y Caniggia contra Brasil en Italia. Nada que ver, nada más lejano de eso. Yo no pensaba que iba a salvar el partido, pero sí veía claramente la posibilidad de ganarlo, y mis compañeros, en la desesperación, no. No podían dominar la pelota, era como que estaba engualichada. Un desastre, y encima se apuraban para sacarla y la jugaban mal y se la daban a los de celeste.
Y cómo terminó el partido.
Me desperté, así que ni idea. Pero supe que el mito condal es el cuento del niño que va caminando por el bosque y se enfrenta con un lobo. Y entonces, sin pensarlo, saca un libro y se pone a leerle
Mientras se lo morfan.
No, justamente no, aparecen otros lobos.
Y se lo  manducan.
Y mirá, no, de repente los lobos lo escuchan. Y el niño lee en voz alta para los lobos. Y si bien puede ser posible que haya sentido miedo al principio, cuando vio los dientes afilados del lobo, y si bien fue inconsciente el acto en el que se sentó y empezó a leer en voz alta, en vez de salir corriendo, y si bien un montón de cosas fueron impensadas, ahora que se va tranquilizando, el niño empieza a pensar a qué obedece todo esto, y aunque no quiera racionalizarlo enteramente (los niños no deben ser tan racionalistas como sus padres), hace un esfuerzo por entender qué es lo que está sucediendo. Ese es el mito condal.
Sos un boludo.
Chúpame un huevo, idiota.

lunes, junio 10, 2013

no se puede decir erotismo

qué es el erotismo?
Hay que estar vestidos para hablar de erotismo, porque hay que hablar. Uno sólo puede caer en el error cuando habla del cuerpo, porque las palabras no tienen cabida en el mundo de las manos y los costados. Sin embargo las palabras son como pastillas exitantes, que pueden ayudar a sulfatar la imaginación y ya sabemos que la imaginación es una glándula que segrega un mensaje infinito al cuerpo, que potencia el placer.
Pero qué palabras son aquellas de las que la imaginación se vale para segregar esa "información"? Siempre depende de las particularidades que se hayan planteado en una relación. Nunca uno es el mismo con diferentes personas, eso puede ser difícil de aceptar, pero al mismo tiempo puede ser una idea movilizadora.
Cuántas vidas hubieras querido vivir? Yo hubiera querido varias: por ejemplo, una vez quise ser ruso. Eso es imposible, no conozco Rusia, ni conoceré, pero ponerse en la fría piel de un ruso que se va al campo a trabajar a finales de primavera. O albañil, cuando era chico quería ser albañil. Nunca médico, pero quizás algún médico protagonista de algún libro, quién sabe. Quería ser personaje.
Sin embargo vivimos solamente una vez, y cada día que se nos pasa es un día que se descuenta en una lista finita de días que todavía sobran, pero que poco a poco va develando menor cantidad en los granos de arena. Ante esta perspectiva de los días y el tiempo de descuento me pongo cachondo. Sólo pienso en gozar, y ya mi mano se desliza buscando esa abertura, preguntándose por la humedad.
Le pasará lo mismo? Ella besa y su lengua, al lamer la mía, dice mucho más sobre los días y los relojes. Cuando su lengua sale con ese modo yo sé que mi mano va a encontrar un espacio, afortunadamente, y se vendrá en goce. Pero me gusta besarla, me gustan sus labios, terriblemente. Podría escribir una novela entera en la que se describan esos labios, y esa lengua. Pero mis manos van más rápido que mis pensamientos y ya quiero acariciar su cuerpo, que es suave, sin parar. Lo hago estúpidamente, como un autómata del goce, pero ya no puedo detenerme, soy un autómata del goce. Esa chica me gusta.
