miércoles, agosto 17, 2011

facebook y yo

La gente pone fotos de perfil de su infancia. Les agarró como una manía de mostrar sus dotes de belleza en la tierna edad. Yo mismo tengo una en mi cuenta de facebook, pero todavía no la pongo de foto de perfil. Aunque ya la he puesto en el pasado. Es una foto donde estoy vestido con el uniforme del equipo de fútbol del club centenario. Se presta a confusión aunque claramente es una señal de lo predestinado: la camiseta de centenario es la misma que la de rosario central. Feliz coincidencia, la vida te va llevando y uno aunque no lo quiera termina siendo, solo siendo.
Pero quiero pensar en ese chico, de pie en el patio de su casa, con una pelota blanca y celeste detenida en la planta de su pie derecho. Los colores de la foto se han desteñido, como todas las fotos que tienen más de dos décadas, o siempre fueron así el cielo, la luz del sol. Tiene puestos unos botines, seguramente dentro de esos botines tendría unas plantillas para el pie plano, pero a él no le interesaba la plantilla, ni el centenario, ni la pelota, ni la foto. El pibe está mirando la cámara, y está pensando en otra cosa, en otra cosa que voy a decir dentro de un par de párrafos, porque ahora quiero detenerlo. Quiero que te quedes quieto ahi.


Ni por puta se me hubiera ocurrido que era feliz o infeliz, o que recién salíamos de una dictadura, o que había habido una guerra de verdad. Ese pibe, el de la foto, jugaba en el patio baldío (seguro que no era un baldío, pero esa luz, la de la foto, la reconozco, es la luz del invierno, y el pasto en ese lugar del mundo, en esa época del año, se toma el exilio, se pega el palo, y los terrenos, sea cual fuera, quedan al desnudo, las canchas de fútbol son de polvo, tierra y nada más, sea cual fuera). El patio de esa casa era de baldosas. Tenía una pared, que alternativamente podía llamarse burruchaga, giusti, abramovich, o el rubio que jugaba en boca y en independiente, que ahora no me acuerdo el apellido.

¿Qué les pasa a las fotos de la infancia? No éramos, tanto como no somos. La vida automática, impensada, no revestía deseo. O bien, a ver cómo se dice esto, el deseo era otra cosa, más sencilla. Era un objeto mucho más conciso, real, claro. Ese chico, horas después, en la ducha, sacándose la mugre de un día de fútbol, sin pensar siquiera en la mugre, ni en el fútbol, ¿qué pensaría? ¿Cómo ya saberlo? Se ha perdido. Sin embargo algo persiste, en la foto. Queda la foto, la congeladora de la belleza, de la ternura, de una manera de sentir, con la pelota en la planta del pie. Los goles hechos, los goles salvados. Las asistencias, el juego, todo, se ha perdido.

Pero no importa cuando el mundo es basto y el tiempo sigue su curso, no importa desde la perspectiva de la humanidad, para la que somos apenas una migaja del pan arrojado a la basura de la insignificancia.
Pero ese pibe en la foto, lo escribo para mí, soy yo.

Era defensor.
Esa mirada clavada en el arco. El pibe piensa en un gol. El pibe piensa en los abrazos, y en cómo salta maradona cuando mete el gol, con el puño para arriba, y diciendo gol, con el músculo de la cara y con biceps y triceps significando goal, goal. Ese pibe, al que le quitaron el sueño de ser arquero y salvar el penal arrojándose como ave eterna, hacia la izquierda, ese pibe que ahora pisa, en mis sueños, otro campo de juego, que entra haciéndose la señal de la cruz sin que le importe demasiado, que lleva una ramita de ruda en la media de la pierna derecha, ese pibe que en el vestuario del equipo, el jueves a la tarde, lo nombraron entre los titulares y no entendía de qué le hablaban, ese pibe que se saca la foto, vestido de rosario central con la camiseta de centenario de venado tuerto, ese pibe que era quizás yo, tiene, cuando mira a la cámara, entre ceja y ceja, un gol.
Y me lo ponían de defensor.

Igualmente el viejo le decía que pasarela, que era defensor, también metía goles.