Quién sabe, en otra época, en otra situación, qué hubiera sucedido. Yo sé qué sucedió en otras épocas y en otras situaciones con otras personas. Ahora me olvido de eso un momento, como me olvidaba en esos momentos de otros momentos. Hay que poner en palabras el mundo porque esto se va destruyendo minuto a minuto, y el reloj no para de correr. Ella ya está en bolas entre las sábanas y para mi es el momento de chupar, mi deporte favorito. Yo pienso que chupo bien. Algo muy bueno de chupar es el silencio, que yo creo que ella disfruta, de mi voz. No es que hable todo el tiempo, pero sé que hablo, sin querer, y el que habla siempre habla de más. Es mi pasión por el relato: imagino que les pasa lo mismo a los escritores y a los relatores de fútbol. Y a los comentaristas de fútbol, que después de echarse un polvo lo deben analizar y ponerle nota. "El jugador del partido fue elegido con el auspicio de Odol", la jugadora del partido siempre vas a ser vos mi amor.
No puedo parar de chupar, creo que lo hago bien, pero podría hacerlo mejor. Uso mi lengua, cambiando su disposición, moviéndola en diferentes sentidos sobre su órgano clitoreal, o sobre los labios de su vagina, y uso dos dedos que se mueven, entran, salen, tocan, pasean por su ano. Ah no, el ano es sagrado. Es un lugar muy privado. Yo siento que nos está yendo bien con esto, pero ella también quiere chupar, y yo no me negaría.
Ahora ella quiere chupar, y yo empiezo un relato erótico o me pongo a hablar sobre el erotismo. No es lo mismo. Pero mientras admira mi pene y antes de llevarlo a la boca para lamerlo sin parar, por un buen rato (si fuera por ella, hasta el final), (me encanta), me decido y no me decido, emprendo un recorrido y luego ya me están llamando otros demonios, los del goce.
Quisiera hablar del erotismo, y no de su boca sacando y metiendo mi garcha, mi mástil, mi misil. Quisiera reflexionar más profundamente sobre los cuerpos y no puedo dejar de sentir el placer en todo el cuerpo. Bienvenido al mundo, parece decirme ella con un micrófono en la mano. Me gusta que me mire. Bienvenido al mundo real, dice ella, y mi reloj se detiene, fortuna, se detiene un buen rato, a admirar: eso es vida, me dice un grano de arena. Y cae en la parte de abajo. Ese grano de arena vale mucho más que tantos granos de arena insulsos, gastados en estupideces, en enfermedades, en dolores, y en vamos pensamientos y falsas ilusiones. Ahora quisiera que todos los granos de arena que quedan en la parte de arriba del reloj valgan lo que vale ese que acaba de caer mientras ella, con total voluntad y entrega, me ofrece y me da placer.
Mi cuerpo empieza a cotizar, de repente, en un dólar paralelo, pero no es blue sino red. Es un dólar red (qué bien le quedan esas medias de red, no podría dejar de acariciarle el orto, o las piernas). Y su cuerpo? Yo creo que su cuerpo está en gozante, yo creo que los granos de su reloj de arena también van cayendo felices, airosos. Imagino su cuerpo en la arena, es tan bella. Qué bien que le debe quedar la playa, quisiera verla. Falta tanto para que llegue el verano y ya quisiera verla tendida al sol, hiperrelajada al sol, con granos de arena por todo su cuerpo. Gracias al facebook mi fantasía puede alimentarse de fotos de veranos que pasaron en su cuerpo, con arenas y mares cuyas aguas golpetearon su cuerpo. Ahora soy yo el que quiere golpetear ese cuerpo, y se lo pido por favor, que quisiera decirle algo al oído.
Cuando entro ya no quisiera salir más, pero se me van todos los pensamientos al carajo. Yo quería hablar del erotismo, a quién le puede llegar a interesar el estremecimiento que, comentamos en voz alta, sentimos ambos. Yo ahi debería hablarle al oído, contarle una historia sacada de las mil y una noches, o sencillamente hablarle del mundial 86, que no pudo ver por cuestiones de reloj. Debería hablar bien ahi, con una voz bien grave, pero yo sé que es un porcentaje demasiado alto la probabilidad de que mis palabras la hagan reir, y de la risa al enojo en una situación de goce, hay un solo paso. Debería hablarle del erotismo, y me salgo con esas boludeces de la pornografía. En una época miré mucha pornografía, pensando o buscando qué fantasías serían mucho más claramente las que me podrían llegar a atraer. Lencería erótica, juegos de roles, tríos y orgías. Me cansé de pajearme cuando ya pude resolver todos mis gustos, y para qué. No lo tengo bien claro, ahora tengo un retorno a la inocencia, me siento un niño, me siento un pobre niño que necesita que lo cuiden porque está tosiendo y tiene fiebre.
Y ella gime y mi cuerpo lo recibe como si fuera la historia completa del erotismo. Ahí está el asunto, digo, yo gastado en palabras, ella con un solo gemido y una mirada profunda (con sus ojos tan bellos y frescos como el sol del amanecer) logra que me vaya. Y me voy, me voy sobre su cuerpo, me voy cayendo y asiéndolo sin querer perturbarlo. Quedo extenuado, ella en cambio, completamente sensible.
Y qué se hace con la leche? El erotismo elide la leche, pero no la niega. No habla de la leche, pero sabe que está. En las sábanas esparcidas las semillas. Y después es su voz que me dice que se siente bien, y somos tan humanos, y tan jóvenes. Y los granos de arena siguen rodando y perdiéndose entre otros granos de arena, aun cuando valen oro.

viernes, junio 07, 2013

una historia conocida

es la historia de un chico y una chica que se encuentran después de mucho tiempo. Se habían conocido quién sabe hacía tantos años atrás, cuando eran jóvenes y hacían locuras. La época feliz del aprendizaje despreocupado, esa época de incertidumbres, de inexperiencias. No, seguramente se trataba de mucho tiempo antes de esa época, mucho más probable que haya sido una época en que todavía no hay pelos en la cara, y ni siquiera se habla de incertidumbres y de vértigo, sino de rebelión, de esa seguridad del que no alcanza la mayoría de edad y con una genialidad sin límites se rebela ante todo tipo de autoridad paternal y estatal, y arrasa con lo que viene, sin preocuparse por la época que le puede seguir, que es la de la incertidumbre y el estudio.
la cosa es que el chico y la chica van al cine, y están mirando una película viejísima, muy probablemente en blanco y negro porque la historia habla de que el joven protagonista del filme (cuyo actor que lo representa es un ícono de juventud porque nunca llegó a "viejo") arroja piedras sobre una casa blanca, sin especificar si era una casa cualquiera o la casa de gobierno de estados unidos que se encuentra en washington. En definitiva esto no importó demasiado porque el chico, mientras el joven de la pantalla despedía las pedradas que no sabemos si fueron reprimidas por policías furibundos o sencillamente tragadas por la noche, decía, el chico ahí se animó y le encajó un beso a la chica. Se ve que se besaron un buen rato, provocando las calenturas juveniles tan lindas para disfrutar en la oscuridad. Nos es posible imaginar juegos, toqueteos a la sombra de un reflector que en la pantalla pone a esas imágenes de actores de un lugar tan fabuloso de espectadores de un juego sexual (si las pantallas hablaran).
Parece que los labios de la muchacha eran suaves, porque parecían lisos como si fueran hechos en papel, o bien ásperos como el papel, depende cómo miremos el papel, porque un papel también puede cortar. Lo que sí estaba claro que esa fue la primera vez. La historia elide todo lo que pudo suceder dentro del cine, y cuando los chicos deciden retirarse un inspector les pide los carnets, qué nervios que tuvieron que pasar. Ella tenía quizás 16 y él quizás 18 o 19, vaya a saber, pero el inspector los corrió y los detuvo y les dijo "epa, qué estáis haciendo, vengan esos carnets". Pero no era, está claro, un inspector de tránsito, ni un policía. No, se trataba de un sencillo y triste inspector que no tenía nada mejor que hacer que controlar que las personas que entraban a ver la película en que un chico joven arroja piedras a una casa (a qué se las tiraría? a las paredes? acaso a los techos? acaso a romper ventanas de vidrios caros como la utilería barata?) eran aptos espectadores de la edad que exigía el entendimiento, o si bien no se habían venido a refugiarse al cine para poder hacerse arrumacos sin pagar el hotel.
Fuera lo que fuese, el chico, luego de la escena del inspector, volvió a la academia, porque tenía clases de francés. Evidentemente era un joven burgués preocupado por su futuro, y estudiaba o hacía que estudiaba, pero es ya todo un posicionamiento, social e intelectual. La chica, en cambio, quizás más desocupada, más despreocupada, quizás muy extremadamente bella pero aun inconsciente de ello, quizás enamorada del chico, quizás quizás y tantos quizás, se quedó esperándolo en el bar, en la mesa que habían acordado, aproximadamente lo espero por una hora y media (qué chica que no esté enamorada espera más de media hora a un chico que la cambia por la academia?). El chico cree que fue una hora y media, porque él se retrasó y llegó más tarde y ella ya no estaba, y el mozo le dijo "sí, ella estuvo aquí sentada esperándote, una hora y media, tomó cuatro cafés". Y entonces el chico salió a la calle y se encontró con otra chica, la compañera de francés, vaya a saber, y aprovechó para acompañarla hasta la casa.


El chico y la chica se encuentran muchos años después. Claro, estamos hablando de que cuando se conocen, en esa época primitiva, no había otras posibilidades de contactarse fuera de las reales. Quizás la chica nunca le contó su dirección, ni le dijo el teléfono, ni al revés, y probablemente uno de los dos haya dejado de frecuentar súbitamente el lugar que los hizo encontrarse. Probablemente el otro, despechado, haya seguido adelante sin más, y el uno, olvidado, haya seguido su vida sin problemas. Sea cual fuere el rol de cada uno, uno fue a la academia, aprendió francés, la otra no.
La cosa es que años después, cuando se reencuentran, el chico la invita a almorzar. Probablemente la haya encontrado de casualidad. Es un nostálgico nuestro muchacho, que ya no es más un muchacho sino un señorote. El tipo recorría una calle, una tarde cualquiera de martes, quizás miércoles. Había salido de su oficina en la que hablaba en francés, para distraerse un poco en un día no tan movido. De repente mira para una vidriera y la reconoce, es ella, aquella chica que tanto le había gustado. Inmediatamente siente que era amor, y todas las cosas que no pudieron hacer juntos se le vienen encima. Maldita academia, piensa, y se queda rumiando. Las cosas no están bien en casa, los niños ya están creciendo y no le dan mucha bolilla. O acaso es él el que no está muy interesado en sus hijos. Llega a su casa todos los días sin muchas energías, mira a su mujer que todavía está buena pero se ha transformado en un suplicio por el maltrato que le propina. Siente que se tiene que poner frente al televisor y así lo hace, restándole importancia a todo el resto del funcionamiento del hogar. Entonces la esposa se asoma de la cocina y le grita, "que hagas algo, tú, que estás todo el día hablando en francés, qué te piensas, que acaso esto es un hotel?". Entonces necesita escapar. Está quizás deprimido.
O no, a lo mejor está pasando por el mejor momento de su vida. Y eso puede pasar porque ahora que mira por la vidriera para confirmar si esa presencia fantasmagórica es ella, la chica aquella del cine y los labios de papel, justo ahora que está pasando por el mejor momento de su vida. Su jefe lo está por ascender a coordinador de habladores de francés, su esposa lo ama y todas las noches le dedica un buen rato a darle la satisfacción sexual que siempre soñó como si fuera una poesía de ruvira, sus hijos son un sol, y juntos todos los fines de semana juegan pelota, o beisbol. El muchacho aquel, qué habrá sido del muchacho aquel, lo había olvidado cuando de repente aparece esta chica y el muchacho que se había escondido en las seguridades de la vida burguesa y contemporánea, aparece en todo su esplendor, rebelde, queriendo patear culos de inspectores y con muchas ganas de volver a besar muchachas en el cine. Hola, aquí estoy parece decirle el muchacho, estuve dentro de ti escondido todo este tiempo, y ahora estoy aquí otra vez, tocándote los cojones a ti y a la sociedad. tiremos piedras sobre casas blancas, parece decirle.
Entonces la aborda. La chica se sorprende, lo reconoció inmediatamente, y se sorprende que justo ahora la esté abordando. Ella lo esperó una hora y media, y quizás mucho más de lo que él piensa. Y después de mucho tiempo pudo superarlo. Ella es una chica muy tranquila, pero había quedado prendada de aquel muchacho que estudiaba francés. Con cuántos hombres había estado, a cuántos les habría dicho que ella había estado enamorada de un joven francoparlante. No, ella se había rehecho, había aprendido de la vida, había puesto el lomo un montón de veces. Había aprendido de los sacrificios y ahora vivía bien, hacía ya un muy buen tiempo. Tenía un marido, un tipo algo rústico, pero que sin dudas la amaba. Por ahi la zamarreaba un poco, pero la amaba. Todos los fines de semana la llevaba al bowling, luego tomaban cervezas por un largo largo rato. Fumaban, y se quedaban en paz. Ese era el tipo de vida que le había tocado, y el tipo de vida que para ella estaba bien.
Y ahora este viejo choto, que quiere recuperar su juventud, la aborda y no la deja hablar. La apabulla con su retórica, con su acento francés. Lo reconoce y no lo reconoce, sabe que es aquel muchacho del que había estado tan enamorada, pero lo esperó, más de una hora y media, un lustro. Las inseguridades del muchacho saltan a la vista. Qué será de la vida de este idiota, piensa ella. De repente él está formulando una frase. La está invitando a almorzar y ella sin querer se encuentra, por curiosidad, diciendo que sí, que acepta. Tiene un break en el trabajo, pausa para almorzar.
Casualmente están cerca de aquel mismo bar en el que ella lo espero una hora y media. Llegan juntos, en una charla animada (él habla sin parar, ella lo escucha y cada tanto le dedica una mirada con esos ojos tan llenos de dulzura. Ella es dulce). Destino o desgracia, la mesa que ocupan está junto a la ventana, es aquella misma mesa en la que ella lo había esperado tanto tiempo. Se sientan ahi. Son supersticiosos, creen en los círculos que se cierran, creen que la vida es repetición, creen en eso de la tragedia y la comedia. Esto es una farsa, un viejo decrépito hablándole de amor a una empleada de tienda. Es para una película de Fellini, o de Almodovar. El tipo habla sin parar, la quiere complacer, la quiere atender. Le dice que si quiere puede llamar al mozo y pedirle helado de frutillas. Pero ella escucha y no dice nada, lo mira, ahora más detenidamente, fijo. El tipo habla sin parar y en el intento de seducirla quizás le muestra fotos de la familia, los hijos que no tuvo con ella, son rubiecitos. Dice que la foto es muy fea (él se ve feo en las fotos) y que es de la época en que acababa de nacer su hijo menor. Tiene tres hijos, uno mejor que el otro. Y la mujer, ahi en esa foto, nunca pierde la compostura. Una mujer de su clase, seguramente hablaría francés, o quién sabe, alemán, o holandés. Quizás sea la misma compañera de francés que él acompañó esa noche, pero eso cómo podría saberlo ella, que lo esperó una hora y media y después se las picó, qué iba a hacer. Pero la charla sigue y el tipo está desesperado por comprobar si esos labios parecen de papel, o sea, si los labios siguen siendo aquellos mismos, o si la vida hace que los labios que en la juventud parecen de papel en blanco ahora son más parecidos a un bollo de papel en el que se hubiera comenzado a escribir una historia, y el escritor, defraudado por su falta de ingenio, hubiera desechado enviándolo al cesto de la basura de papel. Por alguna razón él cree que ella sigue enamorada de él, su ego lo nubla, porque a pesar de que habla y habla, cada vez se siente más seguro porque ella no para de mirarlo. Ella no entiende nada de lo que está pasando, pero algo la retiene, es la curiosidad y no sabe exactamente sobre qué es la curiosidad, pero el hecho es que sigue ahi, sentada, observándolo. Gran señora la curiosidad (él está apurando al mozo, para que traiga el café y la cuenta porque sabe que ella tiene que volver a trabajar) un mudo que habla y una ciega que miran, no se atrapan, él no la observa sino fugazmente, ella no lo escucha sino fugazmente.
Él paga la cuenta. Le pide que por favor no insista, que no insista más. Que él paga la cuenta porque fue él el que la invitó a comer. Salen a la puerta del bar, están a punto de despedirse. Pasa un viejo en bicicleta, quizás sea el mismo triste inspector que un siglo atrás les pidiera los carnetes.
Se dan la mano, el almacén en el que ella trabaja ya comenzó el turno tarde y ella está llegando con retraso. El tipo, con algo parecido a un dolor en el corazón y con la satisfacción de sentirse bien otra vez, está vivo, su cuerpo está vivo, siente, con eso, con todo eso, muy parecido a la emoción, le dice que vaya, que se apure, que va a llegar tarde al trabajo y eso no tiene sentido. Ella le agradece. Cuando se separan unos metros él le dice que lo llame, cuando quiera, o cuando pueda, y se levantan la mano una vez más y él le dice date prisa, y le dice la hora. 



lunes, junio 03, 2013

La poesía del yo tiene todas mis limitaciones





Hace unos años escribí un libro. Como siempre sufrí estos problemas de concentración que se acentuaron con el tiempo y su sucesión de productos tecnológicos que cada año distraen más y más al vulgo en la contradicción de mano de obra y potencial cliente, se trató de un libro muy breve, y de poesía. Mi actitud al escribirlo fue irónica, en el sentido de que fue escrito con descuido y vehemencia, pero la condición rectora que lo concibió y la posterior desaparición de las tres únicas copias impresas, lo llenan de dignidad y franqueza: había tomado la decisión de elidir por completo los pronombres personales de la primera y segunda persona.
No es que tenga algo personal contra esos pronombres personales, pero sí creo que hay que quererse mucho. ¿Cómo se quiere una persona? Siendo auténtico, pienso. O pensé en ese momento. Ser auténtico no dice nada de los pronombres personales, pero cada uno sabe qué significa la autenticidad en cada caso. En el mío, significó aceptarme en la vergüenza de no sólo no ser genial, sino en la de la excesiva simpatía que a muchos no les caía del todo bien.
¿Qué tienen que ver estos rasgos de la personalidad con el ejercicio de la poesía? Pues bien, en la poesía del yo, no todo es ficcional. Valoro mucho a aquellos que pueden salirse del ensimismamiento, de la línea del pensamiento, y practicar las voces de otros, existentes o inexistentes en el mundo real (¿qué es el mundo real, ahora?). Yo tuve que escribir ese libro en donde no se dijera la palabra tú, que supusiera un yo que era la palabra que nombraba todas mis limitaciones.
Con ese condicionamiento se puede hacer cualquier cosa. En definitiva, la poesía es el lugar (pongamos que sea un lugar), en el que se puede hacer cualquier cosa. Y podría agregar, donde cualquier cosa puede ser hecha y está bien. Pero no, todos sabemos que no está bien. En el país de la poesía hay problemas políticos muy graves, y todos se refieren a los medios de comunicación. Se está debatiendo una nueva ley de medios, aunque hace rato que salió la ley de igualdad ante la justicia para la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en el país de la poesía.
Me replegué, no quise opinar sobre esos problemas políticos, ni formar mi propio partido. Hice la mía, muy personal. No podía escribir tan bien ni tan mal como los otros, no quería llamar la atención aunque mi naturaleza simpática me llevaba a sonreir a diestra y siniestra, aun cuando quedara como un figurante, en diferentes situaciones. Pero no me importó ni me importa lo que piensen o dejen de pensar los sonreídos por mí, eso estaba y está en mi configuración, y mi memoria ram desactualizada también. Elegí pensar en ese momento que si la poesía es música, yo tenía que bucear un poco más en el sentido de esa música. Es difícil pensar en la música y en la poesía sin querer alcanzar una perspectiva histórica y más con la contemporaneidad del rock. Pero la poesía va guiando a quien desea saber su sentido, le va explicando el por qué de las palabras. “Antes”, pareciera decir la poesía, “poesía era todo”. Y señala todo el país de la poesía y lo que hay más allá. “Pero fueron conquistando territorio. Antes en la poesía se contaba la historia de los héroes en las guerras, de los gimnastas en los juegos olímpicos, de los reyes en el ágora, del teatro del escándalo de los muchachos de la farándula y la relación con sus madres. Pero muy pronto la gente se fue cansando de siempre lo mismo y los sentidos de las palabras fueron desmembrándose unos de otros generando nuevos sentidos y nuevas lenguas vernáculas. Entonces hubo que inventar el ejercicio de la traducción, fue una época cruel porque no todo el mundo podía acceder al ejercicio: la edad media de la poesía fue pura música instrumental. El mundo se olvidó del sentido de las palabras, la gente era huraña, no se hablaba, se cabeceaban para invitarse a bailar, se gruñían para tener sexo. Los pocos privilegiados que pudieron conocer más de una lengua se pusieron a corretear con un asunto de la medida”.
Ahí surgió el mito de la rima: ¿qué es la rima sino un invento de los vagos traductores de la edad media de la historia de la poesía? Tremendo: casi nos hacen creer que la rima era una de las formas de la memoria. Cómo se podría comprobar eso, si las lenguas que no conocemos no podríamos saber si contaban o no con rimas. Sin embargo yo llegué a pensar que el ritmo y la rima eran fundamentales en la poesía, porque asimismo eran fundamentales en la música. Porque la poesía cumplía, para mí, un rol fundamental que era la de ser una expresión que dijera donde tuviera que decir y cada vez que tuviera que hacerlo, la memoria de algo que realmente fuera digno de no ser perdido, o sea, el registro de algo que fuera de algún modo fundamental para la vida y la existencia de una sociedad. Estaba llegando al primer grado de la ficción: creí. Pero uno a veces se la tiene que jugar, quemar las naves, creer en algo. No me pueden decir que no creí, no aceptaré tal reproche.
Los sonetos fueron un ejercicio hermoso. Personalmente me posibilitaron el intercambio en muchos sentidos con personas realmente hermosas. Yo pensaba que los sonetos eran lo máximo que le había pasado a la humanidad en mucho tiempo, y que mi personalidad si sentía a gusto dentro del soneto: dos cuartetos que ponían en juego al mundo entero, y dos tercetos que servían para poner de rodillas a cualquiera. El ritmo del endecasílabo es imborrable, es completamente occidental: no hay posibilidad para el jazz en el endecasílabo. Pero los músicos del jazz lo saben, no se puede hacer música sin tener previamente una noción profunda, un conocimiento extremo del ritmo. Y el ritmo, a diferencia de lo que enseñan las maestras de la escuela, no está dado por el silabeo, la separación en sílabas. Las entiendo a las profes, cómo se hace para explicarle a los niños la noción de acentuación. Lo pienso y recuerdo a mi profe, pateando el piso y golpeando el pizarrón. Pobres, hay personas que no pueden tocar ningún instrumento.
El ritmo está en los acentos, discutimos con Leo. Él también andaba contando acentos en la música que tocaba. ¿Cómo se cuentan los acentos? Es una percepción que se desarrolla agudizando y sincronizando el golpe básico rítmico que es el latido del corazón y la percepción del mundo en el canto de los pajarillos del campo. Pero cuando interviene la máquina, cuando pasa la cosechadora, eso no podemos obviarlo.
“En el país de la poesía el tuerto es rey”, parece decir la poesía. Y yo no fui ni siquiera tuerto, sino un autoexiliado. Se venía la dictadura de los que saben el significado de las palabras, y yo era un montonero que reivindicaba la historia de las palabras, un total desacomodado. “Porque para hacer poesía” supe decir en conferencias de prensa en las que me miraban como miran los periodistas a los entrenadores del real Madrid, “hay que hacer un recorrido, hay que exigirse, desafiarse. Para ser Picasso, Picasso tuvo que pintar muchísimo, estudiando las maneras de sus antecesores. Qué sentido tiene que yo quiera ser Picasso como punto de partida”.
Parecía convincente. Pero no había picassidad en todo esto. De tanto darle al ritmo, a la rima y al cuerpo alegría macarena, uno corre el riesgo de olvidarse de otras cosas que son importantes, como el valor de las palabras. Los valores no son precios, sino sentidos últimos, es decir, lo que cada palabra es por la carga representativa que viene dada históricamente por la cantidad de veces en que fue nombrada, y los múltiples sentidos que pudo haber disparado. Un disparate, digamos, había viajado al renacimiento y me olvidé de pasar por las vanguardias.
Mi amigo Juan dice siempre “sino vamos a aprender algo de todo esto, estamos en problemas”. No digo que lo diga así exactamente, pero el sentido es ese. Ya no puedo escribir poesía, ni leer poesía. No creo que ella esté enojada conmigo, pero no le intereso en absoluto. No digo que me desdeñe, quizás yo haya prometido mucho más de lo que podía dar. Quizás la poesía haya esperado de mi algo que yo no sabía dar, no le di toda mi vida entera.
Ahora, en este avión en el que se abre la compuerta, no puedo corroborar si el paracaídas que me dan está en buen estado. Quisiera decir un verso más, y no tiene ninguna importancia. La última vez que comí no tuvo importancia, la última vez que me detuve en una vidriera vi un jarrón, la última vez que corrí fue hace un par de años atrás. Se terminan las temporadas de caza y pesca del yo, que soy ahora solamente un pronombre personal. Maldición, no entiendo qué puedo decir de mi si quisiera volver a escribir poesía, ni siquiera sé si en el eventual caso de escribir una poesía bajo una voz de mentira, una voz ficcional, si esa voz se atrevería a hablar de su yo con la contundencia con que popono dice “primero yo segundo yo tercero yo”. Y ese yo, que puede percibirse como una pauta rítmica, cuya “o” es como el bombo que retumba en la sala, y las metáforas enumerativas que nos acercan cada vez más al otro, que cuando dice yo también nos atrae, como imanes que se buscan y se encuentra.
Si todos dijéramos yo al unísono, qué sería del mundo. Hay chicos que les gustaría probar, experimentar a ver qué pasaría, seguramente estarán poniendo en las redes sociales de la internet “hoy a las 20.30 horas y diez segundos horario del país de la poesía vamos a decir todos juntos y a la vez diez veces el pronombre personal “yo”, a ver qué pasa, porque en la biblia de los ermitaños dice que de esa manera el mundo puede florecer, pero en la sagrada escritura basaldí dice que no pasa nada. Dale compartiiirrr”.
Como saben, la poesía también goza de nacionalistas extremos. Ya no sé en qué país vivir.